No lo dice un organismo dudoso de ser marxista, bolivariano o bolchevique. Lo está diciendo el Fondo Monetario Internacional (FMI), el gran foro del neoliberalismo mundial. Según este prestigioso organismo económico, las sucesivas subidas del salario mínimo interprofesional (SMI) han sacado de la pobreza a cerca de un millón de trabajadores españoles en las dos últimas legislaturas. Esta caída de la desigualdad se produce desde el 14 hasta el 7 por ciento, un dato sin duda espectacular que debe llevarnos a reflexionar sobre el impacto real que las políticas del Gobierno de coalición están teniendo en la sociedad.
Curiosamente, la información se da a conocer justo cuando Yolanda Díaz presenta su dimisión tras los discretos resultados de Sumar en las elecciones europeas del pasado domingo. Y llama la atención que, hace apenas dos meses, el propio FMI lanzara los peores augurios sobre las alegrías socialdemócratas del sanchismo al asegurar que subir el salario mínimo podía tener efectos contraproducentes o perjudiciales para la economía española. Entonces se desataron los más negros vaticinios, a los que se sumaron la patronal, la derecha política y, cómo no, los medios de comunicación de la caverna. Se dijeron todo tipo de barbaridades, como que mejorar los sueldos supondría una auténtica catástrofe, que se dispararía el desempleo, que el PIB caería en picado y que las colas del hambre llegarían desde la Puerta de Alcalá hasta Alpedrete. Nada de eso se ha cumplido. Por si fuera poco, los prebostes del neoliberalismo advertían de que la reducción de la jornada laboral, otra reforma que el Gobierno de coalición tiene en cartera, debe hacerse con sumo cuidado o se dañará el tejido productivo, el mercado laboral y la creación de riqueza. Otra fábula catastrofista más. Está científicamente demostrado que conciliar, trabajar menos pero mejor, y una clase obrera satisfecha, multiplica el rendimiento y los beneficios en un sistema capitalista de libre mercado.
Ahora que Yolanda Díaz ya es historia de la izquierda española (nadie sabe qué será de ella cuando deje el despacho ministerial) conviene poner en valor su legado político y económico, ese que algunos, quizá exageradamente, le atribuyen como el de la “mejor ministra de Trabajo” de la historia de España. En los últimos cinco años, el SMI ha subido más de un 50 por ciento (un 54 cuando se cierre este ejercicio) y miles de familias llegan de forma algo más holgada a final de mes, dejando atrás la sombra del precariado. ¿Que hay mucha gente pasándolo mal en este país? Por supuesto. No pretendemos ocultar ni alterar la realidad. Pero ahora se comprueba que la hoja de ruta trazada por el yolandismo, la senda económica emprendida por Díaz, era la más adecuada. No hace falta ser John Maynard Keynes, ni un experto en números macro y micro, para entender que un trabajador con más dinero en el bolsillo rinde más y es bueno para el sistema: para el consumo, que se reactiva; para la producción, que se incrementa; y para el empleo porque a mayor tasa productiva más necesidad de mano de obra.
Yolanda Díaz deja la dirección de Sumar en una decisión que le honra. Cuando un político se estrella contra la urna, lo mejor es irse a casa. Si todos los dirigentes hiciesen lo mismo, la vida pública de este país se regeneraría por sí sola sin necesidad de ninguna otra medida adicional. Lamentablemente, el ejemplo no cunde y los escaños se llenan de gente que, con menos méritos que ella, seguirán aferrados al carguete sin pegar ni chapa hasta el día de la jubilación o del Juicio Final.
Mucho nos tememos que a la mujer del “mire usted, voy a darle un dato”, a la gallega del biquiño, a la ministra vitalista y currante, no la larga su gestión, que ha sido eficaz, sino las luchas intestinas de esa izquierda cainita y mediocre incapaz de leer el momento histórico en el que nos encontramos, a las puertas de una invasión neonazi. En lugar de cerrar filas con la causa común de la izquierda, algunos y algunas –cuyos nombres no vamos a citar en esta columna porque sería devolverles el relumbrón que ya no tienen y darles la propaganda gratuita que están buscando–, han estado malmetiendo. Allá cada cual con sus mezquindades.
Díaz está acreditando una más que decente hoja de servicios ministerial (y en un entorno hostil al estar siempre tutelada por el PSOE), lo cual no es poco. Uno, en su ingenuidad, se pregunta si la izquierda española está como para prescindir de la escasa materia gris que le va quedando ya. Es cierto que a la mujer le ha faltado el carisma o empaque intelectual de aquellos antiguos patriarcas como Julio Anguita, Gaspar Llamazares o el mismo Gerardo Iglesias, cofundador de Izquierda Unida que, dicho sea de paso, también terminó dejándoselo, quizá asqueado de tanto navajeo e intriga, para volverse a la mina asturiana. Como también es verdad que la gallega carecía de eso tan metafísico y evanescente que los politólogos llaman “capacidad de liderazgo”, una cualidad que muchos mencionan y pocos saben definir en qué consiste. De hiperliderazgos narcisistas, caudillismos y cesarismos vamos sobrados en este país (no hace falta ejemplificar con personajes), mientras que escasean los jefes comprometidos, trabajadores, eficaces y diligentes. Tampoco vamos a negar que el proyecto, puesto en marcha a trompicones y deprisa y corriendo (las prisas siempre son malas consejeras, y más aún en política), no ha estado a la altura de las expectativas tras la implosión de Podemos. Aglutinar un espacio progresista tan atomizado y fragmentado como la izquierda, generar ilusión, levantar un programa sólido y cerrar viejas heridas (y hacerlo todo en tiempo récord para triunfar en las urnas) era una tarea titánica e imposible que a Díaz le ha sobrepasado.
La mujer que en su idealismo utópico se propuso reunificar el espacio a la izquierda del PSOE (un imposible, hay tantos partidos como gurús) tenía demasiados hándicaps en su contra. Rasputines que han terminado dándole el descabello (sin olvidar que ella también ha cometido sus errores, como todo hijo de vecino). El primer escollo, y no menor, la opinión en contra del macho alfa Pablo Iglesias, que ordenó defenestrarla a pesar de que fue él mismo quien la había colocado a dedo al frente de la plataforma. Iglesias no ha perdonado que la vicepresidenta decidiera prescindir de los servicios de Irene Montero tras el fiasco de la ley del solo sí es sí. Y desde ese momento estaba sentenciada. Finalmente, la maniobra de acoso y derribo contra el yolandismo ha resultado letal, ni un minuto de respiro en las redes sociales, hasta que han finiquitado un proyecto que prometía ser interesante por su carácter abierto, nuevo y transversal. Quienes en Podemos esperen alimentarse con los restos del cadáver, practicando la carroña política como el PP con Ciudadanos, que abandonen toda esperanza de reverdecer viejos laureles. Si Sumar es un cadáver fresco en la morgue, Podemos lleva años tieso como la mojama, momificado, putrefacto. Muerto para siempre.
En España se premia al mediocre que hace mucho ruido antes que al cumplidor que trabaja en silencio con valía y talento. Pero no nos extendamos más en el testamento político de una dirigente quizá enterrada prematuramente (o mejor, a la que han enterrado de forma incipiente). La política de hoy funciona a la velocidad de la luz, se exigen victorias electorales de la noche a la mañana, y no hay tiempo para madurar proyectos e ideas a largo plazo. Si Díaz arroja la toalla erróneamente o si estaba en condiciones de remontar el vuelo tras unos comienzos tortuosos (con infiltrados y topos que se han dedicado a sabotearla y a ponerle piedras en el camino, desde dentro), es algo que ya nunca sabremos. Siempre nos quedará la sensación de que se va más por lo personal que por lo profesional, por lo emocional que por lo político, y para no tener que aguantar a esos Pepitos Grillos (y Pepitas) de la supuesta izquierda caviar, revanchista y rastrera, mezquina y sin un ápice de grandeza, convertida en la peor de las castas. Dimite una lideresa que nunca lo fue; pero nos queda una ministra muy aprovechable. No lo decimos nosotros, lo dice el FMI.