La Paella de la Abuela: Un problema de comunicación

25 de Abril de 2020
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La paella de la abuela

Somos un producto de la comunicación. Entre un te quiero y un ha sido niño, hay una cascada de emociones, sentimientos,aciertos  y/o lo contrario. Y ofrezco laconjunción copulativa y la disyuntiva para que, por una vez, puedan elegir enestos tiempos de confusión lingüística.

La comunicación era aquello que se decía ante la cara quetenías delante, que, si era dura, te podía rebotar y causar daños de diversaconsideración. Luego, apoyados en la interpretación, la genialidad y los recursospara camuflar carencias, el consejo se transforma cuando va camino del segundo,tercero o cuarto receptor del mensaje. Por ejemplo, lo pude comprobar cuandodije que un kiwi en ayunas, triturado y mezclado con zumo de naranja estimulael tracto intestinal. Unos días después, me contaron que en Vox se toman unkiwi (su color corporativo) en ayunas porque es capaz de sacar lo peor de ti.

Visto el uso que de las recomendaciones se hace, podemosafirmar que nuestra convivencia, como nuestras croquetas o nuestra paella,  sufren un grave problema de comunicación. Porcentrarlo más: creo que hay mucha gente que sólo entiende lo que esperaescuchar. Si no es así, te pega una larga cambiada y si estabas hablando de losmosquitos del Mekong, te sale por los polvorones de Estepa. Para entenderlomejor, creo que debo echar mano de lo que mis amiguetes y enemiguetes yaconocen como el ‘comportamiento Homer Simpson’. Es decir, cuando empiezas ahablar, la persona que tienes delante, sea de color amarillo o no, como Homer,se preguntará en su más profundo desconcierto: “Y éste, ¿por qué moverá loslabios…?”

Precisamente eso, el órgano fonador, la boquita y susasistentes acústicos, son los que ponen en circulación cuestiones lamentables yen ocasiones irreversibles. La más inmediata, la primera que me viene a lamemoria y me aterroriza, incluso me asquea, son esas sobreactuaciones que vemosen los inevitables programas  televisivosde contenido gastronómico. Sin mascarilla y, generalmente, sin guantes delátex.

Ahí es donde entran en escena esas, ahora las llaman gotitas, que siempre han llamado perdigones y que salen de nuestrasfauces con o sin coronavirus. Terrible. Digamos que ha sido un reiteradoproblema de comunicación. Se nos dijo desde la más tierna infancia, cuandopadre estaba lanzando aceite hirviendo entre las almenas a los vecinos sureñosllamados infieles: No habléis con la boca llena ni con ella vacía a gritossobre los alimentos… Pues nada, la higiene y el respeto se quedaron en puropostureo.

Otro problema de comunicación descansa entre la inercia y lanostalgia. Lo digo por “las croquetas de mi madre”, “la paella de mi abuela…”Esos platos que se supone eran excelentes e imposibles de mejorar por alguien,ni siquiera por la madre o la abuela de tu compañía de sábanas y manteles, nipor la madre de tus amigoas (amigos yamigas), vecinoas, compañeroas, etc, etc.

Fuentes fiables me confirmaron que las croquetas que hacíami madre se las comían, sin más. Nunca me llegaron testimonios emocionadossobre aquello. Y sobre mi abuela, qué decir… Teniendo en cuenta que le preguntéal comienzo de mi emancipación cuánto tardaban en asarse en el horno un par depaletillas de cordero y me dijo que 20 minutos, pues ya se harán una idea... Creoque la abuela renunció a saltar a la gloria de los fogones. 

En su tiempo, cuando la gente no moría por la penetración deuna bala, algo bastante frecuente, decían que había palmado de “una cosa rara”.La higiene y el desconocimiento jugaban un papel que aún hoy puede llevarnos auna digestión eterna. Abreviando, porque es mejor que cada uno se documente porsu cuenta, les sugiero que localicen en el buscador a un tal Bacillus cereus, del que les anticipoque es una bacteria, y lleven cuidado cuando guarden los restos de arroz y depasta porque le pueden llevar desde  unaleluya coral en el plato a un hasta luego. Ojito con los restos. Y para que nosurjan problemas de información, como les he dicho, busquen ustedes los datos;que hoy están al alcance de todos.  Sólohay que contrastarlos debidamente.

Aprenderemos a guardar los restos de las croquetas de mamá yde la paella de la abuela sin miedo a transmitir imprecisiones tóxicas.

Pues eso.

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