Michael Robinson, un quijote sajón que nunca encontró Osasuna pero sí a todo un país

28 de Abril de 2020
Guardar
Michael Robinson

Tenía siempre una anécdotasingular preparada en la cartuchera para animar la conversación, unahistoria asombrosa de cualquier deporte que anadie se le habría ocurrido abordar y, sobre todo, esasonrisa tan peculiar y bonachona de un hombre que lo era, como todoslos que lo conocían resaltan de su arrolladorapersonalidad. Y todo ello sin analizar esecastellano tan personal, exquisitamente académico y rico comodecididamente anglosajón por sus cuatro costados y plagado de erresarrastradas, que utilizaba desde que allá por 1987 decidió comenzar su aventuraespañola en un lugar llamado… Osasuna. Nuncalo encontró, por supuesto, pero sí en cambio a todo unpaís abierto de brazos y rendido a sus incontables encantos, guasasaparte.

https://twitter.com/michaelrobinson/status/1255035356292014081?s=20

Por encima de todos esos destellos queeste 28 de abril se le han apagado con 61 añospor culpa de un certero melanoma detectado a finales de 2018, Michael Robinson(Leicester, 1958-Marbella, 2020) destilaba una simpatía y honestidad que ledaban un aura de cierto quijote sajón venidode otro planeta pero que desde el primer día supo pediruna cerveza en castellano aunque su vocabulario nunca fue más allá dela combinación de varios centenares de palabras. Jamás necesitó más. Su poderde comunicación era infinito.

https://twitter.com/LFC/status/1255052955268591616?s=20

El ex futbolista ganador en 1984 de un triplete (Liga, Copa de la Liga y Copa de Europa) con el Liverpool nunca jamás caminará solo. Su país de adopción, España, se ha quedado huérfano de un futbolista atípico, goleador nato de los de antes, de movimientos toscos pero implacables y certero entre los tres palos.

Desde el primer día supo pedir una cerveza en castellano aunque su vocabulario nunca fue más allá de la combinación de varios centenares de palabras. Jamás necesitó más. Su poder de comunicación era infinito

Este país pierde también a un comunicador hecho a sí mismo consciente desdesiempre que él no era periodista ni lo pretendía, eracomunicador. Y sus historias llegaban muy lejos, prácticamente al fondo del corazón. Sus comentarios acontracorriente, sus bromas a vuelaplumamientras otros compañeros comentaristas se afanaban en sesudos análisis balompédicos,su capacidad innata para enseñarnos la cara más humanadel deporte

Como hay novelas dickensianas ogaldosianas, siempre habrá un acento Robinsonen nuestros corazones grabado a fuego. Hay huellas quenunca se borran y la que deja Michael Robinson está escrita en uncastellano primoroso, como impera en cualquierhispanista inglés que se precie de serlo.

Lo + leído