Posiblemente las urnas estén cansadas
de recibir los dedos mediocres
de quien lanza votos
hacia el lado doloroso de la desigualdad.
Digo yo que estarán a la espera
de quien guarda la ilusión
de convertir ese recipiente en una fiesta.
A la espera de quién sabe qué en una caja de metracrilato
pueden caber los sueños luminosos de los hombres
que quieren democratizar las cosas más bellas del mundo
y reservar el derecho de admisión a la precariedad y sus antojos.
Digo yo que vayamos a las urnas
con antílopes saltando en nuestro pecho,
con el alma de etiqueta y los zapatos de baile,
con las manos dispuestas a agarrarle la cintura a la democracia.
No seas otro que permita
que no le dejen buscar un hogar en su propia casa.
Cerremos ya esos votos
que hacen de España un terreno vallado
para que los sueños que quieran salir al mundo
no encuentren ningún modo de hacerlo.
Cada voto es un eslabón,
una intención generosa o funesta,
un paso más de carrerilla hacia el vacío
o hacia el barrio más cercano a la justicia.
¿Has pensando ya hasta dónde podemos llegar
lanzando el corazón adentro de esas urnas?
¿De verdad te gusta como está el país en que vivimos?