Desde que Jorge Mario Bergoglio fue elegido pontífice en marzo de 2013, su perfil se ha caracterizado por la cercanía al pueblo y una intensa agenda internacional. Sin embargo, esa misma visibilidad y las áreas de conflicto que visita han convertido al papa Francisco en blanco de al menos dos complots de magnitud y naturaleza muy distintas: uno en Irak en 2021, y otro en Indonesia en 2024.
Además, su línea de papado orientada hacia la cercanía con el pueblo de cualquier credo y su lucha contra la corrupción iba en contra de lo impuesto durante el periodo ultraconservador de Juan Pablo II, un papa que engañó a mucha gente con una imagen afable que escondía una mano de hierro, provocó que muchos pensaran que iba a terminar asesinado, como lo fue Juan Pablo I.
Un pontífice itinerante bajo amenaza
El papa Francisco realizó más de 40 viajes internacionales, enfrentándose a condiciones de seguridad extremas para acercarse a comunidades marcadas por la guerra, la pobreza o la persecución religiosa. Esa voluntad de «ser peregrino de la paz», como él mismo declaró tras su histórica visita a Irak, lo expuso a riesgos excepcionales que incluso sus colaboradores inicialmente desaconsejaron.
En marzo de 2021, Francisco se convirtió en el primer pontífice de la Iglesia Católica en visitar Irak, un país que apenas se recuperaba de la ocupación de Estados Unidos y de la brutalidad del Estado Islámico. Aquel viaje de tres días incluyó seis ciudades, entre ellas Mosul, epicentro de la resistencia contra ISIS. Según relató el propio pontífice en su autobiografía Esperanza, dos atentados suicidas estuvieron a punto de consumarse durante su estancia.
Las agencias de inteligencia británicas, tanto la civil como la militar, informaron a la policía iraquí sobre la inminencia de los ataques nada más aterrizar el avión papal en Bagdad. Los servicios de seguridad iraquíes, a su vez, alertaron al equipo de escolta vaticano.
En palabras del papa, «una mujer con explosivos y un camión cargado de bombas» se dirigían a Mosul con la intención de detonar sus cargas durante los actos públicos. Gracias a la intervención conjunta, los agresores fueron interceptados y «ya no estaban allí» cuando el pontífice preguntó por su paradero, en referencia a que fueron neutralizados antes de llegar a su objetivo.
Hasta con arco y flechas
Tres años después de la visita a Irak, el 2 y 3 de septiembre de 2024, la Policía Nacional de Indonesia desbarató otro intento de magnicidio contra Francisco, esta vez durante su gira por Yakarta y otras grandes ciudades del archipiélago. Hay que recordar que este país asiático es de mayoría musulmana y en él se refugian distintas facciones radicales que no comprenden el entendimiento entre diferentes credos. Mientras la gran mayoría de los musulmanes indonesios acogían con alegría la visita papal, una minoría preparó un complot para asesinarle.
Siete personas fueron detenidas bajo la acusación de planear el asesinato del Sumo Pontífice, después de que las fuerzas antiterroristas encontraran un arco y flechas, un dron y panfletos del Estado Islámico entre sus posesiones.
El portavoz policial explicó que la investigación avanzó gracias a la colaboración de ciudadanos y a un sistema de monitorización en redes sociales que detectó mensajes sospechosos. Los detenidos, cuya identidad no se hizo pública, habían manifestado su oposición a que el papa rezara en mezquitas durante su visita y a que las cadenas de televisión locales interrumpieran la llamada a la oración islámica durante los eventos papales.
Los protocolos vaticanos
Ambos complots demostraron la necesidad de una estrecha colaboración entre agencias de inteligencia y seguridad de distintos países. En Irak, la seguridad del Estado vaticano y el servicio secreto británico trabajaron con la policía iraquí para proteger al pontífice; en Indonesia, la coordinación entre la Policía Nacional y unidades antiterroristas locales, junto con la inteligencia ciudadana, evitó un ataque con armamento rudimentario pero potencialmente letal.
Desde la década de los 80 del siglo XX, el Vaticano ha reforzado sus protocolos de seguridad, adaptándolos a cada contexto cultural y geopolítico. Además de escudos antiexplosivos y un cerco móvil de seguridad, la Gendarmería Vaticana y la Guardia Suiza han ampliado sus procedimientos de vigilancia en ciudades de alto riesgo, combinando tecnologías de detección con patrullajes discretos.
Reacción del pontífice y del Vaticano
Tras conocerse las tramas, el papa Francisco expresó su gratitud a las fuerzas de seguridad y a las agencias de inteligencia que impidieron su muerte. En Esperanza, destaca que «se conmovió» por el sacrificio de quienes arriesgaron su vida para protegerlo, recordando que su misión pastoral debía continuar.
Por su parte, la Secretaría de Estado del Vaticano emitió comunicados oficiales condenando los atentados y calificando ambos complots como «actos de barbarie» que atentan contra la libertad de conciencia y de culto.
¿Complots vaticanos?
A pesar de que los residuos del ultraconservadurismo de Juan Pablo II han generado, en ocasiones, mucho ruido por las acciones del papa Francisco, no existen documentos, filtraciones fidedignas ni investigaciones judiciales que sostengan la existencia de un complot interno para asesinar al papa Francisco. Más allá de las teorías de la conspiración que llenan las redes sociales, el Vaticano ha guardado un perfil bajo. En contadas ocasiones, como sucedió en Filipinas, ha desmentido directamente rumores de atentados. En otros, ha preferido mantener el silencio institucional, confiando en la discreción de sus servicios de seguridad y en la presunción de que cualquier plan de magnicidio se descubriría y neutralizaría antes de su ejecución.
La figura del papa Francisco ha simbolizado un pontificado de contacto directo con el pueblo. Sin embargo, esa misma cercanía exige protocolos rigurosos. Los atentados frustrados son un recordatorio de que, aún en los escenarios más inesperados, la protección del líder de la Iglesia Católica requiere alianzas estratégicas con gobiernos y agencias de seguridad de todo el mundo.