El golpe de opinión favorable que logró Maduro al gestionar efectivamente los comienzos de la pandemia se está erosionando rápidamente. La sobrexposición del virus como modo de bajar la tensión ante la crisis terminal de la gasolina, va dejando de tener dominio en el sentido común. La situación económica ha vuelto a los peores años de la crisis en 2017 y 2018. La demanda popular de la normalización de actividades, para superar el bajón económico que ha recordado el flagelo del hambre, se está convirtiendo en un catalizador del malestar. Y lo peor, es que ahora sí, después de 2 meses, el Covid 19 comienza a ser una amenaza tangible contra el pueblo debido a la vuelta masiva de venezolanos desde muchos de los países azotados por la pandemia como Ecuador, Perú y Brasil. El principal ingreso económico del venezolano popular, la remesa, está severamente debilitado hasta que vuelva la cotidianidad en esos países. En definitiva, no solo Trump y Bolsonaro están en aprietos. El gobierno venezolano parece haber entrado en un campo minado que puede explotar incluso sin necesidad de una intervención militar de Estados Unidos que ahora puede parecer más lejana. Claro, hay que recordar antes de comenzar el análisis y establecer una operación matemática simple, que Maduro ha sabido desactivar otros campos minados difíciles por donde ha atravesado hacia aliviaderos temporales. Aunque ahora se suman nuevos elementos de complejidad. ¿Serán estos suficientes para generar un cambio definitivo en la correlación de fuerzas y derrocar al gobierno de Maduro?
En pocos días, durante la tercera semana de abril, se obtuvieron muestras tangibles de protestas en diversos lugares de la geografía nacional como Upata (suroriente) Cumaná y Margarita ( Oriente), Maracaibo y Barquisimeto (occidente) y Valles del Tuy (centro norte). El aumento del costo de los alimentos parece ser el principal factor. Por las redes sociales pudimos observar saqueos, enfrentamientos con policías y militares, heridos de bala, situaciones tumultuarias y hasta marchas. Todo ello en plenas restricciones debido a la pandemia.
Ante una situación económica que se agrava, con un salario mínimo que acaban de aumentar a 4$ y la agudización de la crisis de la gasolina podríamos suponer que Venezuela vive una bomba de tiempo que puede explotar en cualquier momento y ante la agudización de los problemas podríamos suponer que existen reales probabilidades que en poco tiempo ocurra un estallido social de impacto.
No obstante, este escenario no es el único. E incluso, uno que se aproxime no sería necesariamente suficiente como para lograr la definitiva desestabilización del gobierno y un consecuente cambio de régimen.
Veamos
El problema de la gasolina
Cuando la pandemia comenzaba a latiguear a Estados Unidos, Trump decidió radicalizar las sanciones contra Venezuela, acentuó el bloqueo, ofreció dinero por la cabeza de Maduro y otros funcionarios e incluso movilizó una flota militar hacia el mar Caribe para “combatir el narcotráfico”. La petrolera rusa Rosneft terminó de salir de Venezuela lo que implicó un duro golpe al gobierno debido a que la empresa rusa ayudaba a la petrolera venezolana (PDVSA) a triangular pedidos y facturación para sortear los obstáculos financieros del bloqueo que le impiden a Venezuela comprar gasolina o los materiales necesarios para convertir el petróleo en combustible.
La situación que ya era crítica en muchas regiones del país, se generalizó, y la escases de combustible arropó la capital y vastos sectores se paralizaron. Apenas alcanzaba para transportar parte de los alimentos y algún transporte público, a media máquina debido a la cuarentena social. Venezuela es fuertemente dependiente de la gasolina pues nunca desarrolló un sistema ferroviario y requiere de camiones para transportar comida y enseres básicos.
Pero lo de la gasolina no es el único agravante de la crisis. Desde que en 2016 comenzó la migración de venezolanos de todas las clases sociales, la remesa comenzó a permitir un solapamiento de la crisis económica familiar, especialmente en sectores de menores recursos cuyos familiares fueron a Perú, Chile, Ecuador y Colombia. Según algunos medios cercanos al gobierno, las remesas se ubicaban como principal ingreso no petrolero , y algunos esperaban que el monto para el 2020 ascendiera a los 6 mil millones de dólares. Este nuevo ingreso se irriga por todo el tejido social e independizó a las familias más pobres de los ingresos del Estado quien se mantuvo durante décadas como el principal empleador. Una vez cumplidos los protocolos de la cuarentena en estos países, los venezolanos han sido el eslabón más débil de la cadena y muchos han sido expulsados de sus hogares, botados del trabajo o han dejado de percibir recursos lo que disminuye su capacidad para enviar remesas a Venezuela.
Por su puesto, la impresionante baja de los precios petroleros va a tener un impacto tremendo en la economía venezolana y seguramente al Estado se le acentúen los problemas de liquidez lo que puede ocasionar un colapso en la política alimentaria que desarrolla el gobierno y de la que viven los sectores más empobrecidos.
En medio de estos factores explosivos, la pandemia fue una excelente oportunidad para que Maduro comprobara que poseía gobernabilidad en contraposición a un Guaidó que nunca supo cómo enfrentar la coyuntura puesto estaba obligado, después de sus encuentros con Trump y otros mandatarios en enero y febrero, a simular su presidencia aunque no contara con ningún medio para hacerla efectiva. A diferencia de cualquier jefe de oposición que reclama, critica y exige determinadas medidas, Guaidó lanzaba decretos que lucían poco creíbles y el lugar de un jefe opositor que pueda generar una estrategia para aglutinar el malestar y avanzar hacia la toma del poder político, permanece vacío.
Maduro entonces jugó a sobrexponer el tema del coronavirus aprovechando la alarma mundial, pero en unas cuatro semanas la gente, atropellada por la situación económica, comenzó a reaccionar de diversas maneras contra la situación económica que por los momentos afecta mucho más que la pandemia. Los muertos por el virus, al 28 de abril, apenas llegan a diez, casi todos vinculados a clases medias y altas que lo contrajeron durante viajes vacacionales por Europa. En fin de cuentas el coronavirus es hasta ahora un tema mediático, mientras el hambre ya es real. Se recuerdan otras epidemias como Chiquingunya o Dengue del que nunca se publicitaron cifras ni estadísticas de su impacto, pero que fue directamente sufrido por amplios sectores populares y que se superaron sin estas medidas radicales.
Pero todavía puede haber algo peor, porque el coronavirus ha comenzado a ser una amenaza real después del regreso masivo de venezolanos que vienen justo desde los epicentros de la pandemia en la región: Brasil, Ecuador y Perú. Si bien el gobierno ha activado importantes protocolos de cuarentena para neutralizar la amenaza, la larga frontera y la cantidad de cruces ilegales puede hacer sembrar el virus, en momentos en los que la población pide flexibilizar las medidas y reabrir la economía, algo que ya ha comenzado a ocurrir de manera oficial como la apertura a la calle de niños y ancianos una vez a la semana, y oficiosa como la no represión hacia algunos sectores laborales.
Jugados todos los numeritos
Jugados todos eso numeritos para la gran rifa del estallido la pregunta es cuándo podría darse la insurrección final contra el gobierno. Pero la verdad es que todavía no parece que esto ocurra al menos de manera coordinada y con un sentido político. Por ahora las protestas y saqueos están apareciendo de manera descoordinada, sin planificación central y no existe ningún actor político que pueda aprovechar la situación y provocar un cambio en la correlación de fuerzas.
El campo minado por el que atraviesa el gobierno aún puede ser desactivado de varias formas y Maduro ya ha demostrado ser un maestro en este tipo de aventuras.
Primero porque está recibiendo ayuda internacional, así sea coyuntural, de aliados como Irán para confrontar la escases de gasolina e incluso intentar reabrir algunas refinerías. En este ítem, el bajo precio mundial del petróleo, paradójicamente, le favorece. Segundo porque aún tiene margen de maniobra para atajar el virus y neutralizar a posibles agentes contagiosos o darles un tratamiento rápido y adecuado gracias a sus aliados China y Cuba. Tercero porque al abrirse las economías de Ecuador, Perú, Colombia y Brasil, aunque deje un gran impacto sanitario en esos países, puede permitir nuevamente la estabilización de los venezolanos migrantes quienes podrían, a mediano plazo, reiniciar el envío de remesas. Y quinto porque el oro, que es un nuevo ingreso importante en Venezuela, está cotizando al alza.
Son estas acciones las que pueden permitir al Gobierno ir desactivando el campo minado, mientras gana tiempo. Ganar tiempo ha sido siempre la estrategia de Maduro en circunstancias similares que ha logrado campear en 2014 y 2017 para permanecer en el poder.
La clave continúa siendo la solidez del gobierno en torno a las Fuerzas Armadas y policiales, que logra con más facilidad en la medida que recibe ataques internacionales y aumentan las sanciones y criminalización (ahora como narcotraficantes) de quienes podrían romper la cadena de mando.
Así que Maduro se enfrenta a su momento más problemático, pero también posee herramientas para volver a desactivar partes del campo minado y seguir atravesando los caminos que le permitan su permanencia en el poder.
Este escenario favorable a Maduro no está exento de conflictividad. Es muy factible que veamos una elevación potencial o auge de saqueos y protestas, podemos ver nuevas demostraciones de malestar en las fuerzas armadas o policiales e incluso nuevas sanciones estadounidenses, pero esta oleada de insurrecciones por goteo no necesariamente es suficiente para desalojar a Maduro y puede terminar convirtiéndose, como en 2017, en válvula de escape del malestar.
Por los momentos, la única opción que tiene la oposición es la de llevar a cabo una estrategia de movimiento que permita acumular este malestar e ir dándole forma para presionar una negociación que le ponga fecha a unos nuevos comicios, posiblemente en uno o dos años. Al desechar este escenario, por tardío, básicamente aleja la posibilidad de un cambio de régimen. No parece posible que este cambio pueda llevarse a cabo si apenas cuenta con acciones de calle radicales, descoordinadas y viscerales que terminan siendo rechazadas por la misma oposición tradicional y sus principales afiliados: comerciantes y empresarios. Claro, la dinámica situación siempre nos trae sorpresas y los factores explosivos presentes pueden ser alcanzados por una chispa suicida.
Por su parte, si Maduro sale del campo minado de manera exitosa ya no tendrá necesidad de negociar nada y le habrá quedado el camino abierto para permanecer en el poder al menos hasta las presidenciales de 2024.