Israel confirmó este martes haber ejecutado un ataque aéreo en Doha, la capital de Qatar, dirigido contra la cúpula política de Hamás. La acción, descrita por las Fuerzas de Defensa de Israel (IDF) y la Agencia de Inteligencia de Seguridad (ISA) como un “ataque preciso”, marca una escalada significativa: por primera vez, la confrontación entre el Estado hebreo y el grupo terrorista se traslada a un país del Golfo Pérsico considerado hasta ahora terreno neutral para la diplomacia regional.
“Durante años, estos miembros de la cúpula de Hamás han liderado las operaciones de la organización terrorista. Son directamente responsables de la brutal masacre del 7 de octubre y han orquestado la guerra contra el Estado de Israel”, señaló el comunicado oficial del ejército israelí. Horas después de las explosiones en Doha, Hamás condenó la ofensiva como una acción “cobarde”, subrayando que la operación rompe con los canales informales que Catar había albergado durante años para el contacto indirecto entre las partes en conflicto.
El Gobierno israelí quiso despejar cualquier ambigüedad: no se trató de una acción encubierta ni compartida con aliados. “La operación contra los principales cabecillas terroristas de Hamás fue una operación israelí totalmente independiente”, afirmó la oficina del primer ministro, Benjamín Netanyahu. “Israel la inició, la llevó a cabo y asume toda la responsabilidad”, añadió el comunicado.
El ministro de Finanzas, Bezalel Smotrich, que ejerce también como una de las voces más duras del Ejecutivo en materia de seguridad, celebró la acción en la red social X: “Los terroristas no tienen ni tendrán inmunidad ante la mano larga de Israel en ninguna parte del mundo”.
El mensaje refuerza la doctrina de extraterritorialidad que Israel ha utilizado en ocasiones anteriores contra líderes de grupos armados, pero que pocas veces había alcanzado la dimensión de atacar en pleno territorio de un aliado estratégico de Occidente.
Reacciones inmediatas
El primer pronunciamiento internacional llegó desde Teherán. El portavoz del Ministerio de Exteriores iraní, Esmaeil Baghaee, calificó la operación de “peligrosa” y de “violación del derecho internacional”. Irán, principal patrocinador de Hamás, acusa a Israel de haber cruzado una línea roja al trasladar el conflicto a un tercer país.
La decisión puede tensar la relación de Israel con Qatar, país que durante años ha albergado la oficina política de Hamás y que ha ejercido de mediador en intercambios de prisioneros y negociaciones de alto el fuego. Doha, que mantiene al mismo tiempo vínculos estratégicos con Washington y alianzas discretas con Teherán, podría encontrarse ahora en una posición incómoda: seguir actuando como canal de diálogo, o endurecer su posición frente a un Israel que ha golpeado directamente en su capital.
Implicaciones
El ataque plantea múltiples incógnitas estratégicas. En primer lugar, marca un salto cualitativo en la guerra contra Hamás: ya no se limita a Gaza, Cisjordania o los países vecinos, sino que se expande a espacios diplomáticamente sensibles. En segundo lugar, envía un mensaje a otros actores regionales (en particular Hezbolá en Líbano y milicias proiraníes en Siria e Irak) de que Israel está dispuesto a perseguir a sus enemigos dondequiera que se encuentren.
La operación también complica el equilibrio entre seguridad y diplomacia. Qatar había logrado, hasta ahora, mantener un rol de “facilitador imprescindible” para Occidente: canal de financiación para Gaza, anfitrión de la oficina política de Hamás y mediador en contactos indirectos con Israel y Estados Unidos. Al bombardear en Doha, Israel debilita ese papel, pero también arriesga aislarse de un mediador clave en futuras negociaciones.
El dilema de Occidente
El ataque en Qatar coloca a Estados Unidos y a la Unión Europea ante un dilema incómodo. Por un lado, ambos respaldan el derecho de Israel a defenderse tras los ataques del 7 de octubre. Por otro, su alianza con Qatar como socio energético y mediador en Oriente Medio es estratégica. Admitir sin reservas la legitimidad del ataque podría erosionar su relación con Doha; condenarlo, en cambio, significaría cuestionar la doctrina israelí en un momento de máxima tensión regional.
A falta de pronunciamientos oficiales de Washington o Bruselas, la operación ya se percibe como un punto de inflexión. Israel no solo busca castigar a los líderes de Hamás: pretende demostrar que, más allá de las fronteras de Gaza, la guerra puede librarse en cualquier capital que dé cobijo a su enemigo.