El ministro de Cultura, Ernest Urtasun, ha defendido Zorra, el tema de Nebulossa que España enviará a Eurovisión, al asegurar que es “una canción rompedora, fresca y nueva que nos representará estupendamente”. La declaración de Urtasun llama poderosamente la atención por varios motivos, el principal su valor e independencia, ya que el ministro proviene de las confluencias, un mundo hermético que machaca al que se sale de la doctrina oficial o justifica las bromas, chanzas o gracietas con el feminismo, que para ellos es una cosa muy seria. Es en ese núcleo duro, muy influido en la última década por el podemismo de Pablo Iglesias e Irene Montero, donde se encierran las esencias, el movimiento inflexible, rancio y sin concesiones de ningún tipo. Ni siquiera al sentido del humor.
Cuando una feminista del núcleo duro, del buró, marca una tendencia ideológica sobre el ideario que se debe mantener sobre esto y aquello (véase la ley trans, un suponer), las inscritas y los inscritos aceptan, asumen y callan. Esa es la línea de pensamiento que se debe seguir y el que se aparte de ella es acusado inmediatamente de cómplice del machirulismo, de infiltrado y de traidor. Entonces se le purga (sea él o ella) y a otra cosa. Así se las gastan en el nuevo feminismo puritano, también denominado transversal, queer o transgenerista (le han puesto muchas etiquetas modernetas, pero el catecismo siguen sin comprárselo todas las mujeres, ni muchísimo menos). Muestra de ese feminismo fundamentalista que no admite una canción como Zorra por, entre otras razones, su condición de políticamente incorrecta, es Nuria González, abogada feminista, quien en una entrevista soltó lo que pensaba de la canción y de paso de Pedro Sánchez, a quien se le ocurrió calificar el tema de Nebulossa como fresco y ameno. “El feminismo es un movimiento político que reivindica los derechos de la mujer y no tiene que ser divertido porque los derechos de la mujer están en entredicho todo el rato, para empezar el derecho a la vida”. Ahí queda eso. A rezar el rosario feminista, y a la novicia que se le ocurra sonreír pícaramente, expediente disciplinario al canto.
Esta tendencia mayoritaria dogmatiza el feminismo hasta el punto de sacralizarlo y equipararlo a una religión, de tal forma que todo aquel o aquella que se atreva a hacer parodias o chistes con el tema, o a emplear un código que se salga de la neolengua que ellos suelen utilizar, comete una horrible blasfemia. Para este grupo solo hay un feminismo, el que ellos, ellas y elles han instaurado, excluyendo a cualquiera que se atreva a salirse de la ortodoxia oficial. Tal como lo plantea esta gente, el feminismo sería una especie de secta intolerante donde todos tienen que pasar por el aro del manual, o sea, verdad única y suprema, disciplina rígida y estricta y poca broma. Tantos siglos de lucha feminista para terminar en un nuevo tipo de puritanismo pacato, adusto, doctrinario. Tantos años de revolución y sufrimiento por la igualdad para acabar aquí, en una especie de nuevo Ejército de Salvación con una moralina diferente, pero moralina a fin de cuentas. No están demasiado lejos de esas mujeres que ponen a parir a otras por su conducta rebelde y disoluta al margen de lo que se supone debe ser lo socialmente establecido.
Malamadre Jefa, en una acertada columna en el Muro de la Sexta, escribe sobre este feminismo antipático: “Yo con esta canción veo una crítica social, veo un 'paso de ti', igual que con Putade Zahara o conPerrade Rigoberta. Una declaración de intenciones. O como dice la periodista Ana Requena: estas canciones buscan contribuir a la resignificación de un término, no lo incita, lo reta”. Claro y directo. Sin embargo, pobre de aquel o aquella que se lo haya pasado pirata con la canción de Nebulossa, pobre de quien la haya coreado y bailado al grito de guerra zorrista, que no pretende ser sino una provocación contra el machista utilizando sus propias armas, la inteligente y subversiva psicología inversa. Esas malas feministas, esos machistas encubiertos o residuales, tienen que estar preparados/as para sufrir lo que promete ser una caza de brujas como otra cualquiera. La brigada antivicio de esta Brunete feminista los tildará sin duda de señoras y señoros, de retrógrados, de traidores a la causa, solo por dejarse llevar por una simple canción con un mensaje no tan subliminal. La misma clase de censura ideológica de aquellos viejos bolcheviques de la URSS que llegaron a prohibir Ninotchkapor burguesa y capitalista, aunque en realidad, más allá de la fuerte carga satírica que entrañaba la película, lo que no soportaban los burócratas del partido comunista era el volcán sexual antipatriarcal que bullía en el interior de la camarada interpretada por la inolvidable Greta Garbo.
El humor es el arma más eficaz que existe. Decía el gran Dario Fo que el poder no soporta la sátira, ni siquiera los gobernantes que se llaman a sí mismos democráticos, ya que la risa libera al hombre de sus miedos (y también a la mujer, habría que añadir, esto es cosecha nuestra, con perdón de Dario el grande). Parece mentira que gente que lleva años desentrañando y analizando hasta la última coma de los complejos ensayos de Simone de Beauvoir no alcance a captar la carga de profundidad y disidencia contra el maltratador de una letra tan sencilla.
A Mae West la condenaron por “corromper la moral de la juventud” con su obra de teatro Sex. El cartel de la función que colgaba en la calle rezaba: “Historia de una chica mala, pero buena para la Marina”, una versión diferente de su mítica frase “cuando soy buena, soy muy buena, pero cuando soy mala, soy mejor”. Lógicamente, aquello se escribió en los locos años veinte, cuando todo estaba permitido. Hoy no hubiese pasado el filtro. Se la habría acusado también de machirulismo pertinaz, cuando bien mirado ella representaba todo lo contrario: fue una pionera en ese modelo de mujer que empezaba a tomar la iniciativa para confusión y desconcierto del hombre, el primer paso hacia la liberación sexual completa. Mae dejó perlas como “¿Dices que hay diez tipos esperándome en la puerta? Despacha a uno de ellos, hoy estoy cansada”; o “Tener cerebro es una ventaja, si lo escondes”. Dos muestras de lo subversivo y revolucionario (cualidades esenciales del feminismo) que puede llegar a ser el humor inteligente también practicado por otras adelantadas a su tiempo como Marlene Dietrich (odiada por el fundamentalismo morado de hoy por frases como “en el fondo, soy un caballero”) o Katharine Hepburn, otra diva feminista que vestía de hombre. Sin duda, aquella guerra de guerrillas de las primeras divas del cine, aquel zorrerío irreverente y corrosivo que hoy sigue escandalizando a las puritanas de uno y otro signo político, fue el que derribó el primer techo de cristal.
Mientras las eminentes catedráticas divagan en sus despachos universitarios, las mujeres libran la batalla real contra el machismo en las trincheras cotidianas. Está claro que el feminismo cursi y gazmoño, ese feminismo de postureo que se queda en la epidermis de las cosas sin poner a trabajar ni una sola neurona (pensar cansa, es más cómodo que el amado o amada líder vaya dictando las normas desde arriba y seguirlas como borreguillos) no ha entendido el mensaje de la transgresora Zorra. Si lo hubiesen asimilado, no estarían haciendo el ridículo como lo están haciendo por una simple canción. Y si lo que pretenden es meter a las mujeres en urnas de cristal, sobreprotegerlas, aislarlas de todo como a niñas vírgenes, castas y puras para que los hombres no les hagan daño, para eso ya tenemos a otros censores y moralistas mucho más experimentados y eficaces.