Ayuso guarda silencio sobre la gigantesca manifestación convocada por el personal sanitario harto del desmantelamiento del sistema de salud pública. O mejor habría que decir convocada por la mayor parte del pueblo de Madrid que ve con estupor e indignación cómo la presidenta sigue adelante con sus planes privatizadores para desmantelar no solo la Seguridad Social –en la que no cree porque como a buena trumpita a ella le gusta el modelo yanqui de pago–, sino el propio Estado de bienestar, que es el objetivo último de toda esta gente neoliberal insumisa al pago de impuestos.
Si en la Vicalvarada de 1854 Madrid entera se levantó contra la corrupción del régimen de Isabel II, este domingo lo ha vuelto a hacer contra otra dinastía isabelina cuyo mandato empieza a estar marcado por la incompetencia, el nepotismo, la injusticia y la cerrazón absolutista. De momento la Emperatriz de Chamberí calla (está noqueada, no se esperaba tal nivel de contestación en la calle) y a esta hora se limita a echar a los leones de la prensa a su fiel Escudero (nunca un apellido estuvo tan bien puesto para alguien que hace las veces de mayordomo de su ama). La intervención televisiva de ayer del máximo responsable del destrozo en centros de salud y hospitales fue sencillamente bochornosa. No solo negó la realidad restando importancia a una movilización de cientos de miles de personas, sino que con todo su morro llegó a sugerir que no piensa mover ni un solo dedo políticamente para resolver el caos sanitario que él y su equipo de gobierno han generado en las últimas semanas. “La manifestación ha estado en clave política, jaleada principalmente por Más Madrid. A nosotros no nos condiciona nuestro trabajo, que es trabajar por la sanidad madrileña, que posiblemente es la mejor de España”, aseguró en un programa de La Sexta. No se pueden soltar más mentiras en tan pocas palabras.
Que Escudero reste importancia a la mayor protesta ciudadana de los últimos años y diga que estuvo políticamente organizada (a modo de conspiración judeomasónica) es una gran mentira, además de una perogrullada. Primero es falso porque una manifestación en la que participan más de 670.000 personas clamando al unísono para que Ayuso no se cargue un sistema que una vez fue la envidia del mundo constituye un hecho histórico. No hay tanta gente de izquierdas en Madrid, si la hubiese el PSOE gobernaría esa comunidad con mayoría absoluta y es evidente que no lo hace. Escudero, sin duda emborrachado con el elixir del ayusismo trumpista que le hace a uno perder la noción de la realidad, se equivoca gravemente al no querer ver que, en las riadas humanas de ayer, en las fértiles mareas blancas que inundaron la capital del país, había personal de toda ideología y condición. Gente de derechas y de izquierdas, activistas y apolíticos, monárquicos y republicanos, el pueblo echado a la calle, en fin, para defender un derecho tan básico como que a uno lo atiendan dignamente cuando enferma y no lo dejen tirado en un pasillo o colgado a una pantalla de ordenador por falta de médicos.
Pero además, que Escudero se queje de que la movilización ha estado controlada por los sindicatos y los partidos de izquierdas revela la simpleza, la bisoñez y la puerilidad de un señor que por lo visto todavía no se ha enterado de qué va esto de la democracia. ¡Pues claro que ha estado promovida por el rojerío madrileño! ¡Faltaría más! ¿O acaso cree el señor consejero que los derechos se defienden solos o dejándolos en manos de los señoritos, caciques y cayetanos? ¿De verdad pensaba este guiñol de Ayuso que esto de la política era un juego o un pasatiempo entre cóctel y campo de golf? En este país, cada vez que ha habido que avanzar en conquistas sociales, ha sido el movimiento obrero, con su sangre, sudor y lágrimas, quien ha tenido que bajarse a la barricada para enfrentarse a la Policía, a la patronal, a los políticos franquistas, a la Iglesia, a los poderes fácticos, en definitiva, al sistema heredado de la dictadura. Nuestra derecha carpetovetónica, africanista y montaraz jamás ha movido un solo dedo para mejorar la calidad de vida de los españoles. Aquí lo poco o mucho que se ha conseguido ha sido por la fuerza de la calle, o sea por la razón de la fuerza y la fuerza de la razón. Esa contribución de la izquierda a la justicia social es la que da legitimidad moral para que un sello de Correosconmemore el centenario del PCE mientras la Falange ha caído en el desguace de la historia.
Al final, por mucho Parlamento democrático que haya, cuando el pueblo sufre aplastado por la injusticia, la respuesta es un estallido de indignación y rabia popular. Y ahí estará siempre la izquierda, con la gente que soporta la negligencia de sus políticos, en este caso con los pacientes que han perdido la paciencia y ya no aguantan más listas de espera, ni más privatizaciones, ni más salas de urgencias atestadas, ni más venta de centros sanitarios a fondos buitre, ni más ambulatorios sin médicos donde los enfermos mueren de la peor enfermedad crónica que padece España desde tiempos inmemoriales: el olvido y el abandono de unas élites, de casta que se perpetúa, de una derechona que solo se representa a sí misma y a sus fueros históricos. Desde los tiempos de Espe Aguirre, los dirigentes del PP solo tienen un punto esencial en su programa electoral: acabar con los servicios públicos que les molestan, privatizarlo todo y convertir Madrid en un paraíso fiscal para ricos. Baste un solo dato para demostrar al nivel de degradación en el que ha caído el Estado de bienestar en esa comunidad autónoma: los madrileños pagan 220 millones de euros al año por servicios municipales gestionados ya por empresas privadas. Un negocio redondo para cuatro amiguetes y desahogados afectos al régimen ayusista.
Sabemos que una manifestación “no hace que se elijan gobiernos”, como dice, sin complejos, el señor Escudero, y que en democracia el poder se conquista por las urnas. Pero lo de ayer no fue una reunión de cuatro sindicalistas ociosos o una protesta de 34 médicos descontentos. Fue un serio toque de atención del pueblo de Madrid a Isabel Díaz Ayuso, un primer aviso a sus políticas ultraliberales que, entre otras cosas, han llevado a la cola del paro a la primera ministra británica, Liz Truss, hace solo unos días. Que vaya tomando nota la lideresa castiza de que unas elecciones pueden ganarse con un eslogan manido y distópico como “comunismo o libertad”, pero también pueden perderse con un fiasco en la gestión, con un par de manifestaciones bien puestas como la de ayer y con el pueblo a la contra.