La nefasta gestión de Carlos Mazón duranta la riada de Valencia ha traspasado fronteras y sus ecos ya resuenan hasta en Nueva York. Antes de terminar el congreso internacional del Partido Popular en la Ciudad del Turia, el presidente de la Generalitat subió a un avión y se desplazó a Estados Unidos para tratar, supuestamente, sobre el futuro de las empresas afectadas por los aranceles de Trump. En realidad, nunca hubo tal viaje oficial, todo obedeció a una maniobra de Feijóo para quitarse de encima a su barón valenciano y que no posara en la foto final de familia junto a los demás prebostes conservadores europeos. El gallego le dijo “piérdete un rato por ahí” y él cogió la mochila, se fue al aeropuerto huyendo de los periodistas y cumplió con la orden. Y no se largó a China, todavía más lejos, porque luego lo llaman comunista, como a Sánchez.
Sin embargo, cuando Mazón desembarcó en la Gran Manzana, se encontró con un pantallón en Times Square recordándole su oscuro pasado: “Tenemos 228 razones para que no vuelvas” (en referencia al número de personas fallecidas durante la dana). Lógicamente, aunque el líder del PP valenciano se crea alguien muy importante, el americano medio no sabe quién es ni le importa, y lo más probable es que la gente que pasaba por allí y vio el cartel (un Wanted de neón) pensara que aquello era un anuncio de dentífricos con un señor español trajeado que no para de reír sin saberse muy bien por qué. Pero ahí quedó la campaña publicitaria desplegada por Compromís: un golpe de efecto contundente, impactante, eficaz.
El viaje a Nueva York en medio del congreso del PP europeo era la excusa perfecta para no aumentar aún más la infamia de todo lo que pasó aquel fatídico 29 de octubre y en los meses posteriores: los muertos a los que nunca llegó la alerta masiva a la población, la comilona con Maribel Vilaplana, la incompetencia de los políticos de la Generalitat (con Salomé Pradas a la cabeza, que ha reconocido ante la jueza, entre sollozos, que no tiene ni pajolera idea de temas de Protección Civil), las mentiras y los bulos, los abucheos de los ciudadanos que persiguen al president allá donde va. Airearse en Nueva York, irse corriendo a hacer las Américas para esconderse de la oposición, de los periodistas, de las víctimas y sus familiares, no tenía otro objetivo que poner tierra de por medio (en este caso agua, seis mil kilómetros de agua) en un momento delicado. Así se amortiguaba un tanto el ridículo del Partido Popular ante los Merz, Brunner, Orpo y otros jerarcas conservadores del viejo continente, donde se dimite por la mitad de las trapacerías protagonizadas por Mazón.
Así que, ya que tenía que desterrarse un par de días en Nueva York, el dirigente del Consell ha tratado de convencer al personal de que iba a reunirse con el mismísimo Trump para que retire los aranceles a las naranjas, la paella y la horchata de chufa. “Voy a volver con noticias muy buenas para los valencianos”, le dijo a los plumillas, entre risas nerviosas algo sospechosas, antes de subir al avión. Nadie le creyó. Todo el mundo sabía que iba a Estados Unidos a lo que iba, a perderse un rato, a dejar que la cosa se enfriara, a quitarse de los focos mientras los políticos serios del PP trazaban el futuro de Europa. El exhonorable ya no engaña a nadie: estamos ante un hombre sin palabra que solo vive para que la jueza de Catarroja no lo empapele por negado, tardo y zote a la hora de gestionar la mayor crisis climática de la historia.
Mazón corriendo hacia el control de pasaportes del aeropuerto, mochila en mano y sin mirar atrás, recuerda más a alguien que trata de poner pies en polvorosa, tras alguna fechoría, que a un político en delegación comercial dispuesto a cerrar negocios en la Gran Manzana. Y llegados a este punto tenemos que preguntarnos qué ha hecho durante esas breves horas en Nueva York el conspicuo mandatario levantino. Es obvio que Trump no le recibió en su diamantino rascacielos, la Trump Tower. Lo más probable es que el mochilero alicantino llegara al portón del edificio, tocara el timbre y saliera el lacayo paquistaní vestido de época para decirle que el amo no estaba. Y hasta ahí. Lógicamente, el magnate neoyorquino no conoce de nada a su homólogo che y no va a perder con él ni cinco minutos de su valioso tiempo, que el día se le queda corto y luego no llega a la partida de golf. Así que, con las mismas, Metro y para el JFK otra vez.
Se desconoce por dónde ha andado el president hasta tomar el avión de regreso a casa. En Nueva York no hay un Ventorro donde refugiarse, solo hamburgueserías de franquicia, así que el barón popular habrá tenido que buscarse otras opciones para matar el tiempo, como un paseo por Central Park, el jardín del Turia neoyorquino, siempre mirando a sus espaldas, no vaya a ser que salga algún grupo de estudiantes del Harvard woke (bien informados sobre la tragedia en L´Horta Sud) para gritarle eso de Mazón, to the jail. También ha podido darse un garbeo por Broadway para mejorar sus técnicas de interpretación teatral de cara a sus próximas apariciones en Les Corts y ante la prensa, que eso siempre viene bien; o acercarse un momento a la sede de la ONU para confirmarle a sus socios trumpistas de Vox que ese edificio histórico ha quedado como una ruina arqueológica del pasado, lo cual que los ultras han salido victoriosos de la “guerra cultural”. Hay muchas cosas que puede hacer el president en Manhattan hasta la hora que salga su avión. Incluso buscarse un apartamento barato en Brooklyn para perderse allí una buena temporada. Los valencianos se lo agradecerán.