Israel ha entrado en un momento psicótico. Sus gobernantes (ultraderechistas y radicales religiosos, no lo olvidemos) no solo han declarado la guerra a los palestinos, sino también al resto del mundo. Netanyahu y los suyos ya ven antisemitas en todas partes sin reparar en que quizá sean ellos, descendientes de aquellos que vivieron el horror del Holocausto, los que han terminado convirtiéndose en los nuevos nazis del siglo XXI. Cualquiera que se atreva a denunciar los crímenes de guerra que Israel está cometiendo en la Franja de Gaza es acusado de cómplice de Hamás. Cualquiera que ose levantar la voz contra el asesinato masivo de niños masacrados por los misiles judíos es inmediatamente tachado de terrorista. Todo aquel que pida un alto el fuego, una tregua, una vuelta a la mesa de negociación, en definitiva, que alguien detenga el baño de sangre, la locura de la limpieza étnica y la orgía de destrucción de un pueblo entero es calificado, al instante, de peligroso yihadista.
Hace apenas una semana, Ione Belarra probó en sus carnes la intolerancia, la arrogancia y el victimismo patético de quienes en mala hora gobiernan Israel. La ministra, en su legítimo derecho a la libertad de expresión, se atrevió a pedir sanciones duras contra el régimen de Tel Aviv por el genocidio palestino y aquello costó la airada protesta de la Embajada israelí, además de un incidente diplomático muy bien sorteado, por cierto, por Albares. El titular de Exteriores se puso en su sitio, contactó con la emisaria hebrea para protestar por el “inamistoso” comunicado y se dio por zanjada la cuestión. Por una vez la diplomacia española tenía voz propia y no funcionaba al dictado de la partitura escrita por Estados Unidos.
El último en sufrir el látigo bíblico de Israel ha sido António Guterres, secretario general de la ONU. Al honrado político lisboeta se le ocurrió salirse de la doctrina sionista oficial y en un arrebato de sinceridad desinhibida soltó que “los ataques de Hamás del 7 de octubre no vienen de la nada: el pueblo palestino ha estado sometido a 56 años de ocupación asfixiante”. No estaba defendiendo a unos ni a otros, solo hacía un análisis histórico fidedigno de la realidad, de los factores y las causas, de por qué se ha llegado al borde del Apocalipsis en Oriente Medio tras décadas de incumplimiento sistemático de las resoluciones que marcan la hoja de ruta hacia la Solución de los Dos Estados, uno palestino y otro hebreo. Sin embargo, automáticamente Israel pedía su dimisión, lo declaraba persona non grata y retiraba los visados al personal de Naciones Unidas, abriendo un nuevo frente, esta vez contra la ONU, que es tanto como declararle la guerra al resto del mundo. Llegados a este punto, solo cabe decir que debemos sentirnos orgullosos de que España esté en el lado bueno de la historia, con la defensa de los derechos humanos y alineada con ese minoritario club de países que como Portugal y Alemania han mostrado su apoyo incondicional a Guterres frente a las presiones intolerables y totalitarias de Israel. Sin duda, la posición del Gobierno Sánchez está siendo ejemplar en esta enésima crisis árabe-israelí. Todo lo contrario que Feijóo y Ayuso, que están dando un espectáculo sonrojante de analfabetismo histórico, político y jurídico con su demostración de sionismo fanatizado con un solo objetivo: erosionar el sanchismo.
Ya era hora de que Naciones Unidas tuviese al frente a un líder capaz de decir las verdades del barquero caiga quien caiga y le duela a quien le duela. Los detractores del gran organismo supranacional diseñado por los aliados en la Conferencia de Yalta de 1945 a menudo suelen decir que la ONU es un teatrillo inservible e inútil. Y lo único cierto es que si no existiera habría que inventarla. Si el mundo de hoy es ya una jungla despiadada donde el pez grande se come al chico, no queremos ni pensar lo que sería sin un foro global donde se invoca el derecho internacional, donde pueden denunciarse las guerras injustas y donde se ponen encima de la mesa los genocidios, las fosas comunes, las matanzas indiscriminadas.
Presidente de la Internacional Socialista, Alto comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados, voz autorizada de la izquierda europea, para la extrema derecha internacional trumpizada Guterres encarna lo peor del progresismo woke. Da igual lo que haga o diga. Si se planta por sorpresa en la frontera egipcia de Rafah, exigiendo el paso de los camiones con ayuda humanitaria para los palestinos, se mofan de él y lo acusan de montar una performance. Si denuncia que el ser humano “ha abierto las puertas del infierno” con el cambio climático, los anarcocapitalistas y negacionistas extendidos por todo el planeta se le echan encima acusándolo de promover la dictadura ecologeta. Y si se pone firme con Trump, exigiéndole que no aplique medidas racistas como el veto migratorio, o con Putin, a quien conmina a que, “en nombre de la humanidad, devuelva sus tropas a Rusia”, los partidarios de las autocracias se lanzan como hienas hambrientas sobre él como queriendo comérselo vivo. Para el nuevo fascismo posmoderno, Guterres es el mismísimo Anticristo, la reencarnación de Lenin, lo puto peor.
El nacionalpopulismo conspiranoico y delirante marca Qanon ha metido al honrado secretario general de la ONU en la lista negra de progres que secuestran niños para beberse su sangre en secretas orgías vampíricas, junto a Bill Gates, George Soros, Hillary Clinton y Tom Hanks (la verdad es que este Forrest Gump pinta más bien poco en la esfera internacional). A esa pira de odio han arrojado también al papa Francisco, a quien le han colgado el sambenito de peligroso comunista. La extrema derecha española, sin ir más lejos, no comulga con el actual Sumo Pontífice y tiene su retrato boca abajo en las parroquias más ultras y opusinas de Madrid. Promotor de manifestaciones antiabortistas y de aquelarres homófobos, el catolicismo patrio es ya el más radicalizado de toda Europa, la vanguardia de la rebelión preconciliar, y ha adelantado por la derecha al de Irlanda y Polonia, donde se da misa nocturna en latín y con antorchas, se le aplica el cilicio al personal para purgar sus pecados y se celebran festiva y multitudinariamente los exorcismos y milagros de la Virgen María, tal cual como en la Edad Media. Las derechas españolas tienen entre ceja y ceja a Bergoglio, y en su intento de retornar a los tiempos del Concilio de Trento y a la Santa Inquisición lo consideran poco menos que un diablo con rabo y cuernos salido del averno para destruir la Iglesia de Pedro.
Al igual que para el mundo ultraderechista Francisco es el Antipapa en lo religioso, Guterres es el Antipapa en lo político. Puro azufre para el fascismo rampante. Ambos son dos piedras robustas y angulares en el maltrecho edificio del humanismo progresista a punto de derrumbarse. Dos voces que predican en el desierto de este enloquecido planeta.