El metanol fue una sustancia muy utilizada por los antiguos egipcios para embalsamar a sus momias. Ya en nuestros días, se ha empleado como combustible barato, mayormente durante la crisis del petróleo de los setenta, y también en otros usos industriales. Este producto se produce y trata en diversos procedimientos, pero nunca lo verán ustedes salir como flatulencia o pedo de una vaca, tal como cree Feijóo. El espíritu piroxílico ha vuelto a jugar una mala pasada al líder del PP, que cada vez que se pone el mono de ruralita, para meterse entre abonos y cucho y arañar unos cuantos votos entre los agricultores, se enfanga y queda en evidencia.
No se le da bien al líder del PP remover el estiércol de la política. Para eso es mucho más avezado y eficiente Santiago Abascal, experto en agitar la bilis del pueblo para derrocar gobiernos y liquidar la democracia. Su estrategia de manipulación de los agricultores, a los que ha intoxicado con bulos sobre la Agenda Verde 2030, está siendo demoledora, aplastante, terrorífica. Todo un ejemplo de cómo utilizar las herramientas de la democracia (véase el derecho a la libertad de expresión, a la manifestación, a la reunión y a la protesta política), para acabar con el sistema desde dentro. El caudillo de la extrema derecha española, el Milei ibérico, monta una plataforma en las redes sociales en apenas diez minutos y pone un país patas arriba, en jaque, bloqueándolo con una inmensa tractorada. Es el tsunami antidemocrático de los ultras.
Todos esos toros los ve Feijóo desde la barrera y sin poder hacer nada. A todo eso asiste impertérrito el aspirante a la Moncloa, que ve con impotencia cómo los agricultores le compran el discurso antiecologista a su adversario más directo. Hoy, durante la sesión de control al Gobierno, no ha podido hacer otra cosa que acudir como comparsa al efectista mitin de Abascal. “Usted es una amenaza de muerte para el campo español”, le ha dicho a Sánchez el dirigente de Vox. Subirse a la tribuna de oradores para arengar a sus ejércitos del agro y dar palos a diestra y siniestra, sin ton ni son, es lo único que sabe hacer el jeje voxista. Y eso provoca que Feijóo se vea superado. El presidente popular quisiera ser como Santi, hacer gala de su misma verborrea propia de la España de los Tercios de Flandes, de su misma bravuconería cuartelera y guerracivilista. Pero no puede. No le sale. No cuela. Así que naufraga en la desesperación al comprobar cómo la competencia ultra le va quitando clientela. Hoy son los agricultores los que desertan y se pasan a Vox, mañana son los agricultores, los policías, los taxistas y hasta el gremio de artesanos y floristas.
Abascal es un negado político, para qué vamos a engañarnos, pero hay algo que sabe hacer muy bien: fagocitar los nichos profesionales, agitar el malestar de los diferentes sectores laborales para lanzarlos contra el Gobierno. Durante la pandemia removió la rabia de los negacionistas antivacunas; en medio de la crisis energética por la guerra de Putin sacó a pasear a los transportistas y ganaderos; y ahora se ha puesto a medio estamento judicial de su parte para acabar con la amnistía a los encausados del procés. Cada vez que el pequeño Napoleón mueve sus peones enrabietados con el combustible del odio antisanchista, Feijóo se debilita un poco más. De ahí que el gallego del PP tenga que forzar sus posiciones ideológicas, virando cada vez más hacia la derecha, y hasta copiarle el discurso a Vox, sin pudor, si es preciso. Patético. Hoy mismo, en un momento de su interpelación a Pedro Sánchez, ha llegado a ponerse el traje de negacionista del cambio climático al afearle al Gobierno su “dogmatismo ambiental” (cualquier día se sube al estrado en taparrabos y con cuernos de bisonte), y no solo eso, sino que también se ha declarado como un ferviente antieuropeísta al asegurar que Bruselas es el “problema”.
Sin embargo, hasta para ser populista hace falta un talento, un saber hacer, una cosa, un algo. Y Feijóo no lo tiene. Como tampoco sirve, por mucho que se esfuerce, Juan García-Gallardo Frings, el vicepresidente castellanoleonés y mano derecha de Mañueco, que ayer quiso ponerse al frente de las protestas de los agricultores y estos lo mandaron para su casa entre abucheos y al grito de “jeta, no vengas a hacerte la foto, que no hacéis nada ninguno”. Por fin algo de justicia poética.
En medio de esa lucha entre las pirañas de las derechas españolas se mueve Pedro Sánchez, que ha visto en el auge del nuevo fascismo posmoderno una forma de seguir sobreviviendo. Hoy ha vuelto a explotar el cuñadismo de Feijóo a cuenta de su ridículo con el metanol, una sustancia que ha terminado por embalsamar al dirigente de Génova 13 a la manera de los antiguos egipcios. Darle estopa al líder de la oposición se ha convertido en un deporte rutinario para el presidente del Gobierno. “Se ha descubierto como un experto en química orgánica”, le ha dicho al jefe de la oposición entre las risas de los diputados socialistas. “Usted es como el metanol. Es incoloro, como su proyecto político; inflamable, como su afán de alterar; y tóxico, como su catastrofismo económico”. Bien tirado.
Hay que reconocer que Sánchez está dejando zascas para la historia (su invento de la “fachosfera” es todo un descubrimiento). El problema es que el campo agoniza, la extrema derecha avanza como un imparable tractor de cinco marchas y el presidente va a tener que tirar de algo más que de ironía e ingenio retórico si quiere llegar al final de la legislatura. Los trucos dialécticos están muy bien, sobre todo porque el nivel de la oratoria ha caído muy bajo entre los políticos de este país, pero más tarde o más temprano el premier tendrá que sentarse con los amotinados del agro, sean de derechas, de izquierdas, ultras o mediopensionistas (que de todo hay en la viña del Señor, nunca mejor dicho), y ofrecer soluciones concretas al sindiós de nuestra agricultura. El problema del campo y la pertinaz sequía es un mal endémico de España que no se pudo solucionar ni con el plan hidráulico del general Primo de Rivera, ni con la frustrada reforma agraria de la Segunda República, ni con los inútiles pantanos de Franco. Y en esas seguimos. Hoy el problema adquiere tintes dramáticos. Barcos llevando agua a Barcelona y la extrema derecha agitando las revueltas como siempre. Mucho cuidado con el grito desesperado de los campesinos, señor Sánchez, que así empezó la Revolución Rusa.