Tal y como hemos publicado a lo largo de la tarde, Países Bajos y sus socios «frugales» (Suecia, Dinamarca, Austria y Finlandia) daban un golpe de mano en sus propuestas para el fondo de reestructuración: reducir el total a 700.000 millones de euros (la cumbre partió con un presupuesto de 750.000 millones) y distribuir dicha cantidad a partes iguales entre transferencias no reembolsables y préstamos. El aumento de la partida dedicada a créditos no es otra cosa que incidir en su fundamentalismo austericida e imponer a los países del sur la imposición a sus ciudadanías de duros recortes en pensiones, salarios y Estado del Bienestar.
Esta propuesta ha resultado inaceptable para el resto de socios europeos porque ya se les han dado demasiadas concesiones como, por ejemplo, cheques descuento en su aportación al presupuesto de la UE o no pagar el fondo de reestructuración cuando un país no utilice ese dinero para lo que lo había solicitado. Además, España, Italia, Alemania y Francia creen que los recortes que Holanda y sus aliados exigen son excesivos.
Además, Rutte y sus aliados han recibido un golpe inesperado de parte de la presidenta del BCE, Christine Lagarde, quien, en declaraciones a Reuters, ha señalado que el acuerdo de los líderes debe ser muy ambicioso tanto en tamaño como en los elementos que compongan el paquete de ayudas. Estas palabras de Lagarde frenan uno de los mayores temores que se cernía sobre las pretensiones de Italia y España: una caída de los mercados que, tras las palabras de la presidenta del BCE, se convierte en una amenaza neutralizada.