Estados Unidos ha protagonizado al menos once incidentes (“Broken Arrows”) en los que armas nucleares terminaron desaparecidas, sin que hasta hoy haya podido precisarse su paradero. Estas pérdidas, que abarcan desde cápsulas de material fisionable hasta bombas termonucleares completas, ilustran los riesgos inherentes al manejo de armas de destrucción masiva y plantean interrogantes sobre su seguridad décadas después de la Guerra Fría.
El episodio más famoso ocurrió el 5 de febrero de 1958, cuando un B‑47 del Strategic Air Command se vio obligado a desprenderse de un Mark 15 de 7.600 kilos tras colisionar con un F‑86 sobre Tybee Island, Georgia. Pese a búsquedas prolongadas en el estuario de Wassaw Sound, la bomba nunca apareció y fue declarada “irrecuperable” en abril de ese mismo año. Aunque no contenía su núcleo de plutonio —la cápsula fisionable se cambió por una pieza inerte para entrenamiento—, informes posteriores no descartan que pudiera hallerse completa bajo sedimentos costeros, lo que representa aún hoy un “riesgo de explosión o contaminación” si sus explosivos convencionales permanecen intactos.
Tres años después, en enero de 1961, un B‑52 en misión de alerta sobre Goldsboro, Carolina del Norte, se partió en vuelo a causa de un fallo estructural y liberó dos Mark 39 de hidrógeno. Uno de ellos cayó disparado al fondo de un pantano y, aunque la Fuerza Aérea recuperó buena parte de sus componentes, el núcleo de uranio altamente enriquecido sigue atrapado bajo más de quince metros de cieno. Para evitar excavaciones indeseadas, el Gobierno compró el terreno adyacente y, hasta la fecha, mantiene vedada cualquier intervención sobre el subsuelo.
En aguas profundas frente a Japón se desliza desde diciembre de 1965 un B43 termonuclear tras caerse accidentalmente de un A‑4 Skyhawk cuando era trasladado en cubierta del USS Ticonderoga. A unos 16.000 piesde profundidad, la bomba de más de 1.000 kilos descansa junto a los restos de la aeronave y su piloto, sin que los intentos de localización lograran dar con ella.
Otros tres incidentes emblemáticos incluyen la pérdida de dos cápsulas de uranio de un B‑47 rumbo a Marruecos en marzo de 1956, cuyo avión desapareció por completo y nunca se halló; la caída de la primera bomba atómica perdida sobre la costa canadiense en 1950 tras una emergencia en un B‑36, con restos que solo pudieron identificarse décadas después, y la dispersión de uno de los cuatro B28 tras el choque de un B‑52 en Thule (Groenlandia) en 1968, cuya segunda etapa nunca volvió a verse. Estos seis ejemplos se complementan con otros cinco episodios clasificados o apenas reconocidos oficialmente, que al conjunto elevan la cifra de armas extraviadas a once, según datos desclasificados y reconstrucciones periodísticas contemporáneas.
Más allá de lo anecdótico, estos “Broken Arrows” subrayan los peligros de mantener arsenales nucleares en alerta continua. La posibilidad de recuperación (sea para garantizar la integridad de sus sistemas de seguridad o para evitar que fragmentos radiactivos contaminen ecosistemas) se ve lastrada por el coste y el riesgo que entraña operar en zonas remotas o profundidades oceánicas extremas. La estrategia oficial recientemente admite que, en algunos casos, la mejor opción es “no molestar” al dispositivo, dejándolo donde descansa para no agravar la situación ambiental ni comprometer la vida del personal de rescate.
Estos incidentes también alimentan la desconfianza internacional sobre los protocolos de custodia nuclear de Estados Unidos y ponen en entredicho la eficacia de los acuerdos sobre no proliferación. Si bien ninguno de estos accidentes culminó en una detonación (gracias a los múltiples seguros diseñados tras los primeros ensayos atómicos), persiste la incógnita de cuánta radiación podría liberarse si sus empaques se deterioran con el tiempo. Conforme avanza el calendario hasta acercarnos al octavo decenio de la era atómica, la memoria de estos artefactos extraviados se convierte en un recordatorio sombrío de que las consecuencias de la Guerra Fría siguen latiendo bajo el mar y los pantanos de América.