La violencia solo engendra violencia. Hace un mes, a los campos de tiro israelíes apenas acudía un puñado de fanáticos de las armas a realizar sus ejercicios diarios. Hoy, tras los atentados de Hamás y la operación de castigo de Israel contra la Franja de Gaza, una guerra injusta y cruel, la demanda se ha desbordado y son cientos los ciudadanos que acuden a estas instalaciones para aprender a disparar. La psicosis ante una invasión, bien de los guerrilleros palestinos o de los países árabes que los apoyan y financian, se ha disparado en solo tres semanas. Muchos son los israelíes que ven la necesidad de defenderse ante un eventual ataque. La mayoría ya sabe empuñar un fusil o revólver, pero sienten la necesidad de perfeccionar la puntería para el caso de que irrumpa en su kibutz, asentamiento o colonia un comando de Hamás.
“Desenfunden, apunten, ¡fuego!”, grita un militar retirado a civiles israelíes antes de que resuene el estruendo en ráfaga. Tras la reciente flexibilización legal para adquirir armas en Israel, miles de personas, traumatizadas por la masacre del brazo armado del grupo islamista Hamás, aprenden a disparar, muchas convencidas de que la paz no llegará nunca, informa Efe.
“Academia Israelí de Antiterrorismo y Seguridad”, se lee sobre una reja con alambre de púas entre las colinas desérticas de Efrat, un asentamiento israelí en Cisjordania ocupada, en cuyo interior los estridentes disparos y el olor a pólvora inundan el ambiente. La corresponsal de la Agencia Efe Yemeli Ortega describe la situación. “Aunque es la primera vez en su vida que sostiene una pistola, a Moria no le tiembla la mano. Junto a esta madre de seis niños, una decena de israelíes –judíos religiosos, agricultores y programadores informáticos– toman una clase básica de tiro. El blanco al que apuntan: imágenes de milicianos palestinos encapuchados o armados”.
“Quiero saber cómo se usa esta cosa, aunque espero no tener que usarla. Mi esposo está en el Ejército, estoy sola con los niños en la casa, debo protegerlos”, dice Moria mientras se ajusta la faja donde se adhiere la pistola, alrededor de su menudísima cintura.
El pasado 7 de octubre Hamás llevó a cabo un sangriento ataque, el peor de la historia, que combinó con el lanzamiento de miles de cohetes y que dejó más de 1.300 muertos, 5.400 heridos, más de 200 secuestrados y otros tantos desaparecidos. Desde entonces, el Gobierno ultranacionalista ha flexibilizado los criterios para otorgar permisos de armas, que fue aprobada por un comité del Parlamento el 15 de octubre. En las dos semanas y media que han transcurrido desde el ataque de Hamás, se han presentado unas 100.000 solicitudes para licencia de armas, según informa Efe, que cita fuentes del ministerio hebreo.
La mayor psicosis se vive en los kibutz, asentamientos judíos en territorio palestino donde en cualquier momento puede estallar un mortero árabe o irrumpir una célula terrorista de Hamás. Los habitantes de estos complejos saben bien lo que es vivir con el miedo. De hecho, llevan toda la vida pensando que pueden ser atacados y exterminados en cualquier momento. Cuentan con refugios nucleares, con arsenales en casa, con máscaras antigás y despensas con buena cantidad de alimentos para sobrevivir en el caso de ser atacados.
El kibutz Kfar Asa, donde fueron encontrados cientos de muertos y cuerpos mutilados por Hamás, tanto de civiles como militares, dentro y en los alrededores de este asentamiento rural, es el ejemplo que los israelíes suelen poner para justificar su necesidad de mejorar su destreza con una pistola. Nadie quiere que aquel horror vuelva a repetirse.
Una mujer practica en la zona de tiro de Caliber 3, una academia antiterrorista que da entrenamiento tanto a fuerzas de seguridad como a civiles, durante el curso básico que recibe para el manejo del arma que acaba de adquirir, informa Efe.
En plena guerra con el grupo islamista Hamás, Israel impulsa a sus civiles a adquirir licencias de armas. La cultura de la violencia alcanza su máxima expresión estos días, los peores desde que estalló el conflicto. Y lo peor es que nadie sabe cuándo puede terminar. De hecho, Netanyahu ha advertido a su pueblo que la guerra puede ser “larga y compleja”.
Israel tiene liberalizado el mercado de armas, al igual que ocurre en Estados Unidos, donde estos días se ha abierto la polémica una vez más después de que un instructor perturbado haya acabado con la vida de 22 personas en un macabro tiroteo en una bolera y en un restaurante de Lewiston, Maine. Se trata del tiroteo más mortífero que afronta el país en lo que va de año y de uno de los más letales de la historia reciente del país. El presidente de Estados Unidos, Joe Biden, ha urgido a los republicanos en el Congreso a lograr un acuerdo con los demócratas para prohibir las armas de asalto o de alta capacidad y acabar con la inmunidad de sus fabricantes. Las cifras hablan por sí solas: más de 500 tiroteos en lo que va de año; más de 20.000 muertos. Pocas guerras pueden presentar cifras tan abultadas. Israel, ahora, va por el mismo camino que sus amigos estadounidenses. Las academias de tiro se frotan las manos. Las empresas armamentísticas ven grandes expectativas de negocio. Es la cultura de la guerra que se impone en todo el mundo.