21 de Julio de 2021
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calle vacía

En torno al pensar, con respecto a tal ejercicio, conjeturando su poca práctica y su condición inasible. El masculino de la cosa (en lo innecesario de discernir género y especie en las palabras), atributo, atribulado de la cosificación en la que devenimos en el renunciamiento a nuestra subjetividad. 

Lo indeterminado planteado como tal, ya por Anaximandro, sin principio, final, ni sentido ni ulterioridad. Abandonamos la búsqueda o la dejamos de llamar. Alcanza tan solo consignarla, designarla y sin más. La serie larga de sucesos, que no pueden amontonarse por el correlato crónico del tiempo supuesto, es en tal caso, la cosa del coso, ergo, coso. 

La declaración manifiesta de la no explicación, que no importa que nos haya dejado de importar que tenga una carencia de palabras que le acompañen al vibrar del sonido como expresión que irrumpe la existencia silente. 

Proponemos actividades que tengan que ver con la dinámica del pensar, del coso. Desde una maratón filosófica, en donde no importe quién intervenga, o sobre qué, la invitación allí dada para ejercitar con esos otros dispuestos a tal. Como no podía ser de otra manera, así en postura, perspectiva o pliegue de lo filosófico, la mayoría hizo pesar su entidad material. Que el nombre, el apellido, las opresiones disciplinares o académicas a las que decidió someterse para sacar a relucir la gradación piramidal. En el mejor de los casos los excedentes creativos, libros, artículos, estelaridades en dispositivos de difusión, que el afiche de tal tamaño y de cuál. Explicación, seducción, imploración. 

Para que nos pongamos a pensar, en esas contadas excepciones que nos hemos permitido, al dejar de comentar nuestras lecturas o apreciaciones acerca del pensamiento, del balbuceo de los demás, que señala que estamos siendo pensados, sin permitirnos pensar. Pudimos sacar muy poco, tal vez mucho de acuerdo al sesgo de posibilidad. Lo determinante es que más allá del tiempo y del espacio, debemos seguir intentándolo. 

No resulta sencillo escuchar, abrirnos sin el ropaje del ego, poner en suspenso el botón iniciar para no activar el discurso armado, preconcebido, lo que creemos tan nuestro y que con falaz firmeza, lo expresamos tratando de hegemonizar.   

Así en filosofía, entendiendo esta como la individualidad del pensar, del acontecer, acompañándonos con las palabras que vienen y van, en el balbuceo del uno y del nosotros, la política como terreno de lo público en donde tensa el poder, el coso no deja de ser el elemento sustancial.

Es a la sazón, el coso (desde el trazo de Anaximandro, la interpretación heideggeriana de los principios trascendentales kantianos) el testimonio del existir pensante. En el árido desierto de lo inacabado e inexpresado de la nada, la pretensión humana de fugar al presidio logocrático impuesto por el poema parmenídeo desde el cual no se puede pensar ni decir nada, sino es algo.

Aquí estamos, poco en relación al hacerlo desde una posición que pretende escuchar, golpear el ánimo silente, provocar la risa destemplada que irrumpa ante el miedo temerario. 

Hacer de la poesía, de la palabra, la posibilidad de que la nada pensada, signifique aquello que aún no está pensado, ni expresado. 

La pregunta por el coso, tiene la respuesta ante la cosa que aún no ofrece más que galimatías insulsas que han robotizado o automatizado la experiencia de lo humano. 

Pensar, saliendo del individualismo, de la individuación, al encuentro gregario de lo político en la escena de lo público, de lo común, escuchando y permitiendo el intercambio, democratizandolo.

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