Trump le tiene miedo a Putin

El presidente estadounidense se lo concede todo al líder del Kremlin, incluso la liquidación de la UE para que Rusia pueda llevar a cabo sus planes expansionistas

19 de Febrero de 2025
Actualizado el 20 de febrero
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Putin y Trump en una imagen de archivo.
Putin y Trump en una imagen de archivo.

La forma en que se están llevando a cabo las negociaciones de Riad sobre Ucrania revelan un dato que sospechábamos pero que ahora queda al descubierto. Donald Trump le tiene miedo a Vladímir Vladímirovich Putin. El magnate neoyorquino demuestra una forma bastante peculiar de negociar: chulo, bravucón y prepotente con el débil; cobarde con el fuerte. Por un lado, están los débiles, o sea, los dos millones de palestinos a los que el presidente yanqui planea deportar para construir una urbanización de lujo en la Franja de Gaza; por otro, están los fuertes, mayormente China y Rusia, a los que el nuevo Tío Sam trata no solo con respeto, sino con cierto tacto, miramiento y algo de aprensión. En resumen, con canguelo.

En el fondo, estamos ante el estilo del típico millonario de club de golf. Trump, cuando se encuentra entre hoyo y hoyo con otro oligarca, va con sumo cuidado porque sabe que de lo que haga y diga depende un negocio suculento de seis ceros o más. Sin embargo, cuando el trato ya se ha cerrado, cuando ambos se han estrechado las manos, entra en la cafetería y humilla al camarero tirándole el café a la cara. Esa posición de superioridad, de evidente supremacismo, no la emplea solo con el pobre, también con el negro, con el homosexual y con la mujer. ¿Se han fijado ustedes qué relación tan fría y profesional mantiene con su esposa, la alienada Melania? La primera dama camina junto a él como sin querer hacer ruido, de puntillas y con pies de plomo, no vaya a ser que al troglodita le dé el parraque y la tome con ella.

Todos estos rasgos de carácter de Trump son, en el fondo y desde el punto de vista freudiano, producto de una personalidad acomplejada, insegura, atormentada. El tipo que va de duro generalmente lleva dentro de sí un miedoso incurable. ¿Miedo de qué? De muchas cosas. Miedo a dormir con la luz apagada, miedo a las arañas, miedo a que Hacienda te pille en un renuncio, miedo al vino español (de ahí su obsesión con los aranceles), miedo al mexicano (el hombre del saco sureño, según le susurraba su padre), miedo al sexo femenino y en ese plan. En fin, miedo a cuestiones que se apoderan de un tipo llamado a ser el amo del mundo pero que, por su complejo, por su trastorno, no da la talla y termina deviniendo en pocohombre. El miedo es el compañero más fiel, jamás te engaña para irse con otro, ya lo dijo Woody Allen. Y cuanto más rico es uno, más miedo a perderlo todo.

Trump, cuando viaja a una cumbre-farsa como la organizada por los árabes para solucionar lo de Ucrania, va con miedo. Él trata de aparentar que es un bruto inhumano, un fiero, un feroz, alguien mu loco a quien no le tiembla el pulso a la hora de enviar a la Unión Europea al garete, destrozar la OTAN y la OMS e invadir Groenlandia. Pero la realidad es muy distinta. Detrás del supuesto Harry el Sucio de las cancillerías globales hay un pusilánime que, llegado el momento de la verdad –cuando aparece en escena el siniestro ministro ruso Lavrov, con su pinta de implacable comisario del KGB que ha mandado a cientos de infelices a Siberia–, enmudece, tiembla, se hace pipí en los pantalones y le entrega el mundo entero a Putin envuelto en un lazo rojo. Para que vaya haciendo realidad el eslogan Make URSS Great Again. Es entonces cuando aparece el niño pijo sin infancia, el heredero del padre duro, estricto, severo, y ya solo piensa en salir corriendo a su cuarto, o sea al Despacho Oval de la Casa Blanca, para jugar con el peluche e inflarse a cococolas. Por eso no ha invitado a la cumbre al bravo Zelenski, a quien también le tiene bastante miedo. Y no porque el presidente ucraniano sea una amenaza para nadie, ni tenga ya ningún peso específico o poder de influencia en la esfera internacional, sino porque, si pillan al presidente americano dándole misiles bajo manga a Kiev, eso puede molestarle mucho a Putin, a quien Trump teme más que a la propia muerte. Para jugar a la disuasión en el póquer nuclear hay que tenerlos bien puestos, y al magnate neoyorquino el cargo le viene grande.

Estamos, por tanto, y aunque por su aspecto y fachada pueda parecer lo contrario, ante un trémulo, ante un asustadizo, ante un cagueta. Putin, que le tiene comida la moral, le ha olido el miedo (lo peor que le puede pasar a un presidente de Estados Unidos), lo cual explicaría el repliegue de USA, el aislacionismo a ultranza, la espantada de la Guerra Fría y de todas las organizaciones supranacionales, de las que Trump huye no por estrategia política (que de eso no tiene ni idea), sino porque es un asocial con miedo escénico, ya que es incapaz de hilar dos ideas consecutivas (de ahí su discurso inmaduro y maniqueo, simplón y conspiracionista, sobre los buenos y los malos). A Trump lo sacas del hoyo once de su campo de golf, donde suele dar los pelotazos, nunca menor dicho, y se pierde, le entra la agorafobia, que no es más que miedo a enfrentarse a la vida, a la historia, al gran teatro del mundo.

Toda esta desgracia de hombre que sale corriendo como un conejo asustado de la ONU, de la OMS, de la OTAN, de los tratados contra el cambio climático y de sí mismo es una inmensa tragedia para la humanidad, en especial para Europa. La fuga permanente del líder de USA deja el flanco oriental europeo totalmente expedito y a merced de Putin quien, sabedor de que en el ajedrez militar suele perder el más cobarde, se ha tomado un vodka con sus generales, brindando por la conquista de Ucrania, y ya mueve sus victoriosos tanques hacia Bielorrusia rumbo al siguiente destino: las Repúblicas Bálticas. Ya ocurrió en los años treinta del pasado siglo, cuando se dejó vía libre a Hitler, y miren ustedes cómo acabó la cosa. No extraña que Macron, Scholz, Sánchez y los demás cancilleres de las democracias decadentes hayan entrado en pánico. Y es que no hay nada más contagioso que el miedo.

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