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La regeneración democrática y el CGPJ

Julián Arroyo Pomeda
Julián Arroyo Pomeda
Catedrático de Filosofía Instituto
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análisis

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Renovarse es vital; lo que no se renueva decae gradualmente, como por inercia. Se nos plantea esto para la democracia, ¿por qué no? Apliquémoslo a las instituciones que más lo necesitan, como el Poder Judicial.

Se requiere que se renueve completamente cada cinco años desde su constitución y consta de veinte miembros representados por los partidos políticos. Deben llegar a acuerdos para su renovación, que luego serán rechazados o aprobados por el Consejo y el Senado.

El problema surge cuando un partido se niega a participar en la renovación, causando un bloqueo total. ¿Qué hacer entonces? Primero, debemos preguntar por qué se rechaza, incluso sabiendo que se incumple el mandato constitucional. ¿Hasta cuándo persistirá esta negativa?

Un partido sin gobierno tiene menos posibilidades de promover sus intereses con menos vocales. Por eso, no lo harán mientras no gobiernen, aunque ya hayan pasado cinco años. La solución es proponer alternativas legales claras y amplias. No se puede permitir esta situación políticamente. Hace tiempo que debería haberse intervenido.

Se debería considerar una proporcionalidad electoral, renovando en proporción al número de votos y escaños obtenidos, o incluso por sorteo. Además, se podría requerir una mayoría absoluta en lugar de las tres quintas partes actuales, lo que implicaría reducir la mayoría necesaria.

Las tres propuestas anteriores parecen muy endebles. De todas formas, esto debería quedar para acordarlo en la próxima renovación, tras considerar la realidad actual.

Sería más práctico recortar los tres quintos actuales, actuando con la mayoría de escaños en el Congreso de Diputados. Parece que el Gobierno dará una última oportunidad para llegar a acuerdos con el partido opositor. Ya no hay excusas para no renovar.

Que los jueces elijan a los magistrados no parece lo mejor. Habría entonces un intrusismo mayor ¿Quién controla a los controladores? No pueden ser ellos mismos. La falta de madurez democrática de los partidos es evidente cuando uno culpa al otro por la falta de acuerdo. Incluso Europa ha tenido que intervenir, sin lograr solucionarlo. Todo ha sido en vano y ha quedado en nada.

¿Qué alternativas hay todavía? Varias, todas con defectos. Entonces, lo que queda es elegir la menos mala. Cualquiera será mejor que seguir en la ilegalidad o no renovar el Consejo.

Una mayoría parlamentaria podría efectuarlo sin más, contando con la elección del número que le correspondiera. Estarían en contra los que se sienten perjudicados Que elijan solo los jueces, ellos conocen al más apto y conveniente.

Realizar las reformas legales adecuadas y proceder así. Pero claro, a los partidos gobernantes les corresponderían algunos vocales más por tener un mayor número de diputados. Para evitarlo, se propone hacerlo ahora según lo acordado y proponer un sistema definitivo en la próxima elección.

Cuando uno no se fía de los que gobiernan, o no acepta haber perdido las elecciones, no verán positiva la propuesta. Siempre alegarán que han conseguido más votos que los que efectivamente están gobernando. Ese es el problema de raíz.

Eliminar las tres quintas partes para la elección y reducir esta proporción. Esto se tachará de autocracia y el intento de someter a los demás, lo cual tampoco será aceptado. ¿Existe alguna solución práctica que afecte a todos? Por ahora, parece que no. Qué dilema. Y las cosas se complican más porque si se hacen más complejas.

Esto tiene un pecado original: no aceptar los resultados electorales desde el principio. Parece que el asunto se resolvería, finalmente. Pero aún pesa: No, no soy presidente porque no quiero. Es como la fábula de Esopo: No puedo comerlas (las uvas) porque no están maduras.

En política, esto termina en contradicción: te presentas a elecciones para ganar y ser presidente, pero luego no lo deseas. Si no obtienes los votos parlamentarios necesarios, es que no puedes. No deberíamos decirlo así. Lo que sucede es que las uvas, los votos, están aún verdes.

Es muy peligrosa esta posición, supera la democracia, acercándose a una dictadura violenta, como ya ocurrió antes. Y muchos sienten nostalgia por ello. De hecho, el responsable fue él, el general Franco. Y ahora, Esperanza Aguirre ha descubierto que fue socialista.

Ella sabe que no es así, pero, si hay que retorcer y tergiversar la historia, se hace, porque el objetivo es otro: rememorar la guerra civil, que algunos desean repetir para ganarla Esto lo afirma una presidenta autócrata que burló a la policía desde su coche en marcha, dispuesta a luchar contra quien se interponga. Ya es suficiente.

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