Pedro Sánchez celebra hoy, con un cafelito exprés de media hora en Moncloa, lo que considera un gran triunfo para la clase trabajadora de este país: el acuerdo con los sindicatos que prevé una subida de las cotizaciones del 0,6 por ciento para mantener la hucha de las pensiones. En principio, el pacto va a venderse como el pollino del gran triunfo de Gobierno y sindicatos, todavía más teniendo en cuenta que los empresarios, cabreados, se han levantado de la mesa de negociación sin firmar cuando se les ha propuesto correr con la mayor parte del esfuerzo o incremento.
Es cierto que el ministro Escrivá ha conseguido salvar su plan sacándose un as de la manga a última hora, ya que, si al comienzo de la mesa de diálogo ofrecía un reparto del 0,4 por ciento de incremento para los empresarios por un 0,2 para los trabajadores, el documento definitivo da el cambiazo y refleja un 0,5 frente al 0,1 respectivamente. O sea, que Escrivá le ha metido una goleada a la CEOE en los minutos de descuento, una manita en toda regla, por utilizar el símil futbolístico.
A simple vista podría parecer que la clase obrera sale ganando de este póquer en Moncloa (últimamente el palacio presidencial es lo más parecido a un casino rebosante de tahúres) pero si vamos a la letra pequeña del contrato comprobaremos que el acuerdo no es tan rojo sin tan socialista como lo quieren pintar y que, una vez más, al proletariado le han dado gato por liebre y lo que parece una histórica victoria de la famélica legión sobre el gran capital es, en realidad, una seria estocada a las pensiones de aquí a diez años.
La subida del 0,6 por ciento en las cotizaciones entrará en vigor a partir de 2023 con el objetivo de engordar la hucha de las pensiones que, actualmente y tras el expolio del Gobierno Rajoy, está tiesa, tiritando, ya que cuenta con poco más de 2.100 millones de euros en fondos de reserva. Pero –y aquí es donde viene la trampa–, cuando llegue el año 2033 y toque renovar el flamante acuerdo de “equidad intergeneracional” firmado hoy habrá que volver a plantearse el mecanismo, ya que los fondos probablemente no lleguen para cubrir las pensiones de todos los españoles. En el caso de que se haya rellenado la hucha de más y quede un sobrante, ese dinero se podrá utilizar para pagar más jubilaciones. Sin embargo, si se ha ingresado menos (la previsión es recaudar 25.000 millones, de modo que faltarían otros 25.000), el Gobierno podrá recortar las pensiones o incrementar más las cotizaciones o ambas cosas a la vez, según establece el pacto. Eso es lo que dice el acuerdo y eso es a lo que nos exponemos: a que en el año 2033 la hucha esté otra vez temblando y haya que rellenarla de nuevo, esta vez metiendo la drástica tijera.
¿Qué tiene de socialista esta reforma que no hace sino parchear y aplazar el monumental problema de las pensiones? ¿De qué tenemos que alegrarnos los españoles, de que Garamendi y los suyos se hayan levantado de la mesa de negociación simulando una derrota que no es más que una pírrica victoria de Gobierno y sindicatos que no resuelve el problemón, sino que solo lo aparca diez años más? ¿Vamos a tener que brindar ahora porque hayamos salvado in extremis uno de los pilares básicos del Estado de bienestar condenando a los boomers a mirar el calendario de reojo, durante una década, sin saber sin esa espada de Damocles de 2033 caerá finalmente sobre sus cabezas para recortar la paga que honradamente se han ganado durante una larga y extenuante vida laboral? No es precisamente como para descorchar el champán. Sin embargo, las burbujas del cava impregnan cada rincón de Moncloa, el presidente está exultante y todo es alegría, confeti y diversión en una especie de carpe diem que ya tiene una fecha para la ejecución: el dramático horizonte a diez años.
Todo apunta a que este desastre en la gestión de la jubilación de los españoles la terminará pagando, a largo plazo, la generación del baby boom (los nacidos entre 1958 y 1977). En aquel período de nuestra historia nacieron casi 14 millones de personas, 2,5 más que en los veinte años anteriores y 4,5 millones más que en los veinte años siguientes. Fue una explosión demográfica sin precedentes cuya pensión había que haber previsto, pero ni el Pacto de Toledo ni los sucesivos gobiernos del turnismo PSOE/PP han logrado resolver la diabólica ecuación matemática. De una forma o de otra, siempre se acaba recurriendo al parche para salir del paso, un parche que demasiado a menudo tienen que pagar los trabajadores mientras el sistema tributario que debería recaudar más para rellenar la hucha (en orden a los principios constitucionales de equidad y progresividad) sigue siendo laxo con los ricos y las grandes fortunas, los paraísos fiscales continúan funcionando a pleno rendimiento y prosigue la sangría de la corrupción que esquilma las arcas públicas. Eso sí, Sánchez sale hoy como el presidente más socialista de la historia de la democracia por un acuerdillo con los sindicatos que es pan para hoy y hambre para mañana. Un remiendo provisional que no es precisamente para cantar la Internacional.