El FBI, tras registrar la mansión de Donald Trump en Florida, cree haber encontrado algo potable con lo que poder empapelar al magnate neoyorquino. Hoy mismo cuenta la prensa de Miami que el expresidente se habría llevado a su casa decenas de papeles confidenciales, secretos oficiales, documentos sometidos a la ley de seguridad del Estado. Suficiente material como para sentar en el banquillo al populista del rubio tupé. Los demócratas están seguros de que ahora sí, por fin, podrán ponerle la puntilla política definitiva al morlaco. Qué equivocados están. Todo esto, la supuesta investigación judicial contra Trump, la comisión parlamentaria sobre el asalto al Capitolio y otras causas abiertas contra el magnate, no va a servir más que para alimentar su leyenda y su popularidad. Ya lo dijo él mismo en cierta ocasión: “Podría disparar a gente en la Quinta Avenida y no perdería votos”.
Cuanto más se asfixia al demagogo más se acrecienta su aura de mártir. Habrá que ver los índices de popularidad de aquí a unos días, cuando la operación policial contra el fatuo ricacho haya hecho efecto en la opinión pública. Sin duda, unos cuantos millones más de norteamericanos se habrán pasado incondicionalmente a su bando, convirtiéndose en adeptos a la causa trumpista. La prueba es que ayer mismo el Tío Gilito de la política yanqui, uno de los hombres más adinerados de USA, abrió una cuenta corriente para recibir donaciones de todo aquel honrado y patriota ciudadano dispuesto a ayudarle en su santa cruzada contra los comunistas que beben sangre de niños y contra la represión que, según él, está sufriendo a manos de las fuerzas militarizadas del Departamento de Justicia. Un rico que lo tiene todo pidiendo limosna al pobre que nada posee. Un capitalista socorrido y auxiliado por millones de tontos que le compran el discurso. Un extraño mundo al revés que ha calado en las frágiles mentes de los trumpistas dispuestos a darlo todo, a empeñar la casa y el seguro médico, a entregar altruistamente todo su dinero y hasta a sacrificar la vida si es preciso para sacar del apuro al amado líder de la secta. Algo le han echado al agua en Yanquilandia, un bebedizo mortal que sin duda ha trastocado la inteligencia de los habitantes de medio país.
Así las cosas, cabe preguntarse qué piensa hacer Trump a partir de ahora, cuál es su estrategia política. Y en este punto advertimos al lector de que lo que va a leer a partir de ahora no es una novela distópica o de ciencia ficción, sino un análisis verídico, real, la más cruda realidad por delirante que pueda parecer. Según la prensa libre y la otra, o sea la Fox, ese altavoz mediático siempre al servicio de su amo y señor, Trump baraja varios posibles escenarios en su difícil y tortuoso camino por los juzgados. Si finalmente es procesado y encarcelado, el empresario no descarta volver a presentarse a las elecciones. El tipo entiende que no hay ninguna enmienda en la Constitución norteamericana que impida a un reo, incluso a un preso recluido en el penal de Sing Sing o de Cincinnati, ser candidato a unos comicios presidenciales. Sí, tal cual, como lo oyen. El iluminado se muestra convencido de que puede gobernar la mayor superpotencia del mundo desde una lujosa y confortable celda de la prisión federal, tal como Al Capone ya hizo en su día cuando fue encerrado por evasión de capitales en el penal de Alcatraz, desde donde siguió gestionando sin problemas los negocios de la mafia, sus empresas, sus casinos y casas de apuestas, sus lavanderías de dinero negro, sus hipódromos y prostíbulos. Todo criminal sueña con parecerse a otros que alcanzaron la fama antes que él y ese sueño, el del capo que lo controla todo entre rejas, hierve sin duda en la disparatada cabeza de Trump.
La segunda hipótesis pasa por que al millonario machista y xenófobo, una vez en la trena, lo inhabilite la Justicia. También ese supuesto lo tiene cubierto, ya que su plan B sería colocar a un títere, una marioneta muy bien seleccionada entre las filas del partido republicano, un clon político que se instalaría en la Casa Blanca y haría las veces de pequeño trumpito hasta que el jefe saliera de la jaula. Aunque tengamos que limpiarnos los oídos y frotarnos los ojos, todos los analistas políticos estadounidenses ven como plausible esa posibilidad, ya que el personaje tiene absolutamente controlado el partido. El ala moderada, resignada ya, ha entendido que sin Trump el proyecto conservador no es nada. Para seguir existiendo, necesitan a los 65 millones de votantes que en las pasadas elecciones dieron su apoyo al líder de forma ciega e incondicional. Con el magnate impulsando un nuevo proyecto político por su cuenta, el partido republicano se escindiría en dos, dejando el camino libre a los demócratas. Los sectores más reaccionarios de USA tiemblan solo de pensarlo.
Y luego está el tercer escenario. Trump arrasa en las urnas, jura como presidente y es condenado después por sus trapacerías. No importa, también en ese caso gana el polémico archimillonario. Ya se encargó él de colocar a jueces-peones de su máxima confianza, todos ellos ultras del Tea Party, en las altas magistraturas del Tribunal Supremo. Aún a malas, tal como se ha publicado estos días en la prensa estadounidense, siempre le quedará el recurso de indultarse a sí mismo. Y luego nos quejamos de que el nuestrono es un país serio. Si nos comparamos con el delirio surrealista que se ha apoderado de Yanquilandia, España es el faro y guía de las democracias occidentales.