Trump colocará al mundo en un escenario de catástrofe total

Las políticas medioambientales que pretende imponer Trump son una amenaza para toda la humanidad

20 de Enero de 2025
Actualizado a la 13:17h
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Trump en una imagen de archivo.
Donald Trump, durante su discurso de victoria.

La experiencia sugiere que el huracán Donald Trump causará «daños catastróficos» porque se destruirán cientos de miles de vidas en comunidades inmigrantes. Junto con los aranceles prometidos, las deportaciones abrirán un camino destructivo a través de la economía estadounidense. No obstante, aunque las políticas de Trump en materia de seguridad fronteriza, economía y práctica democrática son, sin duda, preocupantes, afectarán principalmente a Estados Unidos o, con sus consecuencias globales, tendrán una vida media de sólo cuatro años aproximadamente.

Las medidas ambientales de Trump, por otro lado, amenazan al planeta entero y el futuro de la vida en él.

El retorno de los vándalos

Cuando los vándalos invadieron Roma en el año 455, se deleitaron en robar todos los frutos de una civilización que había acumulado riqueza y poder a lo largo de muchos siglos. Despojaron a Roma de su oro, su plata e incluso de sus muebles. De ahí viene la palabra «vandalismo».

Una nueva banda de vándalos está lista para asaltar la capital estadounidense. Sin embargo, los ricos habitantes de Washington DC no tienen mucho que temer de estos saqueadores. Trump y su equipo no van en busca de fortunas privadas, sino de la gran hucha del gobierno federal. Consideran que los 6 billones de dólares de gasto anual del gobierno federal son un botín que se repartirá mediante recortes de impuestos, desregulación y lucrativos contratos gubernamentales.

El grupo de fanáticos seguidores de Trump ve las políticas climáticas de Joe Biden como una oportunidad para el expolio. La Ley de Reducción de la Inflación no ha desembolsado ni de lejos la cantidad total de dinero que le asignó el Congreso. Hasta septiembre pasado, 33.000 millones de dólares en fondos climáticos no se habían gastado, y el Servicio de Impuestos Internos (IRS) tenía más de 70.000 millones de dólares en fondos sin utilizar.

En lugar de destinar esos fondos al objetivo previsto de alejar a Estados Unidos de los combustibles fósiles, Trump quiere usarlos para pagar reducciones salvajes de impuestos a los ricos, aumentos en los gastos militares y los enormes costos de deportar a los inmigrantes indocumentados.

Reducir el tamaño del gobierno, a través de iniciativas tan dudosas como la liderada por Elon Musk y Vivek Ramaswamy, es otra forma de saqueo. En el ámbito del clima, Trump planea recortar la Agencia de Protección Ambiental, entre otras agencias reguladoras. Durante el primer presupuesto de su último mandato, propuso reducir la financiación de la EPA en un 31%. Esta vez, Trump irá a por la parte de la Ley de Reducción de la Inflación que le corresponde a la EPA y cumplirá su promesa anterior de reducir drásticamente la dotación de personal. Un Congreso más obediente y dominado por los republicanos supremacistas y ultranacionalistas de MAGA tendrá más probabilidades de darle lo que quiere.

También es seguro que se eliminará la iniciativa Justice40, por la que la administración Biden destinó el 40% de todo el gasto en energía limpia y climática a comunidades desatendidas. Eliminar este programa no ahorrará mucho dinero; más bien, supondrá un alto costo simbólico. Justice40 es probablemente la iniciativa de reparación más importante que Estados Unidos ha emprendido oficialmente en este país para compensar a las comunidades negras y latinas por décadas de contaminación excesiva, falta de espacios verdes y altos costos de la energía. La eliminación de esta histórica iniciativa por parte de Trump será el equivalente climático del fin de la era de la Reconstrucción.

Un mundo en peligro

Todo el mundo sabe que Trump no sólo es hostil a la ciencia climática, sino también a las instituciones internacionales encargadas de implementar las recomendaciones que emanan de ella. De entrada, el próximo presidente sacará nuevamente a Estados Unidos del acuerdo de París sobre el cambio climático, lo que lo colocará en un cuarteto selecto de países atípicos, entre los que se encuentran Irán, Libia y Yemen.

La última vez que Trump puso fin a la participación estadounidense en el acuerdo de París, Estados Unidos sólo estuvo al margen unos meses, debido a ciertos tecnicismos relacionados con la retirada. Esta vez, el proceso de retirada durará sólo un año, por lo que Estados Unidos estará fuera del acuerdo al menos durante tres años.

Peor aún es la posibilidad de que Trump saque a Estados Unidos de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (CMNUCC), el órgano rector de la Conferencia de las Partes, la reunión anual que intenta lograr una respuesta global unificada al cambio climático.

Es fácil criticar a la CMNUCC, dado el débil compromiso mundial para abordar el cambio climático, pero no es tarea fácil forjar un consenso global entre, por ejemplo, Arabia Saudita, rica en carbono, y Palau, pobre en tierras. Estados Unidos es el principal financiador de la CMNUCC, con un 20 por ciento . Si Trump inicia los trámites de divorcio, China se convertirá en el principal patrocinador. Además, si es necesario un voto de dos tercios del Senado para volver a la CMNUCC (el procedimiento sigue sin estar claro), entonces el divorcio podría ser irrevocable.

El tema central de la última COP fue la financiación climática: cómo garantizar que todo el mundo, no sólo los países ricos, tenga suficientes recursos para abordar el cambio climático y hacer la transición hacia un futuro de energía limpia.

¿Cuál será la contribución de Trump a este debate? Probablemente nada, ni intelectual ni financieramente. ¿Esos miles de millones prometidos por gobiernos anteriores para la financiación climática? Sólo otro bote de dinero para desviar, por ejemplo, a la expansión de la producción estadounidense de combustibles fósiles.

El pago a los magnates del petróleo

No es ningún secreto que a Donald Trump le encanta el petróleo, el gas y el carbón, no porque le importe mucho, sino porque los magnates petroleros han pagado cientos de millones a su campaña. Esa deuda hay que pagarla. Eso significa más perforaciones en busca de más petróleo y gas en más lugares. Significa revertir la reciente decisión de la administración Biden de prohibir las perforaciones de petróleo y gas en la mayoría de las aguas federales.

El desafío para Trump, por supuesto, es que Estados Unidos ya es el principal productor de petróleo y gas del mundo. La administración Biden contribuyó a esta tendencia al otorgar una enorme cantidad de nuevos permisos para la perforación de pozos de petróleo y gas y, después de que Rusia invadiera Ucrania, al ayudar a satisfacer las necesidades energéticas de los países que intentaban desvincularse de las fuentes rusas. Trump nunca ha sido de los que se acobardan ante la saturación de la demanda porque él que construyó más hoteles en Manhattan, abrió más casinos en Atlantic City e introdujo más estafas educativas en un mercado abarrotado de las tres cosas.

Trump será parte de una ola de entusiasmo por los combustibles fósiles que regresa. Basta con mirar los beneficios fiscales que Javier Milei ha introducido para los combustibles fósiles en Argentina. En Brasil, Lula habla mucho de energía renovable, pero también está impulsando una expansión del sector de combustibles fósiles del país. India e Indonesia están aumentando tanto su producción de carbón como de energía a partir de carbón en márgenes significativos, pero es en realidad China la que está superando a todos al añadir dos tercios de todas las nuevas plantas de carbón en todo el mundo.

Si a todo esto le sumamos la petromanía de Putin y la negativa de la OPEP a aceptar límites autoimpuestos, el mundo se dirige hacia (o ya ha pasado) un punto de inflexión en términos de la cantidad de carbono que la atmósfera puede absorber de los combustibles fósiles sin crear un ciclo de retroalimentación irreversible.

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