Al final, Luis Rubiales ha tenido que presentar su dimisión como presidente de la Federación Española de Fútbol. Ahora cabría preguntarse qué ha llevado al polémico dirigente a arrojar la toalla cuando hace apenas dos semanas vociferaba en la Asamblea federativa, hasta por cinco veces y a grito pelado, que no tenía la más mínima intención de irse a su casa. Quizá haya sido un cúmulo de factores que le han hecho entrar en razón. Sin duda, la drástica decisión de la FIFA de suspenderle durante tres meses ha supuesto un serio contratiempo para él. Como también ha sido definitivo que el Gobierno Sánchez le haya retirado el apoyo incondicional que hasta ahora le había dispensado. En cuanto al rechazo que haya podido sufrir por parte de las gentes del fútbol, junta directiva, barones de las federaciones territoriales y personal del cuerpo técnico, no parece que haya afectado tanto al desenlace final del episodio. Toda esa gente aduladora un día está con el jefe, aplaudiéndole, y al siguiente le clava el cuchillo por la espalda. Va con el cargo. Forma parte del juego del fútbol.
Las cuestiones personales claro que han pesado en su decisión de abandonarlo todo (a nadie le gusta ver cómo lo ponen verde en los periódicos y en los programas de televisión mientras su familia sufre), pero indudablemente lo que coloca a Luis Rubiales de patitas en la calle es la mujer, las mujeres españolas, el feminismo. Si algo nos enseña el turbio episodio es que este país no es como hace diez, veinte o treinta años. Ha cambiado tanto que ya no lo conoce ni la madre que lo parió, como dijo Alfonso Guerra. El movimiento por la igualdad y los derechos de la mujer ha calado hondo en buena parte de la sociedad española. No solo en ellas, también entre los hombres. Esta transformación paulatina pero constante se ha ido produciendo con el tiempo, por momentos lentamente, otras veces con bruscos acelerones puntuales. El caso de Nevenka Fernández, sin duda, fue un gran punto de inflexión: por primera vez una mujer acosada en el trabajo le ganaba la partida a su acosador. Las discriminaciones de todo tipo, sociales y laborales (ahí está la penosa situación de las Kellys) han sacado a la calle a millones de mujeres durante todo este tiempo de evolución en los que las manifestaciones del 8M han ido creciendo en número y en vehemencia contestataria. Las diferentes sentencias judiciales intolerables, en las que se convertía a las víctimas en culpables, removieron muchas conciencias. Basta con recordar el infame expediente de La Manada y cómo un juez fue capaz de convertir una violación grupal en una relación sexual mutuamente consentida en un ambiente de alegría y jolgorio. Se ha avanzado mucho en ese sentido, aunque queda un largo camino por recorrer. Hoy mismo, el Tribunal Superior de Justicia de Navarra ha rebajado en un año, de 15 a 14, la pena de prisión impuesta por el Tribunal Supremo a Ángel Boza, uno de los cinco condenados de La Manada, en aplicación de la ley del “solo sí es si”. Hecha la ley, hecha la trampa. Esta noticia de última hora demuestra que el machismo sigue anidando en la Administración de Justicia.
Obviamente, el movimiento feminista ha ido ganando peso por influencia de la situación internacional. Movimientos como el Me Too, contra las agresiones sexuales en Hollywood, supuso un nuevo impulso a un fenómeno que ha ido adquiriendo tintes de globalizador. Pero faltaba la gota que iba a colmar el vaso: el affaire de Rubiales y su asqueroso beso a la jugadora Jenni Hermoso en plena celebración del título mundial de fútbol. El gran error del presidente de la Federación Española de Fútbol fue no haber sabido calibrar en qué punto se encontraba el movimiento de liberación de la mujer. De ahí que primero pensara que su “pico” había sido una tontería entre amigos, después pidiera perdón con la boca pequeña y finalmente, tras aquella lamentable asamblea federativa a mayor gloria suya y cuando ya se veía acorrolado, decidiera atrincherarse en el ático como ese personaje del cómic 13 Rue del Percebe, la célebre historieta del reciente y tristemente fallecido Francisco Ibáñez. Estaba claro que Rubiales no había entendido nada de lo que había ocurrido en el mundo en los últimos veinte años, sobre todo desde el inicio de este siglo convulso. Y un dirigente que no posee ese olfato para detectar la coyuntura política contemporánea está predestinado a cometer, más tarde o más temprano, un grave error de bulto que le llevará al fracaso. Así ha sido.
A Luis Rubiales no lo mata civilmente el “falso feminismo”, como él implora; ni los siniestros magnates de la FIFA; ni los políticos de la izquierda que antes le daban palmaditas en la espalda y ahora se revuelven contra él. Ni siquiera la Fiscalía, que ha abierto diligencias por un delito de agresión sexual. Lo mata su machismo no resuelto (que ni él mismo es capaz de aceptar y asumir) y esa ceguera que le lleva a no entender el momento histórico en el que vive. Él pensaba que estábamos todavía en 1982, cuando aquellos machos alfa de la izquierda española que provenían del exilio y la Transición empezaban a asumir públicamente la revolución feminista pendiente (un tanto a la fuerza y con resignación ante el empuje de la mujer, todo hay que decirlo), mientras de puertas para adentro se seguían comportando como señoros con su copa de Soberano en una mano, un purito patriarcal en la otra y un discurso todavía retrógrado. Este país ya no es aquel de antaño. Este país ya no aguanta según qué cosas porque ha evolucionado para bien en la defensa de los derechos humanos, algo de lo que debemos congratularnos. Lo que antes parecía algo normal, que una mujer no se defendiera del abuso de un jefe o superior, hoy es un escándalo mundial.
Un tipo que en 2023 cree que plantarle un “pico” a una mujer ante 1.000 millones de espectadores es una simple anécdota es alguien que vive fuera del tiempo y del espacio. Alguien que no se encuentra capacitado ni para dirigir la asociación de vecinos de su barrio. Ya no está. El machismo en el fútbol no termina con la tarjeta roja y expulsión de Rubiales. La batalla continuará mientras las estructuras machistas no se hayan desmantelado totalmente. Pero el feminismo ha ganado una batalla trascendental, una batalla que parecía imposible en 1978.