Aliança Catalana es un partido político emergente de extrema derecha, xenófobo e independentista, un batiburrillo infumable que solo se explica por el lento y progresivo deterioro de las democracias occidentales. En principio, podría parecer que un invento así, en pleno siglo XXI, está abocado al fracaso. Sin embargo, algunas encuestas apuntan a que podría tener la llave para la formación de un futuro gobierno secesionista.
El partido, que bien podría incluirse en la categoría de fenómeno trumpista, friqui o marciano, podría lograr hasta el 2,6 por ciento de los votos, es decir, entre 2 y 4 escaños en el Parlament. Dado lo ajustado del resultado electoral (se prevé que ningún partido alcance la mayoría absoluta, haciendo la situación de Cataluña ingobernable) huelga decir que esta plataforma puede antojarse fuerza decisiva a la hora de constituir el futuro Govern. O sea, que poca broma con ellos.
Ahora bien, ¿está dispuesto el soberanismo clásico a pactar con AC? Pere Aragonès ya se ha pronunciado al respecto, al asegurar que “no contabiliza” a la alcaldesa de Ripoll y lideresa de Aliança, Sílvia Orriols, como independentista, sino solo como representante de la extrema derecha. “Trabaja en contra de la independencia”, asegura el honorable president, al tiempo que le pone el cordón sanitario al engendro y concluye que el nacionalismo reaccionario “es una opción rechazable siempre, lleve la bandera que lleve”. De su primo ultra Jordi Aragonès, cabeza pensante del propio movimiento AC, no sabe, no contesta.
A priori, pudiera parecer que esta gente de Aliança son una panda de señoritos recalcitrantes con mucho dinero, tiempo libre y asco al inmigrante magrebí, pero sin demasiada cabeza ni talento para la política. Cuidado, no es así. No son cuatro advenedizos que vienen a la política a pasar el rato entre partida de golf y butifarrada en la lujosa masía del Empordá. La maquinaria ultra está trabajándose a fondo la campaña, mayormente el nicho de catalanes indignados (en Cataluña los hay a patadas por diversas causas y razones, entre ellas el descontento y la rabia por el fracaso del procés) y ya han dado muestras de cierta habilidad para la táctica y la estrategia. De entrada,Orriols ha fichado a antiguos cargos de Junts, de ERC y hasta del PSC y PP para sus listas. Se trataría de rebotados de la política tradicional que han terminado asqueados con el aparato de sus respectivos partidos, bien porque han evolucionado ideológicamente (siempre se puede ir más a la derecha, no hay límite ético), porque no les han dado el carguete con el que soñaban o sencillamente porque anhelan nuevas experiencias (ya se sabe que uno de los rasgos de la posmodernidad es precisamente eso, búsqueda del éxito inmediato por encima de las ideas y vivencia a tope para escapar de un presente demasiado anodino y aburrido).
Ya estamos en segundo curso de nuevo trumpismo internacional en todas sus variantes y formas y deberíamos haber aprendido que conviene no subestimar a este tipo de movimientos populistas, rupturistas, antitodo y transversales que causan un grave daño al sistema con su reacción contra el establishment y lo políticamente correcto. Trump empezó haciendo el tonto en la Fox y miren ustedes dónde ha llegado. Están respaldados por poderosos agentes económicos en la sombra, saben fichar a asesores Harvard versados en las últimas técnicas de propaganda goebelsiana y se mueven como nadie en la intoxicación, el fango y el bulo en redes sociales. No son ningunos indocumentados, bocachanclas o panolis. Saben cómo destruirlo todo desde dentro y están dispuestos a hacerlo.
Se desconoce si Putin anda detrás del proyecto de extrema derecha catalana para seguir desestabilizando al Estado español, como ya ocurrió durante el 1-O. Pero lo que sí sabemos es que Aliança es el Vox catalán, y aunque nunca irán juntos en foros parlamentarios comunes –ni autonómicos, ni nacionales, ni europeos, los separa la independencia de Cataluña–, comparten el noventa por ciento del programa electoral. Por supuesto, ambos se mueven en el mismo eje ideológico (“más policía y leña al moro”) y empezaron con los mismos métodos y estrategias: penetrando en el sistema a través de las rendijas municipales. Aliança Catalana colándose en el ayuntamiento de Ripoll, Vox en El Ejido, dos localidades con graves problemas de convivencia e integración interracial. No debe extrañarnos que el partido de Abascal se fundara en tierras catalanas por cuadros y militantes del Partido Popular, entre ellos Alejo Vidal-Quadras y José Antonio Ortega Lara. Esa misma escisión degenera ahora en la derecha catalana soberanista. Allá donde hay dinero, y en Cataluña lo hay, y mucho, arraiga el racismo.
Ramón Porta, hasta hoy único concejal de Junts en el pequeño pueblo leridano de Tírvia (143 habitantes), es uno de los que han decidido dar el salto a Aliança como número 3, según publica eldiario.es. “No he avisado a Junts porque ha ido todo muy rápido. Pero ya te anuncio que me he hecho militante de Aliança”, asegura el transmigrado. La noticia, en plena campaña electoral, ha hecho saltar todas las alarmas en el partido de Carles Puigdemont, que ha empezado a mover papeles para echarlo por vulneración de estatutos. Es tal el miedo a que este tipo de personajes pueda causar un daño irreparable a la imagen del partido, que el gabinete de prensa del hombre de Waterloo ya se ha apresurado a desmentir cualquier contacto o relación laboral con el tal Porta: “Esta persona no es militante de Junts ni lo ha sido nunca. Solo se presentó como independiente bajo nuestro paraguas”, aseguran las fuentes consultadas.
La derecha separatista catalana representada por Puigdemont tiene motivos para estar preocupada. En su día, Vox le comió una buena parte de la tostada al PP y ahora AC amenaza con repetir la mordida en Junts, no en estas elecciones, pero sí a medio largo plazo. Ese fenómeno explicaría por qué en los últimos años el partido posconvergente ha radicalizado y endurecido su discurso contra la inmigración para no quedarse atrás frente al competidor, incluso a costa de incurrir en una vergonzante xenofobia. El trumpismo es contagioso, y si no que se lo pregunten a Feijóo. Ultranacionalismo catalán, capitalismo salvaje y racismo (antiespañol e islamófobo): un cóctel explosivo que puede estallar en cualquier momento.