Genocidio por inanición: Israel ahoga a Gaza con hambre, sed y bombas

Altos cargos del gobierno de Israel tacharon de “desastrosa” la llegada de ayuda y llegaron a calificar la hambruna como “justificada y moral”

17 de Julio de 2025
Actualizado a las 10:49h
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Genocidio Gaza
Niños palestinos sentados entre los escombros de las casas destruidas en el campo de Jabalia, al norte de Gaza | Foto: Naciones Unidas

El polvo de la devastación lo cubre todo en la Franja de Gaza: las calles son cunetas de ruinas humeantes, los hospitales, corredores de muerte, y el suministro de alimentos y agua se ha convertido en un espejismo macabro. “Estamos más allá del vocabulario para describir las condiciones en Gaza”, lanzó ante el Consejo de Seguridad el secretario general adjunto de Asuntos Humanitarios de la ONU, Tom Fletcher, con la voz rota por la impotencia. Solo en junio, las cámaras de medición registraron más de 5 800 niños con desnutrición aguda, la cifra más alta desde que se desató el conflicto.

Mientras la población aguarda en interminables colas con la esperanza de un trozo de pan o un sorbo de agua potable, el sistema sanitario se desmorona. De los 36 hospitales que existían al estallar las hostilidades, apenas 17 funcionan con parches: incubadoras compartidas por cinco recién nacidos, quirófanos improvisados entre cascotes, mujeres parturientas desatendidas porque ya no quedan matronas ni medicinas esenciales. El 70 % de esos fármacos ha desaparecido de las estanterías y no hay garantía de que el mínimo combustible permitido en el último mes llegue hasta las ambulancias o los generadores que mantienen en vida las pocas camas de cuidados intensivos.

El colapso se extiende al agua y al saneamiento. Cuatro de cada cinco instalaciones se hallan en zonas militarizadas o en campos de desplazados, inalcanzables para quienes dependen de ellas. El alivio introducido por la tímida entrada de dos camiones de combustible al día resulta tan insuficiente que Fletcher denunció la burocracia e inspecciones interminables que convierten el paso de cada bolsa de harina en un laberinto de permisos y sellos. “Contar vehículos no equivale a contar ayuda efectiva”, subrayó, recordando que a menudo el material humanitario —si consigue franquear cada control— acaba almacenado sin poder distribuirse.

La violencia también se extiende por Cisjordania, donde el coordinador de la ONU documenta un promedio de cuatro ataques diarios de colonos israelíes: asesinatos, agresiones, bloqueos a ambulancias. “Israel, como potencia ocupante, tiene la obligación legal de garantizar alimentos y atención médica, pero no solo no lo hace: desplaza, mata y deja morir de hambre a los civiles”, recriminó Fletcher al plenario.

La tensión de sus palabras alcanzó su punto más agudo al denunciar que las visas del personal humanitario se conceden a cambio de silencio, mientras se niega la entrada a periodistas internacionales. El 56 % de las solicitudes de acceso para equipos médicos de emergencia han sido rechazadas este año, y muchos cooperantes se ven atrapados en un limbo burocrático que les impide cumplir con su labor. “¿Se está permitiendo el paso rápido y sin trabas de ayuda humanitaria imparcial, como exigen las reglas de la guerra? ¿O se trata de una obstrucción?”, desafió Fletcher a los miembros del Consejo.

Para ilustrar la deshumanización del discurso oficial, el representante de la ONU recordó las declaraciones de altos cargos israelíes que tacharon de “desastrosa” la llegada de ayuda y que llegaron a calificar la hambruna como “justificada y moral” hasta la liberación de los rehenes. “Emplear intencionalmente la inanición como arma de guerra sería un crimen de guerra”, sentenció.

El clímax de su intervención llegó al referirse a la inquietante propuesta de crear una “ciudad humanitaria” en Rafah, diseñada para reubicar por la fuerza a la población palestina. “¿Cómo puede llamarse humanitario un plan que implica el desplazamiento forzoso de civiles?”, preguntó, antes de volver a insistir en lo evidente: bloquear la ayuda, provocar inanición y expulsar a las personas de sus hogares no tiene nada de piedad, ni de política ni de humanidad.

Con la resolución del Consejo pendiendo de la retórica y los vetos políticos, Fletcher cerró su alegato reclamando, una vez más, un alto el fuego inmediato. Su voz—cansada, quizá exasperada—se fundió con la de millones de gazatíes que, sin palabras ya para describir su sufrimiento, solo buscan un instante de alivio. Porque si la diplomacia no encuentra pronto un cauce de dignidad, Gaza se hundirá en un abismo del que ya no servirá ningún eufemismo.

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