El alcalde de Madrid, Martínez-Almeida, ha vuelto a protagonizar uno de sus habituales shows circenses. El regidor inauguraba ayer un pabellón de gimnasia artística en el barrio de San Blas cuando no se le ocurrió otra cosa que subirse a una cama elástica y, ayudado por dos monitores, intentar un salto mortal que por un momento cortó la respiración del público. Aparentemente, parecía que Almeida perdía el control de su cuerpo ingrávido, salía despedido como un Superman mareado y daba con sus huesos en el suelo para romperse la crisma. Nada más lejos. Todo estaba preparado y el político del PP madrileño fue a caer en una balsa con un montón de cubos de gomaespuma que amortiguaron el golpe a la perfección. Qué pillín el señor alcalde, cómo engañó, una vez más, al pueblo.
A esta hora ya se sabe que todo fue un burdo montaje, uno más del peculiar alcalde, que se ha convertido en un auténtico maestro en el arte de la propaganda y el vodevil. El intrépido numerito de Almeida cualquier día lo patenta el Circo del Sol y hasta le proponen que lo ejecute él mismo, en vista de que se muestra tan ágil y avezado como saltimbanqui. Ya lo estamos viendo con los leotardos apretados, la casaca roja con las estrellas de la comunidad de Madrid, la capa, el casco de acero mal encajado en la cabeza y las gafas antiviento antes de meterse en el cañón para salir disparado hacia el cielo en plan Harold Lloyd. El hombre bala. El rey del aire. Qué tío.
Podría decirse que Almeida no hace política, hace otra cosa, una performance constante, una barraca de feria o road movie permanente por los pueblos madrileños, algo entre el teatro del absurdo de Ionesco y el deporte de alto riesgo (siempre con red, que no es cuestión de descalabrarse). Seguro que no hubiese desentonado en una de esas superproducciones sobre el mundo del circo en tecnicolor de los años 50. Ya se sabe que estos prebostes del PP cada vez que montan un negocio o proyecto lo hacen a lo grande, en plan Cecil B. DeMille. Sin duda, el alcalde Almeida lo hubiese bordado en El mayor espectáculo del mundo, no en el papel de Charlton Heston, que quizá le hubiese quedado algo grande por la talla y la musculatura del personaje, pero sí en el de triste payaso, a lo James Stewart.
Vivimos tiempos líquidos donde los políticos tienen que hacer de todo, hasta el tonto, para no hablar de lo que interesa realmente a los ciudadanos. Los hay tertulianos fijos discontinuos, escritores con un negro que les redacta los libros, comentaristas futbolísticos (véase Rajoy), estrellas de la tele y emprendedores que se lo trabajan fuerte, entre chochos voladores, coca y churumbeles, como esa red del Tito Berni que tiene convulsionado el país. Algunos políticos se mueven menos que los ojos de Espinete, nunca salen del despacho, y eso lastra sus carreras profesionales. No es el caso de Almeida, que no para quieto ni un minuto y es pura acción. El hombre está loco por el mundo del espectáculo, un todoterreno del show business, y lo mismo le da a la raqueta, como un Nadal improvisado, que patea un balón de fútbol con el empeine, como aquella vez que por un momento se creyó Morata, se vino arriba y casi se carga a un niño de un pelotazo malo, desde el punto de penalti, en el barrio de Sanchinarro.
Cuando llega la caravana del Ringling popular a algún pueblo de la Meseta donde nunca pasa nada, con sus carromatos, acróbatas, forzudos, mimos, titiriteros, mujeres barbudas, tragasables, magos y escapistas, Almeida monta una carpa de luz y de color para encantar al público, que está deseando ver el número central, el plato fuerte, el alcalde trapecista dispuesto a cualquier cosa por un puñado de votos y que deja a todos con la boca abierta con alguna de sus funciones matutinas. Hablar de política hablará poco, unos cuantos azotes como el domador que mantiene a raya al león Pedro Sánchez, una calle dedicada a Millán Astray para infamia de nuestra democracia y poco más, pero seguro que tiene reservado un numerito sorpresa que no dejará indiferente al respetable.
La última vez que fue a descubrir una placa, en homenaje a Lucio, rompió torpemente la cortinilla, que quedó hecha jirones, ante el descojoncio general. Eso también es política de la buena, debe pensar él. Todos creyeron que se trataba de uno de sus divertidos y emocionantes gags en plan Pepe Viyuela, pero no. Algunos analistas dicen que Almeida no tiene sentido del ridículo y que por eso es el gobernante total, un avanzado a su tiempo, pero uno cree que es precisamente lo contrario. Este alcalde busca con toda la intención lo grotesco, el fingimiento, la puesta en escena y la bufonada como estilo de hacer política porque ahí se siente como pez en el agua. Mientras vuela por los aires entre piruetas, ante la fascinación del personal, no tiene que hablar de otras cosas más graves que ocurren en Madrid, como la Sanidadque está hecha unos zorros. Para zorro viejo él, que se las sabe todas. “Lo de mortal fue casi... el tirabuzón no salió ni de lejos. Los niños disfrutaron, que es lo importante”, declaró el primer edil levantándose, sacudiéndose el polvo y entre risas nerviosas. Un “pofesional”. Pasen y vean.