La última masacre israelí en Gaza supera todo lo que se había visto hasta ahora, y eso que era difícil. Más de cien muertos y un millar de heridos en un ataque cruel, salvaje y despiadado contra una cola del hambre de palestinos en el devastado barrio de Rimal es algo que la humanidad no puede digerir como si nada. La prensa internacional dedica amplios espacios a la “matanza de la harina”, como se ha bautizado al atentado que las tropas de Netanhayu perpetraron contra un grupo de gazatíes que se agolpaba frente a un puesto de comida. Gente hambrienta y sedienta, gente al borde de la muerte por desnutrición, gente inocente que no tiene nada que ver con Hamás, ni con el conflicto árabe/israelí, ni con la fase diabólica en la que ha entrado la política internacional. La imagen aérea, a vista de dron, produce escalofríos. Un remolino de seres humanos agolpándose, como hormigas, alrededor del punto de reparto de alimentos; un estallido de violencia y cientos de puntitos negros desperdigándose en desbandada del lugar. El genocidio televisado. El mal como videojuego. El horror en su máxima expresión.
Tel Aviv, tirando de su habitual lenguaje eufemístico, ha calificado la carnicería de “incidente”, pidiendo que se respete la habitual pantomima de investigación. Y algún que otro carnicero de la Plana Mayor ha tenido el cuajo de decir públicamente que los soldados se vieron obligados a disparar ante “la horda” descontrolada. ¿Pero investigación de qué si había cadáveres con disparos en la cabeza y en el pecho por todas partes? ¿Una muchedumbre de necesitados de pan puede ser considerada “una horda? Sin duda, habrá un antes y un después de la “matanza de la harina” como también lo hubo en la guerra de Bosnia, cuando las tropas proyugoslavas, durante el asedio a Sarajevo, mataron a decenas de personas durante un bombardeo indiscriminado en el mercado de Markale. Aquello provocó una ola de indignación en todo el mundo y fue el detonante para el inicio de los ataques aéreos de la OTAN contra las tropas serbobosnias. El gobierno de Belgrado se vio acorralado por la presión internacional y poco después llegaron los acuerdos de paz de Dayton, poniendo fin al genocidio. ¿Podrían ser los sangrientos sucesos de ayer en Gaza el punto de inflexión para que se ponga fin al exterminio planificado del pueblo palestino? Habrá que esperar a ver cómo se desarrollan los acontecimientos, pero nos hemos vuelto escépticos y mucho nos tememos que todo seguirá igual. Palestina se ha convertido en un incordio, en una molestia, para Occidente.
Cada día que pasa, Netanyahu se supera en nivel de sadismo. Las últimas noticias que nos llegan de Gaza nos hablan de una crisis humanitaria sin precedentes. Hace solo unas horas, conocíamos que cuatro niños han muerto de inanición en el hospital Kamal Adwan. El Gobierno hebreo no solo mata a bombazo ciego, también disfruta liquidando palestinos mediante otros procedimientos aún más tormentosos y torturantes como dejarlos en ayunas. Si la ayuda humanitaria no está llegando a las zonas devastadas por la guerra es sencillamente porque el régimen hebreo lo impide. Decir que con cien camiones diarios se puede alimentar a una población de dos millones de personas famélicas resulta un sarcasmo intolerable y un lenguaje propio del nazismo. En Gaza harían falta miles de convoyes diarios para rescatar a la población de la peor muerte que existe: la muerte por hambre y sed. Todo ello mientras los colonos presionan a Netanyahu para que abra las fronteras ya mismo y permita nuevos asentamientos en las tierras robadas a los palestinos. Limpieza étnica y saqueo o expolio de territorios, todo en uno y ante las narices de los líderes del mundo. Un método que conocieron bien los españoles republicanos del 39.
Mientras tanto, Borrell condena el último crimen de guerra; António Guterres lo condena también; aquí todo el mundo condena con la boca pequeña o con la grande, qué más da, pero nadie mueve un solo dedo para detener el genocidio, que prosigue lenta e imparablemente. Este conflicto ya no puede encararse con los parámetros del siglo XX. Estos nuevos judíos opulentos, ultraortodoxos, supermilitarizados e inhumanos ya no tienen nada que ver con aquellos seis millones de víctimas inocentes fumigadas en las cámaras de gas de Hitler. El conflicto palestino/israelí es un nuevo escenario que se puede explicar perfectamente sin el antecedente del holocausto cometido durante la Segunda Guerra Mundial. Se puede y se debe denunciar las atrocidades cometidas en Gaza sin miedo a que a uno lo llamen antisemita, pronazi o amigo de Hamás y sin remordimiento de ningún tipo. Ese chantaje ideológico hace tiempo que ya no cuela. No hay causa más justa que defender a los palestinos ante quienes quieren exterminarlos. No hay misión más noble que levantar la voz contra los asesinos que sueltan bombas o balas. No hay tarea más necesaria que darle la voz a esa multitud de mujeres, niños y ancianos que pedían pan y se encontraron un tiro en la frente.
Moralmente, éticamente, se debe condenar la Solución Final de los nazis contra el pueblo judío y al mismo tiempo denunciar toda esta barbarie, toda esta orgía de venganza, sangre y cuerpos despedazados a la que estamos asistiendo. Los civiles palestinos de hoy son los judíos exterminados de ayer. Cambia el escenario (el gueto de Varsovia por la Franja de Gaza) y el momento histórico (1939 por 2024), pero el horror es exactamente el mismo. Sombras harapientas y cadavéricas revolviendo entre la basura, entre las ratas, para llevarse algo a la boca. Niños descalzos, consumidos y con caras de viejos jugando entre los escombros. Pronto no quedará un solo palestino vivo, solo el motor del buldócer allanando el camino a las residencias y hoteles de lujo solo para israelíes. ¿Hasta cuándo vamos a tolerar este horrendo apartheid? ¿Dónde están la ONU y la UE tan rápidas a la hora de sancionar a Putin y tan prudentes con el amigo sionista? ¿En qué despacho se ha ocultado o bajo qué cama se ha metido el abuelete Biden, cuyos funcionarios de la Casa Blanca acaban de reconocer que ya van 25.000 palestinos asesinados? El cuento que nos habían contado de que este era el progre y Trump el malo ya no se sostiene. Gaza llora a sus muertos de hoy, mañana habrá otra inevitable tanda o remesa. Ese llanto rutinario que el mundo escucha tan indiferente como impasible.