Hace solo unos días, la primera ministra italiana, Giorgia Meloni, aseguraba que los “migrantes ilegales impiden recibir a verdaderos peticionarios de asilo”, distinguiendo cruelmente entre extranjeros de primera y de segunda categoría, entre negros y arios, entre africanos y ucranianos (los primeros no tendrían derechos mientras que los segundos sí). Una vez más, las crueles palabras de la líder ultraderechista iban a convertirse en una profecía autocumplida además de una demostración de hasta dónde son capaces de llegar las monstruosas políticas del nuevo fascismo posmoderno.
Hoy, una barcaza con 200 personas a bordo era arrastrada por el mar, estrellándose contra las rocas cerca de las costas de Calabria, al sur del país, dejando un reguero de 60 muertos, entre ellos varios niños (también un recién nacido), cuyos cadáveres inertes terminaron flotando en la bahía o sobre la arena de la playa más próxima. Los Guardacostas recibieron el mensaje, pero no salieron al rescate alegando que las condiciones climáticas hacían peligrosa la navegación, según el diario La Repubblica. Falso. Una patrullera está perfectamente capacitada para soportar vendavales mucho más fuertes que el temporal que asolaba la zona en el momento en que se produjo el naufragio. La orden de rescatar supervivientes nunca llegó a la sala de control sencillamente porque así figura en el programa electoral de la extrema derecha italiana, que es el cuaderno de bitácora que conduce al país vecino hacia su completa deshumanización. La consigna es no atender el SOS de las pateras; abandonar a las personas que caen al mar; no socorrerlas. Dejarlas morir ahogadas. Ha sido un inhumano y horrendo crimen político, nazismo planificado, otro holocausto mucho más astuto y sibilino, ya que se ahorra el costoso horno crematorio para dejar que el mar haga su trabajo y engulla a los indeseables.
Se cree que más de 26.000 personas han perdido la vida en los últimos diez años tratando de llegar a las costas europeas. La cifra no deja de ser una mera aproximación, ya que contabiliza únicamente los cuerpos recuperados. Nadie puede saber cuántas pateras hay en el fondo del mar, cuántos cadáveres, cuántos crímenes por omisión. Probablemente miles, decenas de miles. Este ha sido el primero de muchos pequeños genocidios que tienen que llegar y que necesariamente recaerán sobre las espaldas de Meloni y su gabinete nacionalista, xenófobo y garibaldino.
El derecho internacional marítimo, no nos cansaremos de repetirlo, exige que cualquier país que tenga conocimiento de un naufragio movilice a sus barcos más cercanos, allá donde se encuentren, para llevar a cabo el salvamento. Es una máxima jurídica suscrita por la comunidad internacional además de una cuestión de la más elemental lógica humanitaria. No atender a la llamada de socorro supone cometer un delito de homicidio por omisión. Sin embargo, para Meloni y su grupo salvaje de ministros ultras, todos esos espaldas mojadas que se juegan la vida para llegar a Europa en busca de un futuro mejor no son personas, son poco menos que ganado, insignificantes sombras del Tercer Mundo, seres inferiores cuyas vidas no importan a nadie. ¿Qué habría pasado si en lugar de una patera se hubiese hundido un crucero de lujo con gente de bien, como diría Feijóo? Toda la Armada al completo se habría dirigido al lugar del siniestro de inmediato para socorrer y rescatar la mayor cantidad posible de vidas humanas.
En el fondo, esto es lo de siempre. Hay un racismo económico, financiero, el que se ha instalado en el Gobierno del Palacio de Chigi y que discrimina entre carteras de piel y hatillos, entre trajes y andrajos, entre ricos y pobres. Nuestras televisiones apenas le dedican un minuto a la noticia. Así, con la droga del olvido, nos van preparando, nos van insensibilizando para cuando llegue al poder la ultraderecha ibérica. Poco a poco los brutales naufragios con migrantes irán desapareciendo de los telediarios hasta que el problema deje de existir. Ni siquiera el sucesor de Merkel, el canciller alemán Scholz (centrado en los preparativos de la Tercera Guerra Mundial) muestra ya el menor interés por la tragedia inmensa que acontece en el Mediterráneo porque no da votos ni audiencias. ¿Qué fue del espíritu Aquarius, aquel buque rebosante de inmigrantes que fue acogido en el puerto de Valencia en una de las muestras de solidaridad más dignas y emotivas que se recuerdan? Se lo llevó por delante la pandemia.
Queda claro que las políticas ultraderechistas ya están matando gente en el Mare nostrum. Meloni, al igual que su predecesor Salvini –aquel enloquecido ministro del Interior que encarcelaba activistas por salvar vidas humanas y que amenazó con sacar a sus acorazados de puerto para bombardear botes a la deriva llenos de gente indefensa–, no está haciendo más que lo que prometió que haría. La gran pregunta sigue siendo cómo pudo ser que fuese votada por tantos millones de italianos que se tragaron el bulo del miedo, la fábula del africano que pretende invadirnos para contaminar, con su sangre y su miseria, la cristiana, blanca y opulenta Europa.
Dice la RAI que los servicios de salvamento están trabajando en la búsqueda de supervivientes en el cementerio marino calabrés. Otra mentira más. Se afanan, en todo caso, en la limpieza de las playas, que han quedado repletas de feos cadáveres, lo cual es malo para el turismo. Meloni ya se ha manchado las manos de sangre, tal como juró. Todo por la patria. Viva Italia.