Si algo nos enseñan las elecciones alemanas es que la socialdemocracia no ha muerto. Puede que, entre crisis económicas, recortes y auges del nuevo fascismo posmoderno, esté agonizante. Pero sigue viva. Y es el único instrumento político que puede garantizar el Estado de bienestar mediante una filosofía basada en la intervención estatal que frene los abusos del mercado salvaje, en planes de redistribución de la riqueza, en una fuerte inversión en servicios públicos y en una política fiscal justa y progresiva que permita conservar los avances sociales logrados en las últimas décadas.
Tras la Segunda Guerra Mundial, Europa entendió que los extremismos fascistas y comunistas solo conducían a callejones sin salida. La izquierda abandonó el marxismo y algunos como Carrillo inventaron aquello del “eurocomunismo”, que no dejaba de ser una resignada renuncia a la revolución y una asimilación del capitalismo como modelo económico a seguir. Por su parte, la derecha se adaptó al sistema, abandonó tentaciones reaccionarias y totalitarias y abrazó postulados de la izquierda como la garantía de unos derechos humanos básicos que se consagraron en las constituciones del viejo continente (aquí sería justo decir que la derecha española no hizo ese necesario reciclaje hacia la democracia y la modernidad al estar fuertemente lastrada por la herencia de cuarenta años de franquismo).
Durante años, los partidos socialistas vivieron su momento de esplendor y una parte de la utopía igualitaria pudo hacerse realidad en todas partes, en Alemania, en los países escandinavos y en Francia, entre otros muchos lugares. Fue así como Europa logró superar el trauma de la posguerra y dar el salto adelante hasta convertirse en uno de los pocos oasis del mundo donde se puede vivir en paz y prosperidad.
Sin embargo, a partir de los años noventa la socialdemocracia empezó a dar signos de agotamiento. El thatcherismo, la corrupción de los Gobiernos socialistas, las cíclicas crisis económicas que encontraron en la izquierda al culpable perfecto, el derrumbamiento del bloque soviético y el resurgir de la extrema derecha hundieron la socialdemocracia, que dio a Europa sus mejores años de la historia. El naufragio de los partidos progresistas en países nórdicos, en Francia, Grecia e Italia, pusieron el certificado de defunción al sueño de una sociedad más justa.
Ayer, los socialdemócratas alemanes resucitaron cuando nadie lo esperaba. El Partido Socialdemócrata (SPD) ha ganado las elecciones federales con un 25,7 por ciento de los votos, ligeramente por delante de la coalición formada por la Unión Demócrata Cristiana (CDU) y la Unión Social Cristiana (CSU), que ha cosechado el peor resultado electoral de la historia reciente. El líder socialista, Olaf Scholz, ha apostado por formar un Gobierno tripartito con Los Verdes y liberales y el partido de Angela Merkel (que ayer se retiró de la política tras un largo mandato) ya ha anunciado que movilizará toda su maquinaria política para evitar una Cancillería de izquierdas. No cabe duda de que los alemanes han hablado con claridad y han dicho que quieren un cambio. Es una reedición de lo que ha venido pasando en España en las últimas citas electorales, donde los españoles han votado izquierda hartos de gobiernos del PP marcados por los recortes y la corrupción institucionalizada.
Socialdemocracia, semáforo y Jamaica
Sin embargo, con un empate técnico, la sombra de un posible bloqueo, tal como ocurrió en nuestro país en las últimas citas electorales, planea peligrosamente. La llave del nuevo gobierno la tendrán verdes y liberales, que escucharán ofertas de socialistas y conservadores. 'Coalición semáforo' a la izquierda o 'coalición Jamaica' a la derecha. De los centristas puede esperarse cualquier cosa, pero los ecologistas deberían mirar más a la izquierda que a la derecha por propia afinidad política. De cualquier forma, la esperanza de un Gobierno progresista en Alemania, tras décadas de conservadurismo, es más real y posible que nunca. Si cuaja el proyecto, el viento alemán podría tener un fuerte impacto en el resto de Europa, resucitando los viejos partidos socialistas moribundos o en decadencia tras la desaparición de la URSS.
De momento, la socialdemocracia ha resucitado cuando más se la necesitaba. El mundo pospandemia va a necesitar de una ingente cantidad de dinero en fondos y prestaciones para ayudar a los millones de europeos que han quedado atrás con la crisis. Solo desde posiciones socialdemócratas se puede dar respuesta a los problemas del Estado de bienestar, duramente recortado por las políticas austericidas merkelianas. La Sanidad y la ciencia necesitarán más inversión pública que nunca. La Educación y la investigación universitaria exigirá más apoyo que en ningún momento de la historia. Los esfuerzos en servicios públicos, pensiones y prestaciones sociales tendrán que redoblarse. La lucha agónica contra el cambio climático precisará de fuertes subvenciones a empresas privadas y proyectos estatales. Ese programa de lo que está por hacer, la Agenda 2030, no es cosa de sanchistas o de movimientos comunistas o antisistema. Lo han asumido organismos nada sospechosos de bolchevismo como el Fondo Monetario Internacional o la OCDE. Todo ese plan no podrá hacerlo realidad la derecha, incapaz por propias convicciones ideológicas, y tendrá que acometerlo la socialdemocracia. Scholz ha dado hoy el primer paso en la hoja de ruta. No todo está perdido.