El agustino estadounidense Robert Prevost Martínez, el papa León XIV

De su paso por Latinoamérica quedó su preocupación por los más desfavorecidos y el reconocimiento de un puente vivo entre el Norte y el Sur del continente

08 de Mayo de 2025
Actualizado el 09 de mayo
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El pontífice de la reconciliación y el futuro del Valle de los Caídos

Esta tarde estaban previstas otras dos votaciones del cónclave para la elección de un nuevo Papa. Hasta ese momento, las dos fumatas habían sido negras. 

Esta previsto que sobre las 19 horas volvieraa salir humo de la chimenea, algo que se podría adelantar si en la primera votación uno de los candidatos consigue los apoyos de dos tercios de los cardenales. 

Eso es lo que ha sucedido. La resolución al final ha llegado pasadas las 18 horas cuando la chimenea de la Capilla Sixtina comenzó a expulsar humo blanco. La Plaza de San Pedro se llenó de aplausos y las campanas del Vaticano comenzaron a repicar, como lo harán en las próximas horas todas las campanas del orbe católico. Aún está pendiente saber quién es el elegido, que será anunciado en el balcón de la Logia Central con el tradicional "Habemus Papam", cuando se conocerá también el nombre elegido para su pontificado. 

Finalmente, los cardenales han elegido un perfil moderado, tranquilo, pero muy cercano al Papa Francisco. Ha elegido el nombre León XIV para su pontificado. 

Robert Prevost llegó al corazón de la Iglesia Católica partiendo de orígenes tan distintos como complementarios: nacido en Chicago el 14 de septiembre de 1955, combinó desde sus primeros años una vocación religiosa con una mente entrenada en las ciencias. Tras licenciarse en Matemáticas en la Universidad de Villanova, decidió ingresar en la Orden de San Agustín en 1977 y, cinco años después, se ordenó sacerdote. Su inquietud intelectual le condujo a cursar un máster en Divinidad en Chicago y, más tarde, un doctorado en Derecho Canónico en la Pontificia Universidad de Santo Tomás de Aquino en Roma. Esa fusión de rigor analítico y profundidad teológica habría de marcar toda su trayectoria.

En 1985 fue enviado como misionero a Perú, donde durante décadas ejerció su ministerio en contacto directo con comunidades campesinas y urbanas, primero dirigiendo el seminario agustiniano de Trujillo y luego enseñando Derecho Canónico en el seminario diocesano. Su dominio del español y su inmersión cotidiana en la realidad latinoamericana le granjearon un vínculo tan hondo que, en 2015, cuando el Papa Francisco le nombró obispo de Chiclayo, el Gobierno peruano le concedió la nacionalidad. De aquel periplo quedó no solo el testimonio de sus homilías y su preocupación por los más desfavorecidos, sino también el reconocimiento de un puente vivo entre el Norte y el Sur del continente.

Poco después, en enero de 2023, Francisco le reclamó en Roma para asumir la prefectura del Dicasterio para los Obispos, el organismo que estudia y propone al Pontífice los nombres de quienes han de guiar las diócesis de todo el mundo. En ese rol, Prevost ha aplicado un método poco frecuente: basarse en datos y estudios de campo para evaluar las necesidades pastorales, propiciar el diálogo entre facciones doctrinales diversas y fomentar decisiones colegiadas, evitando protagonismos individuales. Su discreción y su talento para generar consenso le valieron en septiembre del mismo año la púrpura cardenalicia, integrándole en el selecto Colegio Cardenalicio y reforzando su influencia en el gobierno universal de la Iglesia.

Hoy, ha sido elegido Papa y, posiblemente, se haya ganado el favor del cónclave por su capacidad para unir tradiciones aparentemente opuestas. Su formación matemática le aporta una visión estratégica de los recursos y los procesos administrativos; su conocimiento profundo del derecho canónico le permite defender la continuidad de la doctrina; y su experiencia pastoral en América Latina le conecta con las urgencias de la mayor parte de los católicos del mundo. Esa triple perspectiva despierta expectativas de reforma, pues muchos confían en que, de llegar al papado, sabrá combinar la defensa de la fe con una apertura real a la diversidad cultural y social.

Romper la tradición no escrita que hasta ahora nunca ha permitido a un estadounidense aspirar seriamente a la Silla de Pedro no sería un juego de símbolos, sino el reflejo de una Iglesia decidida a trascender viejos sesgos geográficos y a reconocerse verdaderamente global. En Prevost convergen las raigambres de Occidente y las esperanzas de las periferias; su estilo de trabajo colegial y su baja exposición mediática invitan a pensar en un pontificado sereno, centrado en el diálogo y en la misión evangelizadora más que en la escenificación del poder.

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