El pueblo dominicano dejó claro el pasado domingo cuáles son sus preferencias políticas de cara al futuro: no quieren cambiar hacia una realidad que no conocen y prefieren continuar con el camino iniciado hace cuatro años por el presidente Luis Abinader que está trayendo mayor prosperidad, resiliencia, empoderamiento, crecimiento económico, seguridad jurídica, transparencia, prestigio internacional y mejora del bienestar.
El pasado domingo, la ciudadanía de la República Dominicana habló claro y bien alto: apoyan al presidente Abinader y no se dejan engañar por los cantos de sirena de Fuerza del Pueblo y del Partido de la Liberación Dominicana. El pueblo es lo suficientemente inteligente para saber lo que le interesa y no se dejó engatusar por discursos populistas ni quimeras de una realidad inventada.
Ayer, con la resaca de los resultados electorales, si uno escuchaba las declaraciones de los partidos opositores podría pensar que se hablaba de otro país. Los líderes de la oposición no hacían autocrítica de ningún tipo, ni focalizaban en el análisis político la realidad real que ha llevado a que el pueblo fuera tan contundente.
Tanto Leonel Fernández como Abel Martínez no se dieron por aludidos y continuaron vendiendo la idea de que República Dominicana necesita otro gobierno. Sin embargo, el pueblo demostró que está en las antípodas de ese planteamiento. La magnitud del golpe de fuerza es la confirmación de que la ciudadanía está de acuerdo con las políticas del partido del presidente Abinader. Si no hubiese sido así, las municipales eran la oportunidad para que el pueblo le hubiera dado un toque de censura.
De estos comicios surgieron varios elementos que vale la pena detenerse a analizar. El primero de ellos es que quedó comprobado que el populismo y la demagogia de Leonel Fernández, quien fue presidente de la República Dominicana en tres ocasiones, no engañó a la ciudadanía. En consecuencia, Leonel Fernández ya no es, si es que alguna vez lo fue de manera real, el líder político en el que creyó una parte del pueblo dominicano.
Además, se puede llegar a tomar como punto de reflexión, si el exmandatario ya no pudo utilizar los mismos métodos que quizás utilizó en aquellas ocasiones para salir victorioso en los comicios cuando era dirigente del PLD.
Además de lo que quedó al descubierto del líder de Fuerza del Pueblo, los resultados electorales demostraron también el apoyo mínimo que el pueblo dominicano brindó al actual alcalde de Santiago. Ni siquiera en su propia provincia logró que su candidato ganara. Al contrario, fue derrotado con una diferencia de 23 puntos respecto al candidato del partido de gobierno.
Los dominicanos también demostraron que el Partido de la Liberación Dominicana (PLD), sin contar con su escisión verde, es ya un cadáver político. Tanto Abel Martínez como Leonel Fernández sufrieron un día mortal al ver cómo el pueblo les daba la espalda de la manera en que lo hicieron.
El cambio palpable que está viviendo República Dominicana destruyó cada palabra que con tanta intensidad manifestaban en las calles con la única intención de que los ciudadanos los tomaran en cuenta. Nadie cree en las cosas hechas por arte de magia.
República Dominicana no es Hogwarts y ni Leonel ni Abel son Harry Potter. Es más, el PLD (tanto el verde como el morado) tiene un pasado siniestro que más y la gente, como demostraron los resultados electorales, ya no cree en magos que con sus baritas mágicas iban a convertir a la República Dominicana en el país de la maravilla, ese que en sus 20 años de gobierno no pudieron conseguir.
El pueblo dominicano ya despertó y, sin lugar a duda, prefieren el Estado de esperanza que con la llegada de Abinader se ha consolidado en el país caribeño. Eso no lo dicen las pasiones, sino la mayoría de las boletas contabilizadas en cada urna electoral.
En definitiva, Abel Martínez no pudo ganar en su feudo, Leonel Fernández no pudo lograr que su populismo y demagogia influyeran en el pueblo dominicano y Miguel Vargas, el otro líder de la oposición e integrante de la alianza opositora que formaron con el objetivo de conseguir que los resultados hoy fueran diferentes, ni ha llegado ni se le espera.