El PP merece comerse el marrón catalán

09 de Febrero de 2024
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Reunió entre el president i Mariano Rajoy (2)

La investigación que Europa pretende abrirle a Carles Puigdemont, por sus presuntos contactos con espías del Kremlin, cambia radicalmente el escenario político en España. Hasta hoy, Pedro Sánchez ha ido capeando el temporal que la “fachosfera”, los jueces y la derecha política han desatado contra él por sus pactos con Junts. El presidente del Gobierno se ha visto obligado a hacer malabarismos, trucos pragmáticos, adaptando su discurso a la coyuntura del momento. Así, si hace años prometió que pondría a Puigdemont a disposición de la Justicia española, durante la campaña electoral del 23J no mencionó ni una sola vez la palabra amnistía y, tras su investidura, el perdón generalizado a los encausados del procés se convirtió en el objetivo prioritario de esta legislatura. Él mismo confesó que había ido modulando el mensaje, cambiando de opinión, porque era lo mejor para desinflamar el conflicto territorial en Cataluña y, por tanto, lo mejor para el país.

Sánchez ha sido una especie de Ulises zarandeado por las corrientes del destino y de la historia. Cuando se vio fuera del poder y constató que necesitaba los siete votos de los soberanistas posconvergentes para seguir manteniéndose en Moncloa, pactó con ellos sin hacerle ascos a las incoherencias. Fue así como el premier socialista decidió cruzar el Rubicón de cerrar acuerdos con quienes la derecha denomina “los enemigos de España”, atando su futuro político, y el del país, al hombre de Waterloo. ¿Merecía la pena espolear a las fuerzas más atávicas del fascio español, que terminaron poniendo cerco a Ferraz día y noche? ¿Fue una buena idea abrir aún más la sempiterna brecha entre las dos almas del PSOE, la corriente felipista más conservadora detractora de la amnistía y la más izquierdista proclive a dialogar con el independentismo para tejer alianzas de gobierno? Pues depende, según se mire. Unos darán el salto mortal con doble tirabuzón del líder por bien amortizado; otros dirán que todo esto de la amnistía ha sido una aventura descabellada, innecesaria, cuando no un absoluto desastre que pasará factura en las urnas al partido socialista.

Lo único que está claro a esta hora es que ayer se produjo un punto de inflexión en el guion cuando el Parlamento Europeo denunció, en una resolución sin precedentes, las injerencias rusas durante el procés independentista en Cataluña, apuntando directamente a los supuestos contactos del entorno de Carles Puigdemont con espías de Putin interesados en desestabilizar España, lo cual, de confirmarse, hubiese sido como hacer detonar una carga de profundidad en el flanco sur del viejo continente y acabar con el proyecto de la Unión Europea. Por si fuera poco, sus señorías eurodiputados acordaron llegar hasta el final a la hora de indagar en la influencia que la gente del sátrapa de Moscú haya podido tener en episodios de “guerra híbrida” similares al procés como el Brexit, las violentas movilizaciones sociales inspiradas en el euroescepticismo más recalcitrante o el auge de la extrema derecha en países como Francia, Italia o Alemania. En ese momento, Puigdemont entendió que su posición empezaba a ser insostenible, tanto como la de un rey acosado por un juego de torres con dama, por emplear el símil ajedrecista. Sus días de desafío al Estado español, de forajido sin descanso, estaban contados. De hecho, algunos medios publican hoy mismo que el expresident da por seguro que se sentará en el banquillo, de modo que ya solo piensa en preparar su defensa por las acusaciones de traición.

Las primeras declaraciones de Puigdemont contra Sánchez, tras conocerse el fallo de Bruselas, vinieron a ser la viva imagen de la impotencia. Una rabieta descargada contra el primero que pilló para volcar toda su frustración al comprobar que la Europa libre, la Europa avanzada y democrática, esa que él siempre contrapuso a la fascista, rancia y represora España, compraba sin pudor los sumarios más imaginativos de los jueces españoles. Ayer, sin duda, fue una gran victoria de los Llarena, Marchena, García-Castellón y Aguirre, todos esos eminentes narradores del thriller ibérico, el género que triunfa en la última década en la vida pública española. De la noche a la mañana, Puigdemont pasó de inmune e intocable a espía putinesco y traidor, de modo que el exhonorable miró a su alrededor, viéndose desnudo y pidiendo un mapa para dar el salto a otras latitudes más seguras. Waterloo ha dejado de ser un refugio con garantías, y a este paso el mundo se le va a quedar pequeño y va a tener que pedir asilo político en la Embajada de Ecuador en Londres, siguiendo los pasos de Assange, otro indepe incomprendido. Si hasta la fecha su confortable mansión belga (pagada con fondos aún por aclarar) estaba rodeada de espías del CNI, a partir de ahora aquello va a ser un congreso permanente del espionaje internacional con topos de la CIA, del FSB, del MI6, del Mosad, de los chinos y hasta de Mohamed VI, más enojado y más antiespañolista que nunca después de que los agricultores andaluces, murcianos y extremeños hayan declarado la guerra a las naranjas marroquíes. Puigdemont se ha convertido en un personaje principal y del máximo interés para todos, una pieza clave en el sindiós del tablero mundial, y eso puede ser muy bueno para la internacionalización del conflicto catalán, pero muy malo para él.

Lógicamente, Sánchez observa el nuevo escenario con suma preocupación. En una maniobra rocambolesca, el PSOE se vio obligado a votar a favor de la investigación de la trama rusa en el Parlamento Europeo mientras que aquí, en España, se opone a que la Justicia empaquete a Puigdemont y deje la amnistía en papel mojado. Otro ejercicio de fantástica contradicción. El problema es que al presidente le va a resultar cada vez más imposible explicar sus fabulosos ejercicios de prestidigitación política. Hasta ahora tenía en su contra a la derecha, a los jueces y fiscales, a la Policía, al Ejército, a la Iglesia y hasta a los agricultores (no nos engañemos, esta protesta del rural no puede desvincularse de las tensiones políticas del momento ni de la campaña de desinformación de la extrema derecha patrocinada por Putin). A partir de hoy, Europa, que hasta el momento le compraba a Sánchez el relato de que está trabajando duramente por la convivencia, ha dejado de ser el estadio en el que juega como local. Es lo que tiene haber asumido el reto de sentarse a negociar con un prófugo de la Justicia que en su día, cuando se le ofrecían 10.000 soldados del Batallón Wagner, se mostró demasiado amigable con el dictador ruso obsesionado con meter los tanques en Polonia y Suecia algún día.

Si los eurodiputados empiezan a hurgar en los trapos sucios del mundo indepe, en los audios, en las biografías de los agentes y hackers del Kremlin, atando cabos con los nazis de Baviera que van como una moto en las encuestas, muy mala noticia para el presidente del Gobierno. Esto ya no va de los CDR, ni del procés, ni de la amnistía. Esto va de la “guerra híbrida”, de la nueva Guerra Fría, de la antesala de la Tercera Guerra Mundial entre el bloque autoritario y el bloque democrático. Algo muy gordo. Dicho lo cual, señor Sánchez, quizá estemos ante el momento de echar el freno, hacer mutis por el foro, pasar página a todo este embrollo de la amnistía y convocar nuevas elecciones. Se ha llegado hasta donde se ha podido. Ahora que se coman el marrón catalán los patriotas del Partido Popular.

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