Putin, presidente de Francia

El gobierno de Rusia entra en campaña a las elecciones galas mostrando su apoyo incondicional a Le Pen

04 de Julio de 2024
Actualizado el 05 de julio
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El presidente de Rusia, Vladimir Putin

Ya tardaba Putin en entrar en la campaña electoral francesa. Y lo ha hecho, cómo no, para ponerse al lado de la extrema derecha de Marine Le Pen y su delfín, el pijo estirado Jordan Bardella. “El pueblo francés busca una política exterior soberana que sirva a sus intereses nacionales y rompa con el dictado de Washington y Bruselas”, tuitea el Ministerio de Asuntos Exteriores ruso. El Kremlin no pierde ocasión para desestabilizar a las democracias liberales y unas elecciones históricas como las del próximo domingo –en las que puede salir vencedora la extrema derecha en el país que vio nacer la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789– dan una salsa demasiado jugosa como para no mojar en ella.

Esta vez no han hecho falta los piratas informáticos del antiguo KGB para reventar la campaña con alguna gamberrada en redes sociales, ni poner una cucharadita de plutonio en el café del opositor o disidente político de turno. Rusia ha entrado pública y oficialmente en la política francesa, sin pudor, con descaro y arrogancia, a plena luz del día y sin importarle las quejas de la UE por la intolerable injerencia o intromisión de una superpotencia con ansias de expansionismo territorial hacia el oeste.

A estas alturas ya sabemos quién paga la fiesta ultra de los Alvise, Abascal, Le Pen, Meloni y compañía. Reagrupamiento Nacional (RN), el nuevo movimiento lepenista, lleva años pidiendo préstamos a bancos rusos, en concreto la friolera de 40 millones de euros para gastos electorales varios, entre los que no han faltado montañas de folletos de propaganda con la imagen de la musa nacionalpopulista gala estrechando amistosamente la mano del presidente ruso, según publica Libération. A día de hoy, Le Pen sigue abonando religiosamente las facturas pendientes con el mecenas del Volga. Y lo que le queda. RN tiene pufo para rato y va a estar amortizando la hipoteca rusa hasta el día que Le Pen se jubile, o sea, después de cuarenta años del Tercer Reich a la francesa. El Kremlin ya es un poco de todo, Administración general de la dictadura, cuartel general de los mercenarios Wagner, banca paralela para el sostenimiento del fascismo posmoderno occidental, negociado para el vodka de garrafón, trata de blancas, tráfico de armas y pelotazos a todo gas en Gazprom, academia de gastronomía (de ahí salió el finado cocinero Prigozhin), delegación central de la mafia rusa y siniestra mazmorra donde se planea la liquidación silenciosa de todo aquel que moleste, véase Navalni. El Kremlin, como gran industria mundial del mal, toca todos los palos y sectores del nuevo totalitarismo posdemocrático, y no nos extrañaría nada que allí abajo, en los subterráneos y cloacas de la Plaza Roja, funcionara una oscura sala o clínica de cuyas paredes cuelga toda la cacharrería de la tortura como artilugios para sacar muelas a palo seco (sin anestesia), hacer la broma de la ahogadilla y clavar agujas bajo las uñas del disidente. Hace tiempo que Rusia dejó de ser un país para convertirse en una gran multinacional del crimen organizado y de los perversos vicios de una oligarquía corrupta.

El silencioso plan de Putin para acabar con la libertad en el viejo continente empezó hace muchos años, pero desde entonces nadie, ni Bruselas, ni los diferentes gobiernos nacionales, ni siquiera la OTAN, se ha tomado en serio la amenaza. Ahora, cuando el totalitarismo zarista ruso avanza como una maquinaria imparable, colocando a una delfina prorrusa en el país de la liberté, la egalité y la fraternité, los demócratas de bien ven con estupor cómo el golpe distópico, propio de la novela orwelliana 1984, ha tenido un éxito rotundo y total.

Al contrario que Roma, Moscú sí paga traidores, y de esa teta putinesca están mamando todos los aprendices de tiranos de la vieja, cansada y decadente Europa. El autócrata de hoy ya no necesita mover sus tanques y tropas hacia Berlín o París. Le basta con llenar TikTok de bulos y mentiras, alimento básico en la Era de la Posverdad, hasta que a una señora bien de rubia peluquería, aleccionada en las artes del nuevo nazismo posmoderno, le pongan la alfombra roja en el Elíseo.

La extrema derecha vive del submundo criminal, de las élites corruptas y los tangazos financieros. Según el Tribunal de Cuentas, Vox se está financiando irregularmente con donaciones no identificadas, pagos en efectivo y aportaciones finalistas prohibidas por la ley. Menudo descubrimiento. Con todo lo que ha llovido, con las idas y venidas a la Trump Tower, con todas aquellas visitas fundacionales al despacho del gurú Steve Bannon, más las cumbres de la internacional ultra de Madrid y los iraníes que andan detrás de Vidal-Quadras, como para sorprenderse ahora de que Putin esté destinando rublos a la causa nacionalpopulista de Le Pen.

Los franceses salen a la calle a protestar contra la extrema derecha, pero la suerte parece echada y este domingo, en la segunda vuelta de las Legislativas, se celebrará la gran fiesta del neofascismo lepenista. O mejor dicho, la fiesta organizada por un exespía del KGB que brindará con vodka y caviar del Mar Caspio, con sus generalotes, por la muerte de la democracia liberal. ¡Na zdorovie!

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