Gaza al límite: madres y niños hambrientos imploran piedad entre escombros y carpas

Hadriya se desmaya de hambre, Khadija sueña con su cocina y Hiyam añora las risas de sus hijas en el jardín, testimonios desgarradores de madres agotadas por la guerra, el hambre y el desplazamiento, mientras la ofensiva israelí, que ya lleva casi 2 años

22 de Julio de 2025
Actualizado a las 9:52h
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Gaza Mujeres
Una mujer gazatí cocina entre los escombros y la destrucción | Foto: Naciones Unidas

En la ciudad de Gaza, donde las ruinas han sustituido a los hogares y el silencio de los escombros convive con el llanto de los niños, las familias se amontonan en tiendas de campaña que el viento agita sin compasión. Khadija Manoun, una de las miles de desplazadas, relata con voz queda que ha abandonado su refugio provisional más de veinte veces desde que los combates estallaron en la Franja. Lo que antes fue una vivienda nueva, levantada con un préstamo bancario y equipada con electrodomésticos, hoy es un montón de ladrillos rotos y recuerdos que desliza al pasar el dedo por las fotografías de su móvil: la cocina espaciosa convertida en un rincón de escombros donde apenas caben unos viejos envases de plástico para servir té a toda la familia; el baño reducido a un cubículo improvisado con retazos de tela prestada; el dormitorio, reemplazado por maletas destartaladas que guardan lo poco que queda de una vida interrumpida.

El hambre es compañera constante. Manoun describe las carreras entre los camiones cisterna en busca de agua potable, aunque a menudo regresa con los bidones vacíos. Mientras tanto, en la playa al oeste de Gaza, Badriya Al‑Barawi sufre el calor y la sed en su humilde tienda, donde el hambre se cierne sobre sus cuatro hijos que llevan tres días sin probar pan. “Les di hummus esta mañana, pero ¿qué tanto puede llenar el estómago de una familia?”, se pregunta entre sollozos, mientras las lágrimas marcan surcos en su rostro fatigado. Con hipertensión y diabetes, Badriya admite desmayarse cada tarde por la falta de alimento y de medicamentos.

La historia de Hiyam Zayed, de Beit Lahia, repite el mismo drama. Nada más que aquella casa de seis habitaciones con jardín, cultivo propio y gallinas, donde sus ocho hijas corrían y jugaban, queda en el recuerdo. “Tenía lavadora, nevera llena y una cocina con gas. Ahora vivo en una tienda sobre la arena y prendo fuego con leña prestada”, describe, señalando las ropas raídas de sus niñas y el vacío de sus alacenas. “Sin comida, sin lavadora, sin sentimientos… hemos caído en la depresión”, confiesa.

La magnitud de esta crisis humanitaria supera cualquier testimonio individual. Naciones Unidas calcula que más de dos millones de palestinos, toda la población de Gaza, malviven hacinados en apenas el 15 % de su territorio tras la destrucción masiva de viviendas e infraestructuras, y advierte de consecuencias catastróficas para la salud mental y física, especialmente de los menores. Por su parte, el Instituto Central Palestino de Estadística estima que el conflicto ha reducido en torno al 10 % la población de la Franja —entre asesinatos y desplazamientos forzosos— en los últimos meses.

En medio de carpas y desolación, la esperanza asoma tenue. Organizaciones internacionales claman por un alto el fuego inmediato y corredores humanitarios que permitan el acceso de alimentos, medicinas y materiales de reconstrucción. Sin embargo, la incertidumbre política y la escalada de violencia dejan a la población civil atrapada en un limbo trágico, donde cada amanecer es un reto de supervivencia.

Hoy, Gaza no es solo una imagen de ruinas; es el testimonio vivo de madres que imploran piedad, de niños que vagan con el llanto y de familias que, a pesar de haberlo perdido todo, resisten con el último aliento de dignidad. Mientras el mundo observa, los desplazados construyen a tientas un día más, aferrados a la memoria de lo que fue su hogar y al anhelo de recuperar una vida que ya no existe.

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