En una aldea remota del suroccidente colombiano, una adolescente desliza el dedo por la pantalla de su celular. El algoritmo de TikTok le muestra imágenes de fiestas con música a todo volumen, fajos de billetes, camionetas de lujo, jóvenes en motos caras y rifles colgados como si fueran accesorios. No hay discursos políticos ni ideologías. Solo una promesa silenciosa: poder, dinero y reconocimiento. Para muchos adolescentes de zonas rurales olvidadas por el Estado colombiano, esta estética digital representa la única puerta de salida.
Las redes sociales se han convertido en la nueva herramienta de reclutamiento de los grupos armados ilegales en Colombia. A través de vídeos cuidadosamente editados, con emojis de hojas de coca, máscaras de ninja y banderas nacionales, las organizaciones criminales promueven una narrativa de éxito y pertenencia dirigida a niños, niñas y adolescentes que crecen en contextos de pobreza extrema y violencia estructural.
“Los atrae una moto de alta cilindrada. Los atrae ser alguien visto como poderoso en el territorio”, explica Mario (nombre ficticio por protección), un maestro de una escuela rural. “Para ellos, esa moto no es solo un medio de transporte, es un símbolo de ascenso social. Y creen que la única manera de conseguirla es uniéndose a los grupos armados”.
El fenómeno no es nuevo, pero ha evolucionado. El reclutamiento forzado, que por décadas fue una de las prácticas más violentas del conflicto colombiano, ahora se realiza con una estrategia más sutil, pero igual de letal: la seducción digital. Diana (nombre ficticio por protección), docente en el Cauca desde hace 25 años, lo resume así: “Se enfrentan a un vacío institucional total. Los grupos armados llenan ese vacío con comida, dinero, estatus y una falsa idea de familia. Es una trampa, una estrategia de engaño”.
Carlos Alberto De La Torre, representante adjunto de la Oficina del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Derechos Humanos en Colombia, advierte que los grupos incluso ofrecen cirugías estéticas a niñas como incentivo para unirse. “Es una narrativa aspiracional diseñada con música, imágenes y lenguaje que resuena en jóvenes con carencias profundas”, explica.
De influencers a carne de cañón
Según un informe reciente de la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP), se han identificado al menos 146 cuentas en redes sociales utilizadas por grupos armados para reclutar menores de edad. Los videos están musicalizados con cumbia, reguetón y corridos tumbados que glorifican el narcotráfico y la violencia. Pero lo que comienza como un viaje hacia el reconocimiento termina con frecuencia en abusos, esclavitud sexual y muerte.
“La realidad dista profundamente de la promesa que les venden”, dice Diana. “Muchos jóvenes terminan en campamentos aislados, portando armas sin entrenamiento, vigilando cultivos ilícitos o sirviendo de escudo humano. Son usados como carne de cañón”.
Uno de los casos que más la marcó fue el de una estudiante de 16 años, brillante y carismática, que desapareció. “Seis meses después llamó a su madre y dijo que estaba bien, que tenía un novio que la cuidaba. Poco tiempo después encontraron su cuerpo. Fue muy triste ver su cadáver regresar al pueblo”, cuenta con voz entrecortada.
Cifras que alarman, ausencias que duelen
En el primer trimestre de 2025, la Oficina de Derechos Humanos de la ONU recibió 118 denuncias por reclutamiento forzado de menores, de las cuales ha verificado 51. En todo 2024, se confirmaron 450 casos, un aumento del 64% respecto al año anterior. La ONU estima que las cifras reales son mucho mayores debido al subregistro y al temor de las familias a denunciar.
“El profesor suele ser el primero en darse cuenta”, señala Diana. “Cuando un alumno no aparece, comienza la búsqueda. Pero muchas veces, ya es tarde”.
Entre 2019 y 2024, al menos 1.206 menores fueron reclutados, según datos del Secretario General de la ONU sobre niñez y conflicto armado. Y la tendencia no cesa.
Los pueblos indígenas y afrodescendientes son los más afectados. El 48,3% de los casos documentados por la ONU en Colombia se concentran en comunidades indígenas, y el 39,7% de las víctimas son niñas, muchas de las cuales son sometidas a explotación sexual.
Escuelas en la línea de fuego
Los grupos armados no solo reclutan en los pueblos: también penetran las escuelas. “Almacenan comida en la escuela, usan los baños, obligan a los profesores a cocinarles”, cuenta Laura**, otra docente. “Se asoman por las ventanas mientras damos clase”.
La educación, sin embargo, también es una de las pocas trincheras de resistencia. UNICEF ha implementado programas de prevención y protección en zonas vulnerables. En 2024, más de 13.600 menores y 4.400 adultos participaron en talleres para prevenir el reclutamiento y atender a las víctimas.
“Cuando regresan, muchos no hablan. Otros intentan impresionar a sus compañeros, como si hubieran vivido una aventura”, relata Mario. “Pero hay que desmontar esa narrativa falsa. La escuela debe ofrecer otras posibilidades de vida”.
Las redes sociales, parte del problema y parte de la solución
La ONU ha pedido a TikTok y Meta (Instagram y Facebook) reforzar sus políticas de moderación en Colombia. Aunque se han cerrado cuentas, otras nuevas aparecen rápidamente. De La Torre insiste en que estas plataformas deben colaborar con la Fiscalía y asignar equipos locales capaces de identificar contenidos que promuevan la violencia armada.
El reto es complejo. Mientras los grupos ilegales se modernizan y utilizan herramientas digitales para expandir su poder, las instituciones educativas y estatales luchan con recursos limitados.
Para docentes como Diana y Mario, el aula es un espacio de contención, pero también de duelo. “Retomar las clases para ellos no es fácil. Es reconstruir un proyecto de vida que fue interrumpido por la guerra”, reflexiona Diana.
Los profesores, muchas veces amenazados, piden al Estado una política pública integral que garantice educación, justicia y protección para los niños desvinculados. “Algunos regresan y logran transformar sus vidas. Pero necesitamos recursos y voluntad para que sus historias no sean la excepción, sino la regla”, concluye Mario.
Mientras tanto, en algún lugar del Cauca, otro niño desliza el dedo sobre su celular. Otro video. Otra promesa. Otra trampa.