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La necesidad de un andalucismo alternativo: Más allá de la «oligarquía Podemos»

Joaquín Francisco Castillo Eslava
Joaquín Francisco Castillo Eslava
Profesor de secundaria y doctor en Economía asociado a la UCA.
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análisis

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La derrota ideológica de la izquierda en 1989, tras la caída del muro de Berlín, marcó un antes y un después en la percepción global sobre las políticas socialistas. Este evento simbolizó el inicio de una era donde las propuestas de izquierda fueron sistemáticamente marginadas por las instituciones occidentales, agravando la crisis de representatividad y acción de los movimientos izquierdistas.

Paralelamente a lo anterior, nuestros referentes de izquierdes fueron perdiendo protagonismo (la revolución cubana, la insurrección nicaragüense, entre otros). Asimismo, tuvimos protagonistas tanto en la esfera internacional, como Nelson Mandela o José Mujica, encarcelados ambos por sus ideas sociales, y nacional como Julio Anguita que lideraban bajo la esperanza de una izquierda que combatiera al monstruo del capitalismo salvaje. Todos ellos, mantuvieron viva la llama de la resistencia contra el avance del capitalismo desenfrenado, aunque sus esfuerzos no lograron transformar de manera significativa el sistema socioeconómico predominante. Por tanto, sus mensajes quedaron o bien como bandera para los soñadores de la esperada alternativa o bien bajo la utilidad del merchandising reflejado camisetas, libros, documentales y películas.

En el caso español, nuestra vanguardia de izquierda era un Partido Socialista Obrero Español donde, por un lado, proporcionaba de mayor cobertura social (pensiones, educación, sanidad y servicios sociales) a la sociedad. Y, por otro lado, contribuía en inflar los derechos universales protagonizado por el sector de la mujer, LGTBIQ+, y personas con capacidades diferentes, entre otros. Esto obviamente implica mejoras en la vida de las personas, pero con respecto a la igualdad de oportunidades que es hacer que se redistribuya los recursos socioeconómicos siguió los mismos pasos que el Partido Popular.

El PSOE firmó el Tratado de Maastricht (1992) y ahí están los datos socioeconómicos que indican que superado los treinta años nos encontramos con una España más desigual, con mayor concentración de la riqueza, muchas puertas giratorias, corrupción, mayor privatización de los sectores económicos claves y de los servicios fundamentales públicos, y con una mayor dependencia tanto en energía, tecnológica, política, monetaria, alimentaria y financiera. También, es conveniente recordar que el PSOE fueron los primeros que impusieron recortes, retrasaron la edad de jubilación y promulgaron el artículo 135.

En este sentido, y con estas conclusiones atronadoras, que diferencia real existe con la derecha capitaneado por el PP; pues a grosso modo prácticamente ninguna. Así que nos encontramos, actualmente, con una situación donde la derecha no sabe responder con la victoria ante los desafíos que planeta la sociedad como son el cambio climático, desempleo juvenil, migración, inteligencia artificial, y desigualdad; mientras que la izquierda tampoco sabe vivir con la derrota continua y sin ofrecer alternativas reales.

En cambio, hubo un momento, entre el pasado y el presente del panorama español, donde allá en el año 2014 se fundó un partido que reflejó, de una manera notoria, toda la indignación y descontento popular del movimiento 15 M. Este partido, formado por la pureza de muchos movimientos sociales, parecía que venía a cambiar todas las reglas del juego socioeconómico promoviendo la inclusión, la transparencia y la participación directa de la ciudadanía en la política. Es cierto, que dinamitó el tablero político y llamó las conciencias de miles de personas y grupos donde se unieron en iniciativas logrando hacerse con las alcaldías de importantes ciudades. Además, se inició por primera vez en la historia un gobierno de coalición lográndose así importantes avances sociales como en ingreso mínimo vital.

En esta línea, lo más interesante que ocasionó este partido es que la política no quedaba en manos sólo de una élite, sino que cualquier persona o grupo de indignados podrían tener la oportunidad de denunciar sus miserias; y, optar, por qué no, a conquistar las instituciones para mejorar la vida de la gente de sus calles.

Sin embargo, una vez pasado diez años, hoy son retales de lo que fueron, y, finalmente, se convirtieron en lo que nunca quisieron ser; es decir, en un oligopolio interno. Podemos experimentó los mismos desafíos que afectan a cualquier estructura de poder, incluyendo la centralización de la autoridad y las disputas internas. Esto ha llevado a una reflexión crítica sobre cómo evitar repetir los errores del pasado y asegurar que los movimientos alternativos no se desvíen de sus principios fundacionales.

Empezaron, con la horizontalidad, transparencia, e inclusión necesaria para empezar a ilusionar a la población; y una vez oficializado, obtuvieron poder en el Parlamento Europea con la valentía programática de querer impulsar la renta universal básica. A partir de ahí, parece que todo se empezó ir al carajo.

En ese momento, que todo iba deprisa, se empezó a calibrar el poder en unos pocos pareciéndose más a un oligopolio con colusión que a un partido de mayoría. Paso el tiempo, y como ocurre en cualquier oligopolio es posible los desencuentro y la ambición empieza aparecer; es decir, donde hoy hay colusión mañana no; y, de ahí, la escisión de la parte más izquierdista (Izquierda anticapitalista) y más de centro (Errejón). Esto sumado a un atroz asedio por parte de los medios de comunicación y guerra de egos, entre ellos y ellas, el final ya todo lo conocemos: al grupo mixto, la alternativa esperanzadora de izquierda vuelve a ser aquellos mensajes de Julio, Nelson y José, para los amigos Pepe, una camiseta del Che Guevara o cualquier verso del añorado Juan Carlos Aragón.

Es cierto que la polaridad política y la desigualdad imperante que azota nuestra sociedad hace que resuene los tambores de guerras, las manos alzadas de la extrema derecha y un mayor individualismo debido a la incertidumbre socioeconómica, pero, a pesar de esta realidad, el andalucismo no se puede quedar de brazos cruzados y necesita acción popular.

Por ello, la situación actual demanda una reinvención del andalucismo, uno que se aleje de las dinámicas oligárquicas y se enfoque en abordar los «dolores» identificados por Blas Infante. Es imperativo construir una alternativa que, desde Andalucía, desafíe efectivamente las políticas de derecha, manteniendo al mismo tiempo la cohesión social y la identidad cultural propias. Para ello, es crucial la unión y la colaboración entre todos los sectores comprometidos con una visión de izquierda renovada y genuinamente representativa.

Este andalucismo alternativo no solo debe aspirar a liberar a Andalucía de las cadenas socioeconómicas y políticas que la limitan, sino también a ser un faro de esperanza y un modelo para seguir para otras naciones con nuestras mismas características y problemas socioeconómicos. La clave reside en poseer como principios inquebrantables; considerar Andalucía como una nación; aprender de los errores del pasado; en ser valientes a la hora de construir conceptos que de verdad planten cara a una derecha que siempre nos empobrece; y lo más importante, tener la capacidad de escribir un nuevo “relato soberano” que sirva para que los andaluces y andaluzas lleguen a fin de mes. Aunque para ello, Andalucía necesita que “todos y todas” estemos unidos en ese caminar hacia un andalucismo alternativo.

Andalucía libre; una utopía ayer, un sueño hoy, y mañana, una realidad…

X la revolución de los desiguales…

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