Gary Lineker ha ganado una gloriosa batalla contra el racismo. Para el que no esté enterado aún, el exfutbolista y presentador deportivo de la BBC desde hace casi un cuarto de siglo mostró su repulsión en Twitter hacia las nuevas leyes antiinmigración del primer ministro Rishi Sunak. “Esta es una política inmensamente cruel dirigida a las personas más vulnerables, usando un lenguaje que no dista del utilizado por Alemania en los años 30”, denunció el presentador comparando a los conservadores trumpistas que dirigen el Reino Unido con los nazis del Tercer Reich. Nunca un tuit fue más acertado y necesario, pero el supremacismo fascista no descansa nunca, de modo que los directivos de la cadena pública británica decidieron cesar fulminantemente a Lineker alegando que había violado las normas de imparcialidad de la cadena.
Todo parecía perdido, pero la cacicada cometida contra el bueno de Gary a manos de los prebostes ultraconservadores de la BBC no iba a quedar ahí. La decisión provocó una oleada de reacciones solidarias en el país, no solo en las redes sociales, sino también en los tabloides de la prensa sensacionalista inglesa que como The Mirror exigieron al Ejecutivo Sunak que los ciudadanos pudieran expresar opiniones políticas libremente y sin miedo a represalias laborales. Miles de espectadores amenazaron con desenchufarse para siempre de la televisión pública británica –antaño garantía de pluralidad, calidad y compromiso democrático–, y compañeros de profesión del exfutbolista advirtieron de que dimitirían en bloque, arruinando el exitoso Match of the Day (Partido del día), que suele ocupar los primeros puestos en las listas de audiencias televisivas. La sintonía del programa sonaría como siempre pero, en señal de protesta, no habría ningún periodista ni colaborador delante de las cámaras. Pocas veces se ha visto una reacción antirracista tan conmovedora y eficaz.
Lo que había sido un asunto laboral interno de una empresa pública empezaba a adquirir tintes de escándalo nacional, de convulsión social y crisis de Gobierno. El huracán Gary había sacudido las conciencias de los británicos y de paso los cimientos mismos del diez de Downing Street. A Sunak se le debió aparecer el fantasma de su predecesora en el cargo, Liz Truss, a quien le costó el puesto su intransigencia política, así que decidió dar marcha atrás, levantar el teléfono y cortar la polémica por lo sano. A las pocas horas de la rebelión de las audiencias, la BBC comunicaba su decisión de restituir a Gary Lineker, consumándose así un hecho histórico en la lucha contra el racismo comparable a otros hitos protagonizados por Rosa Parks, Luther King o Muhammad Ali. Una hermosa batalla se había ganado.
Tras conocer que los magnates de la BBC le levantaban la sanción, Lineker ha vuelto a tuitear: “Por difíciles que hayan sido los últimos días, simplemente no se comparan con tener que huir de tu hogar por la persecución o la guerra para buscar refugio en una tierra lejana. Es muy conmovedor haber visto la empatía con su difícil situación por parte de tantos de ustedes. Seguimos siendo un país de gente predominantemente tolerante, acogedora y generosa”. Impecable.
La BBC, aquella emisora desde la que se retransmitían los mensajes del mundo libre y la resistencia europea contra el fascismo, aquella cadena que radió el célebre discurso con el que Churchill prometió “sangre, sudor y lágrimas” para defender la libertad, ha caído en manos de una banda de trumpistas que, con la excusa de una supuesta norma de imparcialidad, pretende callar a quienes alzan su voz contra el racismo. ¿Qué imparcialidad ni qué niño muerto? La imparcialidad nunca puede ser confundida con la indiferencia o la complicidad con los fanáticos supremacistas. No cabe ser imparcial ni equidistante cuando lo que está en juego es la igualdad de todos los seres humanos ante la ley y ponerle freno a regímenes xenófobos que tratan de abrirse paso en el mundo de hoy. Hay que tomar partido, bajarse a la barricada de la lucha cívica, implicarse. ¿Qué pretende Sunak, ponerle una mordaza a los líderes de opinión que no son de su cuerda, silenciar al pueblo, someter a los británicos para que traguen con sus leyes segregacionistas hasta convertir el Reino Unido en un vomitivo nuevo sistema apartheid? Ni un solo paso atrás con los simpatizantes de las filosofías de la raza superior. Ni un solo compadreo con los nostálgicos del totalitarismo.
Probablemente la movilización de la sociedad británica no consiga detener las leyes antiinmigración de Sunak, que básicamente se reducen a un artículo siniestro: expulsar a todas las personas que entren al Reino Unido “ilegalmente”, según el Gobierno, incluso a aquellas que huyen del hambre y de la guerra. O sea, un golpe de gracia al asilo reconocido por el Derecho Internacional. La vuelta al centro de detención, al puntapié en el trasero y a la devolución en caliente para poner bien lejos al migrante, como un fardo de basura en un país tercero, y God Save The King.
Pero si algo nos enseña el caso Lineker es que en la era de la información y de las nuevas tecnologías en la que estamos metidos hasta las trancas un simple tuit en defensa de los derechos humanos y los valores democráticos puede derrocar gobiernos, instigar las revoluciones más justas y cambiar el mundo. Gary, el viejo conocido de la afición española, como suelen decir los clásicos reporteros deportivos, quedará como un ejemplo para todos. Con su compromiso social y valentía ha dejado de ser un simple comentarista de fútbol para convertirse en un icono del activismo social y la democracia. En este mundo de la posverdad que nos ha tocado vivir no abundan los referentes de su clase. Gracias Lineker por ayudarnos a ganar el partido del día. Quizá el más importante de nuestras vidas.