Un juez de Madrid ha abierto diligencias contra Begoña Gómez, la mujer de Pedro Sánchez. El instructor pretende saber si Gómez, “prevaliéndose de su estatus personal, esposa del presidente del Gobierno de España, ha venido recomendando o avalando por carta de recomendación, con su firma, a empresarios que se presentaban a licitaciones públicas”. Como trasfondo del affaire, el rescate de Air Europa con 475 millones de euros de dinero público al que Sánchez dio luz verde.
La noticia ha desencadenado un terremoto en la política nacional, pero conviene mantener la prudencia en todo este asunto. Para empezar, la denuncia parte del sindicato Manos Limpias, una organización ultraderechista que practica una suerte de populismo judicial para embarrar la democracia. Una asociación que se declara “no hipotecada por nada ni por nadie” pero que, curiosamente, nunca destapa trapos sucios de la derecha nostálgica y franquista, sino que casi siempre trabaja contra el enemigo rojo, socialcomunista y masón.
Recuérdese que Manos Limpias es un grupo dirigido por el ultra Miguel Bernad, que fundó el sindicato en 1995. Un personaje que en su día fracasó en la política (a la que llegó siguiendo la estela de Blas Piñar), que ha recibido la distinción Caballero de Honor de la Fundación Franco (por sus servicios en defensa de los ideales del Movimiento), y que ha sido acusado de los delitos de extorsión y estafa en el caso Ausbanc, aunque finalmente fuese absuelto por el Supremo. Sus querellas suelen ser archivadas, aunque con frecuencia se personan como acusación particular en casos de relevancia mediática. Por momentos, da la sensación de que ML busca desestabilizar el sistema, ensuciar la democracia y transmitir a la ciudadanía la sospechosa sensación de que todos los políticos son iguales, que es tanto como propalar la idea de que con Franco vivíamos mejor.
Basta una serie de pinceladas para entender el fenómeno sociológico al que nos enfrentamos: en su deriva ultrarreligiosa, ML ha llegado a denunciar a los Lunnis, aquellas simpáticas marionetas infantiles de la televisión que en uno de sus capítulos dignificaron el matrimonio homosexual. Con eso está dicho todo, pero el currículum de esta gente es tan amplio como esperpéntico y también han denunciado al párroco de Valverde del Camino, el primer sacerdote católico español en salir del armario, y a un guardia civil de Mallorca que pidió vivir con su compañero sentimental en una casa cuartel. Son extremistas, exaltados, fanáticos.
La querella de Manos Limpias contra Begoña Gómez es más de lo mismo: busca la repercusión mediática, el foco, estar en el candelabro, como decía aquella, y causar el mayor daño posible a la credibilidad del Estado de derecho. Pero, más allá de la dudosa procedencia del agente que promueve la acción penal, hay otros datos reveladores que nos llevan a pensar en el escaso recorrido de esta última ofensiva ultra en los tribunales. Así, el juez se ha basado exclusivamente en informaciones periodísticas para abrir diligencias contra la primera dama (piensa llamar a declarar a los redactores que destaparon el asunto); la UCO ni está ni se le espera en esta causa (la Guardia Civil no ha visto delito por ninguna parte, pese a que ha buscado y rebuscado entre los audios del caso Koldo); y el magistrado ni siquiera se ha dignado a pedir informes a la Fiscalía para calibrar la viabilidad de un proceso que se antoja cuando menos arriesgado, ya que hasta la fecha no hay más que conjeturas de la caverna mediática, unos cuantos titulares amarillos contra Begoña Gómez y unos indicios más o menos cogidos con pinzas.
Con todo, el problema ya no es la enésima chapucera querella del sindicato ultra, sino quién está detrás de esta operación que huele a montaje y a persecución política más que a un caso penal basado en hechos reales. Y todo apunta, una vez más, a Génova 13. Es evidente que hoy el PP ha legitimado al falangismo judicial español. Desde el partido se ha dado orden de atravesar una peligrosa línea roja al decidir ir a por todas contra la primera dama. Dando jaque a la reina, cae el rey. La querella de Manos Limpias es la declaración de hostilidades de Feijóo, total y de facto, contra Sánchez por las últimas semanas de escándalos en Madrid. Isabel Díaz Ayuso ha atravesado por su peor momento desde que llegó al poder en 2019 tras airearse los problemas fiscales de su novio con la Agencia Tributaria. Un feo asunto que apunta a la comisión de graves delitos contra la Hacienda Pública. Después de eso, las alarmas saltaron en el Partido Popular, que decidió pasar al ataque y lanzar un mensaje rotundo y claro a Moncloa, casi un ultimátum: “Si quieren hablar de la pareja de Ayuso, hablaremos, y mucho, de la mujer del presidente del Gobierno”. Y así ha sido. La amenaza se ha cumplido y se ha puesto en marcha la máquina del fango.
Ahora estamos en medio de una escalada que ni la guerra en Oriente Medio. Una guerra cruenta y sin cuartel donde cada bando dispara sus dosieres como fuego a discreción. “En un día como hoy, y a pesar de las noticias que he conocido, a pesar de todo, sigo confiando en la Justicia de mi país”, ha afirmado un lacónico Sánchez, en la sesión de control al Gobierno, a preguntas de Gabriel Rufián. Al presidente se le ha visto con el rostro sombrío, desencajado, y también algo abatido. Está tocado. Pero más allá de que la Justicia logre acreditar las acusaciones contra su esposa o las archive definitivamente, habría que reprocharle al jefe del Ejecutivo la deficiente gestión de todo este lamentable suceso. Moncloa ha tardado demasiado tiempo en reaccionar ante el chaparrón que se le venía encima. Primero falló al no darle la debida importancia al incendio y al tratarlo como una simple anécdota o menudencia que no llegaría a ninguna parte. Y en segundo lugar se ha equivocado al no poner luz y taquígrafos, al no manejarse con toda la transparencia que requería el caso. Sánchez debió comparecer en el Parlamento y ante la prensa para aportar la información de que disponía sobre los supuestos negocios de su esposa. Así hubiera cortado de raíz cualquier tipo de especulación, rumorología o leyenda urbana al respecto. La mujer del César no solo debe ser honesta, sino parecerlo. Esa es la amarga lección que debe aprender Sánchez mientras suenan los tambores de guerra en las barricadas de la calle Génova.