Se cumple el primer aniversario de la invasión rusa de Ucrania y Greenpeace, junto con la oenegé ucraniana Ecoaction, ha hecho público un mapa de daños ambientales: un conjunto de casos de destrucción ambiental que se suman a la enorme tragedia humana que vive el país y que deben ser considerados tanto por el Gobierno ucraniano como por la Plataforma de Comisión de Donantes de la Comisión Europea a la hora de planificar y financiar futuros trabajos de restauración natural en Ucrania.
Greenpeace, además, ha denunciado durante todo este año de guerra cómo la dependencia energética europea respecto a Rusia ha estado financiando la maquinaria militar rusa, así como el riesgo sin precedentes del conflicto sobre las instalaciones nucleares.
El mapa muestra cómo la invasión de Rusia ha destruido la naturaleza ucraniana: la tierra y los hábitats están dañados; los ataques con misiles han provocado incendios forestales y los combates han contaminado el suelo y el agua. Además, los incendios en áreas industriales causados por los bombardeos han provocado una contaminación adicional del aire, el suelo y el agua.
Según informaciones oficiales, desde el 24 de febrero de 2022, 1,24 millones de hectáreas de territorio de reserva natural han sido afectados por la guerra. Las hostilidades han impactado un área de tres millones de hectáreas de bosques ucranianos y, en la actualidad, 450.000 hectáreas de bosques están bajo ocupación o en zonas de combate.
“Es complicado mapear el daño causado por la guerra en Ucrania: se cree que gran parte del territorio liberado está lleno de minas y otros explosivos, mientras que las fuerzas rusas aún ocupan partes del país, lo que hace muy difícil recopilar datos en esas zonas. Aun así, debemos prestar mucha más atención a la devastación ambiental para que la restauración de la naturaleza se incluya en la discusión sobre el futuro de Ucrania, ya que necesitará de herramientas, experiencia y compromiso, así como de fondos significativos. Esos fondos deberían asignarse ya, no cuando termine la guerra”, ha señalado Denys Tsutsaiev, responsable de Greenpeace en Kiev (Ucrania).
Las explosiones de cohetes y artillería generan un cóctel de compuestos químicos: monóxido y dióxido de carbono, óxido nítrico (NO), óxido de nitrógeno (NO2), óxido nitroso (N2O), formaldehído, vapor de cianuro de hidrógeno (HCN), nitrógeno (N2). Después de la explosión, estos compuestos se oxidan por completo y los productos de la reacción se liberan a la atmósfera. Los principales, como el dióxido de carbono, no son tóxicos, pero contribuyen al cambio climático. Los óxidos de azufre y nitrógeno también pueden causar lluvias ácidas, cambiando el pH de los suelos y causando quemaduras en la vegetación, especialmente en las coníferas. Las lluvias ácidas son, además, peligrosas para las personas, otros mamíferos y aves, ya que afectan a las mucosas y los órganos respiratorios.
Los fragmentos de metal de los proyectiles también dañan directamente el medio ambiente. El hierro fundido mezclado con acero es el material más común de las municiones y contiene no solo el hierro y el carbono habituales, sino también azufre y cobre. Esas sustancias se introducen en el suelo y pueden filtrarse a las aguas subterráneas, eventualmente penetrando en las cadenas alimenticias e impactando a personas y animales.
Los datos han sido recopilados por Ecoaction y posteriormente cotejados y mapeados por Greenpeace a través de imágenes satélites. De los casi 900 casos recopilados, se han elegido 30 para mostrar en el mapa los daños más graves causados en estos 365 días de guerra. Todos los casos en el mapa han sido clasificados por tipo de daño e incluyen una breve descripción de cada uno. La monitorización continúa mientras siga la guerra.