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La obscena ceguera

04 de Agosto de 2020
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Un abrazo para un asesino, Josu Ternera. En un solotuit se desmiente la forzada y patética estrategia de deslindar a Bildu de ETA.Los primeros lanzan una reverencia y un apoyo explícito a los segundos. O sea,a ellos mismos. Aunque algunos siguen con la voluntaria venda en los ojos, comosi nunca hubiera pasado nada. Como si en cierto lugar del inconscienteestuviera grabada una cautela contra la crítica frontal a ETA, como si algo ledebiéramos desde la izquierda a la banda criminal. Una suerte de extraño peaje,como si ETA no hubiera matado más contra la democracia que contra elfranquismo, como si ETA no hubiera matado contra cualquier España, tambiéncontra la posibilidad de una republicana y socialista. Como si a ETA alguna vezle hubiera importado algo más que su repugnante frontera étnica, como si ETA nohubiera sido un enemigo declarado del internacionalismo y de todos lostrabajadores.

A un sindicalista y comunista como López de Lacalle lemató ETA sin miramientos ni discernimientos de ninguna clase, como no tuvotampoco problemas en matar a trabajadores, mujeres y niños en cualquier partede España. ETA fue una banda criminal, cuyas fuentes ideológicas no eran otrasque el racismo, el febril etnicismo, la depuración del disidente y lapersecución del discrepante y el impuro.  Así de crudo, y así de real.

Prescribió para su construcción nacional-identitariael terror, como sólo sabe hacer el nacionalismo, condimento indispensable en laantesala del fascismo. Aunque si a un tipo de fascismo específico se asimilómás ETA fue al nazismo, por sus fuentes sabinianas, racialistas, por su obsesión por la pureza de sangre y orígenes,por la persecución del impuro, del maketo,del mestizo. Esa fue la basura del proyecto ideológico y político de ETA. Unabasura que no amerita destino distinto que el basurero de la Historia.

En la primera ETA, ciertamente, hubo algunossocialistas (Onaindia, Uriarte, entre otros condenados a muerte en el Procesode Burgos), algunos marxistas que leyeron otras cosas bien distintas aldesquiciado catecismo del fundador del PNV y respiraron otros aires formativosque los viciados de la sacristía, en donde germinó la seducción irreversiblepor las pistolas, el tiro en la nuca y el coche bomba. Pero aquellossocialistas desertaron, reconocieron que desde esos orígenes la balanza dedescantó irremediablemente hacia la salvación de un pueblo irredento y subyugado, ficticio claro, Euskal Herria, como si larepresión criminal del franquismo no hubiera afectado también, yprincipalmente, a los obreros andaluces y extremeños, por poner un meroejemplo. Siempre presente la repugnante tergiversación de la Historia, y en elfondo, el desprecio de clase, cuando la retórica revolucionaria daba paso alnúcleo duro del proyecto: la limpieza de la patria vasca, la separación delresto de España, la ruptura de todos los lazos, especialmente aquellos desolidaridad de clase, con el conjunto de trabajadores de España.

Esos primeros arrepentidos de la banda criminal, valientesluchadores contra el fascismo, y luego contra el febril, sanguinario y criminaletnicismo etarra, fueron objetivos prioritarios de la banda asesina. Otegi noes ningún amigo de la paz ni cosa similar, sino un siniestro sujeto quejustificó y amparó las acciones terroristas cuatro décadas después de quealgunos miembros de esa ETA primitiva rompieran amarras con el fanático ydemencial proyecto, con la alambrada racista que se pretendía levantar consangre, miedo, delación y persecución. A los que osaran levantar la voz lesaguardaban dos alternativas: miedo y posible muerte, o exilio, forzosodestierro, como tantos que conforman el éxodo vasco, otro indigno episodio denuestra democracia del que alguna vez deberemos hablar, si queremos podermirarnos al espejo como país.

Recordemos lo obvio una vez más, aunque sea laenésima: no hay izquierda en la renuncia a la integridad territorial, condiciónprevia e indispensable de cualquier proyecto de transformación política, socialy económica. Ni desde una óptica marxista, porque no existe justificaciónalguna para la fragmentación del territorio político, para la insolidariasecesión basada en la ensoñación de la singularidad cultural o, peor, delsupremacismo étnico o racial. Ni tampoco desde una óptica socialdemócrata,puesto que carece del menor sentido pretender arbitrar un sistema de protecciónsocial basado en las constantes excepciones, en los pretextos para noredistribuir con quienes más lo necesitan, en las excusas para triturar la imprescriptiblemáxima del pensador de Tréveris: de cada cual según su capacidad, a cada cualsegún su necesidad.

No tiene nada de izquierdas apelar a un pueblo eterno,a una supuesta esencia. Supone la negación del abc del materialismo histórico. Las naciones no son eternas, claroque no, a no ser que uno chapotee en la charca fecal del nacionalismo étnico, yse crea el cuento, tan falangista por cierto, de las unidades de destino en louniversal. Cosa distinta es que uno pretenda la ruptura de una nación políticaconstituida como tal en el siglo XIX, arguyendo pretextos culturales eidentitarios. ¿Cuáles son esos pretextos? ¿La pureza racial, la lengua, lacultura, el puro y duro supremacismo? No puede haber nada más anticientífico yantimaterialista, nada más metafísico: el argumento de un pueblo superior ysubyugado, eterno, primigenio, causa de sí mismo y de todo lo demás,ahistórico, que se pierde en el horizonte de la Historia ungido por una místicaespecial que le hace acreedor de todos los privilegios, empezando por losfiscales. Privilegios fiscales que suponen, por cierto, la institucionalizaciónde algo tan repulsivo como la redistribución inversa, la transferencia de lospobres a los ricos. Eso es el concierto económico, el blindaje de unavergonzante cláusula que implica la negación de cualquier atisbo de socialismo.Pero ni siquiera eso fue suficiente para los pistoleros del tiro en la nuca. Seexigían nuevas prebendas, todas. Aunque las mismas se tradujeran en la conversiónforzosa en extranjeros de millones de personas, en la ruptura de la caja únicade la Seguridad Social, en cercenar los lazos de solidaridad con el conjunto dela clase trabajadora española.

La chatarra ideológica del nacionalismo esincompatible con cualquier proyecto reconocible de izquierdas. Cuando vaacompañada de una historia de sangre y crimen como ocurre con ETA, se conviertedirectamente en vomitiva, en moralmente repudiable. Con esa gente no se puedeir ni a la vuelta de la esquina, y desde la izquierda tenemos que ser losprimeros en mostrarles nuestro desprecio infinito, ahora y siempre.

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