El distrito de Chamberí, una de las zonas tradicionalmente más acomodadas de Madrid y feudo político de Isabel Díaz Ayuso, se ha convertido en el epicentro de una práctica que avergüenza a muchos vecinos: la distribución masiva de tarjetas de prostitución. A diario, quienes pasean por sus calles o simplemente bajan al coche por la mañana se topan con estos folletos explícitos pegados en parabrisas, bocas de metro, escaparates o farolas. En ellos, imágenes de mujeres semidesnudas y mensajes sexuales —muchos de ellos con connotaciones racistas— ofrecen servicios por apenas 20 euros.
Chamberí se ahoga entre folletos de prostitución: la plaga que nadie quiere combatir
En calles como Rodríguez Sampedro, Alberto Aguilera, Quevedo o Arapiles se pueden recoger cientos de estas tarjetas . No se trata de un caso aislado ni de una zona marginal: es el corazón del Chamberí donde los escolares juegan en plazas y acuden a colegios. La vergüenza no solo está en la calle: está también en el silencio.

Cromos de la prostitución: no es un juego
Vecinos denuncian que algunos menores recogen estos flyers como si fueran cromos. “Se los intercambian como si fueran pegatinas de fútbol”, comenta indignado un padre que lleva años viendo cómo estos papeles acaban en los patios de los colegios. Algunos carteles destacan: “Chicas jovencitas y a estrenar”, “Tetas 100% reales, ven y compruébalo”, “Asiáticas nuevas en Usera”. Esta publicidad se ampara en la hipersexualización de mujeres extranjeras, muchas de ellas vulnerables.
La situación es especialmente preocupante porque el Ayuntamiento de Madrid, dirigido por José Luis Martínez-Almeida, no ha mostrado una voluntad clara de acabar con esta lacra. Más allá de declaraciones puntuales o medidas testimoniales, los vecinos aseguran que la proliferación de estos anuncios ha ido en aumento desde que el Partido Popular gobierna la ciudad.
Una plaga a la vista de todos
Aunque la Policía Municipal tiene pautado un protocolo de actuación —que incluye identificar al repartidor, incautar la publicidad y trasladar la información a la Policía Nacional—, lo cierto es que las intervenciones son mínimas y la efectividad es casi nula. Según fuentes policiales, se llama incluso a los números de contacto para ofrecer ayuda a las mujeres, pero muchas alegan ejercer “por voluntad propia y necesidad económica”. La realidad detrás de esas respuestas puede ser mucho más oscura: redes de trata, coacción o explotación.

Desde 2017, hubo iniciativas puntuales en distritos como Tetuán, Ciudad Lineal o Carabanchel. Sin embargo, Chamberí no solo no ha mejorado: ha empeorado visiblemente. “Antes era un problema de barrios periféricos, ahora está en pleno centro, donde vive la élite de la ciudad”, denuncia una activista vecinal que ha dejado de contar las veces que ha retirado tarjetas de su propio portal.
La impunidad con la que actúan quienes reparten esta publicidad es escandalosa. Alguien puede limpiarlas todas por la noche, y al día siguiente, reaparecen cientos más. Es un negocio que no se detiene y que parece contar con la complicidad de quienes prefieren mirar hacia otro lado.
¿Dónde están las asociaciones vecinales?
Una de las cuestiones más inquietantes es la falta de respuesta social. ¿Por qué no hay movilizaciones masivas contra esta invasión? ¿Por qué no protestan las asociaciones de padres y madres de colegios cercanos? ¿Dónde están las plataformas feministas o de defensa de los derechos humanos? La respuesta, aunque incómoda, es sencilla: porque la prostitución sigue siendo un tabú que incomoda incluso a quienes se declaran progresistas.
Tampoco hay voluntad política de encarar este problema de raíz. Se esgrimen argumentos como la “voluntariedad” de las mujeres o la libertad individual, cuando lo que se está denunciando es otra cosa: el uso de espacios públicos para fomentar una cultura machista y cosificadora de la mujer, con el peligro añadido de normalizar estos mensajes ante menores de edad.
La herencia de Carmena y el abandono de Almeida
Durante el mandato de Manuela Carmena, el Ayuntamiento de Madrid aprobó por unanimidad prohibir los anuncios de prostitución en los parabrisas de los coches. El compromiso era firme: se intensificaría la vigilancia, se perseguiría a los distribuidores y se promovería una ordenanza centrada en los derechos de las mujeres. El entonces delegado de Salud y Seguridad, Javier Barbero, fue claro: “Estas octavillas presentan a la mujer como una mercancía. No podemos permitirlo”.
Desde entonces han pasado casi diez años. ¿Qué ha hecho el gobierno de Almeida? Nada. Las tarjetas han vuelto con más fuerza que nunca. La publicidad sexista invade barrios como Chamberí mientras el consistorio se limita a declaraciones vacías o a escurrir el bulto. Ni hay campañas públicas, ni presencia policial suficiente, ni voluntad de cortar el problema desde el origen.
El problema no es solo la publicidad. Es el modelo de ciudad que se está construyendo. Una ciudad donde lo denigrante se tolera, donde el machismo se pasea impune por las calles y donde se permite que la dignidad de las mujeres se pisotee en plena vía pública.
Es el momento de decir basta
Es momento de decir basta. La ciudadanía no puede seguir tolerando esta invasión pornográfica de lo público. No se trata de moralismo: se trata de dignidad, de derechos humanos, de respeto. Es necesario exigir al Ayuntamiento que tome medidas reales: multas ejemplares, campañas de concienciación, persecución a las redes y apoyo a las mujeres que quieren salir de la prostitución.
Y también se debe interpelar a las asociaciones de vecinos, a las plataformas feministas, a los partidos políticos y a los medios de comunicación. No podemos permitir que esto se convierta en parte del paisaje urbano, como si fuera algo inevitable o anecdótico.
Porque la realidad es esta: Manuela Carmena quiso acabar con esta plaga, y aunque no lo logró del todo, sentó las bases de una política pública para combatirla. Almeida no solo ha desmantelado esos esfuerzos: ha permitido que el problema se agrave hasta límites inaceptables.
Si no actuamos hoy, mañana será demasiado tarde. Y nuestras calles, las de todos, seguirán siendo un escaparate de explotación, machismo y miseria moral.