Donald Trump lo tiene muy complicado, pero que muy complicado, porque cada vez son mayores los testimonios que dan información veraz sobre su implicación directa en el intento de golpe de Estado que se produjo el 6 de enero de 2021, cuando una turba de extremistas, neonazis, supremacistas y organizaciones calificadas como terroristas como los Proud Boys o los Boogaloo.
A medida que los testigos de la Comisión del Congreso de los Estados Unidos van pasando, todas las flechas se dirigen hacia el expresidente como instigador de las turbas extremistas. Uno de los últimos ha sido el de Mick Mulvaney, exjefe de gabinete interino de la Casa Blanca cuando se produjo la revuelta instigada por Trump tras su mitin en el Monumento a Washington.
En primer lugar, Mulvaney fue contundente con el hecho de que Trump sabía perfectamente que una cantidad importante de los manifestantes allí reunidos iban armados. En segundo término, Trump agredió a su propio equipo de seguridad. En concreto, se refirió al hecho de que el expresidente quiso encabezar la marcha al Capitolio e, incluso, llegó a subirse a la limusina presidencial, agarrarse al volante y gritarle al conductor que él «era el puto presidente y que le llevara al puto Capitolio». Esto coincide con otros testimonios dados por otros miembros de la administración.
Por otro lado, Mulvaney señaló que era más que probable que Trump supiera que existía una línea directa de comunicación entre la Casa Blanca, los Proud Boys y otras organizaciones de extrema derecha. Esto es muy grave y coloca prácticamente de manera definitiva a Donald Trump como el instigador de un intento de golpe de Estado.
Instigación desde el atril
Aquel día 6 de enero, desde el atril presidencial, se escucharon verdaderas barbaridades. Rudy Giuliani, exalcalde de Nueva York y abogado de Donald Trump, llegó a pedir que las elecciones se dirimieran en un «juicio por combate» entre Trump y Biden. El expresidente fue más allá y directamente señaló al Capitolio, donde aquel día se celebraba la sesión que certificaba los resultados de las elecciones.
«Nunca recuperarán nuestro país con debilidad. Tienen que mostrar fuerza y tienes que ser fuerte. Hemos venido a exigir que el Congreso haga lo correcto y solo cuente a los electores que han sido elegidos legalmente. Sé que todos los que están aquí pronto estarán marchando hacia el edificio del Capitolio para hacer oír sus voces», dijo Trump.
Altos cargos de la Casa Blanca propiciaron el intento de golpe de Estado
Tal y como publicó Diario16 hace un año, el 19 de diciembre de 2020, cuando ya se había certificado la victoria de Joe Biden en las elecciones presidenciales, Donald Trump publicó un tuit a sus 88 millones de seguidores en el que los convocaba a una protesta «salvaje» en Washington.
A principios de esa semana, uno de sus asesores principales había presentado un informe de 36 páginas en el que se alegaba evidencia significativa de fraude electoral que podría revertir la victoria de Biden. «Un gran informe. Estadísticamente imposible haber perdido las elecciones de 2020. Gran protesta en DC el 6 de enero. ¡Esté allí, será salvaje!», dijo Trump en Twitter.
Ese tuit funcionó como un pistoletazo de salida, con dos facciones pro-Trump compitiendo para tomar el control de la «gran protesta».
Por un lado, estaba Women for America First, dirigida por Amy Kremer, una republicana que ayudó a fundar el movimiento del Tea Party. Inicialmente, el grupo quería sostener una especie de bulo extendido, con varios oradores defendiendo cómo se habían robado las elecciones.
Por otro lado, estaba Stop the Steal, un grupo nuevo y más radical que había reclutado a racistas y supremacistas declarados para aumentar sus filas. Pretendieron que Trump compartiera el podio con Alex Jones, el presentador de radio prohibido en las principales plataformas de redes sociales del mundo por incitación al odio. desinformación y glorificación de la violencia. Los organizadores de Stop the Steal afirmaron que su plan era marchar hacia el Capitolio y exigir que los legisladores le dieran a Trump un segundo mandato.
La Casa Blanca lo sabía todo
Nuevas evidencias, entre las que se encuentran mensajes de texto, aplicaciones móviles y correos electrónicos del personal de la Casa Blanca, demuestran que se había advertido a los principales asesores de Trump que el 6 de enero podría volverse caótico, con decenas de miles de personas que podrían abrumar a los agentes del orden mal preparados.
En lugar de intentar detener la marcha, Trump y sus aliados acomodaron a sus líderes, según mensajes de texto y entrevistas con agentes y funcionarios republicanos.
Según dichos documentos, KP, una exfuncionaria de campaña de Trump asignada por la Casa Blanca para hacerse cargo de la planificación del mitin, ayudó a concertar un acuerdo en el que aquellos organizadores que se consideraran demasiado extremos para hablar en la Elipse pudieran hacerlo la noche del 5 de enero. Ese evento terminó, incluyendo discursos incendiarios de Jones y Ali Alexander, el líder de Stop the Steal, quien encendió a sus seguidores al grito de «¡Victoria o muerte!».
Los organizadores pacíficos de la manifestación siguen afirmando que no esperaban que el 6 de enero culminara con el violento asalto del Capitolio. Sin embargo, reconocen que estaban preocupados por los planes del movimiento Stop the Steal de organizar una marcha sin permiso que llegaría a los escalones del edificio mientras el Congreso se reunía para certificar los resultados de las elecciones.
Una de las organizadoras de Women for America First afirmó en una entrevista reciente que en su grupo sentían que debían advertir urgentemente a la Casa Blanca del posible peligro.
Decidieron trasladar sus preocupaciones a KP porque sintieron no estaban ganando suficiente apoyo. Por esta razón algunos de estos organizadores acordaron llamar al Jefe de Gabinete de Trump directamente.
El papel de los funcionarios de la Casa Blanca
Mientras las organizaciones radicales intentaban hacerse con el control de la manifestación convocada tras el tuit de Donald Trump, una de las organizadoras se refirió directamente a Alexander y Cindy Chafian, una activista que trabajó en estrecha colaboración con Alex Jones. «La Casa Blanca y el equipo Trump están al tanto de la situación con Ali y Cindy. Tengo que ser yo quien maneje ambos», se afirma en dicho mensaje de texto.
Hasta ahora, las reconstrucciones del 6 de enero por parte del Congreso y las fuerzas del orden han establecido fallos en la preparación y el intercambio de inteligencia por parte de la Policía del Capitolio, el FBI y el Pentágono, que es responsable del despliegue de la Guardia Nacional de Washington.
Sin embargo, esos informes no han abordado el papel de los funcionarios de la Casa Blanca en los disturbios que se desarrollaron y si los funcionarios tomaron las medidas adecuadas antes o durante la manifestación.
La presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, anunció la semana pasada que crearía un comité selecto para investigar el 6 de enero que no requeriría el apoyo republicano. No obstante, históricamente los manejos internos de la Casa Blanca han estado sujetos al privilegio ejecutivo tanto por parte de las administraciones demócratas y republicanas.
Trump, los racistas y los supremacistas
Donald Trump tuvo un patrón bien establecido de apoyar a los grupos de extrema derecha mientras él y sus asistentes intentaron mantener cierta distancia.
Después de la manifestación Unite the Right de 2017 en Charlottesville, Trump al principio pareció apoyar tácitamente a los supremacistas blancos que portaban antorchas. En un debate presidencial, alentó a los Proud Boys, un grupo de luchadores callejeros que afirman proteger a los partidarios de Trump, y su declaración provocó un aumento dramático en su reclutamiento. Trump luego desautorizó su apoyo.
Antes del 6 de enero, algunos funcionarios de la Casa Blanca trabajaron entre bastidores para evitar que los líderes de la marcha aparecieran en el escenario y avergonzaran al presidente. Pero Trump luego deshizo esos esfuerzos con su discurso, instando a la multitud a unirse a la marcha en el Capitolio organizada por las mismas personas a las que se les había impedido hablar.