Foto de perfil de la redactora de Diario16 Bea Talegón.

Lo que estamos sufriendo las mujeres con presencia pública se llama "tortura"

22 de Diciembre de 2020
Actualizado el 02 de julio de 2024
Guardar
Espana Feminismo Espana

Ayer más de 200 mujeres con presencia pública firmamos un manifiesto. En él pedimos que la violencia y acoso que sufrimos sea considerada tortura.

Hemos reaccionado con la agresión que acaba de sufrir Irantzu Varela, periodista y activista, a quien golpearon en su propio domicilio hace unos días. La iniciativa la puso en marcha Cristina Fallarás, compañera periodista que lleva años denunciando las amenazas, agresiones y el pánico que le supone salir a la calle cada día.

Ana Pardo de Vera denunciaba también la semana pasada los insultos y amenazas que recibe de manera continua en redes sociales.

Entre las firmas, tantas y tantas mujeres que estamos hartas, que vivimos desesperadas una situación que se ha convertido en algo peor que una pesadilla. Que en muchos casos estos terribles hechos de los que somos víctimas nos han unido, como me ha pasado con Sonia Vivas, una mujer valiente que lleva años sufriendo un acoso brutal, con denuncias falsas incluídas.

Yo misma sé de lo que estoy hablando. En 2013 recibí amenazas a través de las redes sociales: hice lo que tenía que hacer, que fue acudir a la Policía Nacional a interponer la denuncia pertinente. En aquel momento, recuerdo perfectamente que me dijeron que el día anterior había estado en ese mismo lugar denunciando otra periodista que también trabaja en televisión. En mi caso, la denuncia presentada ante la Policía Nacional se traspapeló y tuve que acudir de nuevo para constatar que los medios de los que se disponen dejan un margen abierto escalofriante para quienes se aprovechan del anonimato en las redes.

No fue la única ocasión en la que por desgracia he tenido que acudir a una comisaría a poner una denuncia por este tipo de cuestiones. La realidad que vengo viviendo, junto a mi familia, desde el pasado mes de junio, es una auténtica tortura.

Después de recibir una serie de mensajes "extraños" que un usuario de twitter me había escrito públicamente, recibí una llamada en la puerta de mi casa una tarde de junio. El acosador de las redes había pasado a actuar presencialmente. Había encontrado mi casa, se había atrevido a hacer cientos de kilómetros desde Francia para presentarse ante mi puerta.

Afortunadamente en mi caso la policía local del pueblo donde vivo actuó de inmediato y procedió a identificar a este sujeto. Una persona a la que yo no conocía de nada, y que, de verme en la tele, se creía con derecho a invadir mi intimidad. Este sujeto decidió alojarse en un hotel cercano a mi localidad donde estuvo un mes. Desde allí su principal actividad fue crearse distintas cuentas de twitter y no dejar de escribirme mensajes, cada cual más extraño, cada cual más incomprensible, cada cual más generador de pánico. Eran amenazas, eran delirios.

La primera denuncia que presentas te ubica un lugar donde te sientes extraña, te sientes cuestionada y tienes la sensación de que no se te toma en serio. Hace unos días, otra mujer que sufre acoso por parte de este mismo "señor" (es alguien que lleva años acosando a mujeres, que tiene ya denuncias puestas, y que es peligroso), tuvo que soportar que un agente no quisiera redactar la denuncia pertinente y le contestase: "Señora, pues quítese twitter y vivirá más tranquila". Este fue el trato dado por parte de un agente de policía a una mujer que estaba en pánico sabiendo que este personaje andaba cerca de su casa, después de haber presentado ya una denuncia previa de acoso.

Como decía, después de un mes en el que la primera orden de protección fue denegada por el juez, al considerar que no era lo suficientemente grave que un señor cogiera una moto, recorriera 800 kilómetros y se plantase en mi casa, después de haber estado enviándome mensajes sin parar, decidimos protegernos todo lo posible. Averiguar toda la información que estuviera a nuestro alcance. Y dimos con la familia del sujeto que nos confirmó que se trata de una persona con graves problemas de salud mental, que ha sido denunciado en varias ocasiones por acoso a mujeres, que han intentado ingresarle en centros psiquiátricos y que no hay manera de que se tome la medicación que necesita. Alguien que vive solo y a quien nadie controla.

Un conejo degollado, más amenazas de muerte y la reincidencia al volver a presentarse en nuestro domicilio hizo que, por fin, fuera detenido y el juez ordenase protección para mi y mi familia, prohibiéndole acercarse a nosotros, venir a nuestro pueblo y comunicarse de cualquier manera conmigo. Ese auto recogía expresamente que no podía hacerse pública ninguna parte del texto donde se hiciera referencia a datos personales de quienes formábamos parte del procedimiento. Fueron horas lo que este señor necesitó para publicarlo en redes sociales, rompiendo así la orden judicial el mismo día en que fue dictada.

Se marchó a su casa, al país vecino, donde sabe que de alguna manera se siente más impune debido a la burocracia existente. Y desde allí siguió escribiéndome desde las múltiples cuentas que se ha ido creando. Y mientras lo hacía (mensajes que yo jamás he respondido), también se dedicaba a acosar a otras mujeres. Llegando a suplantar la identidad de algunas, creándose cuentas en redes sociales idénticas a las de sus víctimas, generando en ellas una sensación absoluta de miedo y descontrol. Alguna ya ha denunciado también.

Seis meses acudiendo a poner nuevas denuncias, ampliándolas, recabando datos, pruebas. Pidiendo ayuda a su familia, a la Guardia Civil, a los mossos, al Consulado español en Perpignan, a la Gendarmería francesa. A donde sea. Porque este señor continúa, porque a medida que constata que no le respondo, su agresividad aumenta.

Tener que solicitar protección policial, ir escoltada a trabajar es el último episodio. Y muy agradecida a los agentes que han hecho un trabajo magnífico.

La justicia lleva su curso, que en este caso es lento. Terriblemente lento. Porque con una persona como esta, que tiene un largo historial, que es peligroso, una se pregunta a qué están esperando para tomar medidas que realmente nos hagan sentirnos protegidas. No solamente respecto a nosotras, las víctimas, sino contundentes respecto al agresor, de quien tienen sus datos, su domicilio.

A veces las víctimas tenemos la sensación de que este sistema está pensado para actuar cuando ya ha pasado algo. Cuando ha pasado lo que veníamos intentando evitar que pasara. Cuando te ves en esta situación entiendes por qué hay casos en los que la víctima había tenido que denunciar tantísimas veces antes de un terrible final.

Nadie debería sentir cuando acude a denunciar que no se le protege. Que su versión se pone en duda, o incluso que un agente se niegue a tomar nota de una denuncia de la que después deberá conocer un juez. Ese "pues quítese twitter, señora" es inadmisible cuando una víctima acude a una comisaría a pedir ayuda.

Esta situación es una tortura para quienes lo sufrimos, para nuestros familiares, nuestros seres queridos que viven junto a nosotras en vilo cada día que pasa. Es frustrante darse cuenta de que el sistema, de alguna manera, parece proteger más al agresor, que sigue campando a sus anchas, en lugar de tomar medidas contundentes que sirvan para dar un mensaje claro: al delincuente pero también a quienes se sienten impunes. Es urgente tomar medidas que realmente nos protejan. Priorizar ante todo la seguridad de las víctimas, visibilizar lo que nos sucede y agilizar una burocracia absolutamente injusta que está haciéndonos todavía más daño a quienes necesitamos respuestas urgentes.

Lo + leído