En cualquier país de la Europa civilizada la derecha antepone el patriotismo a los intereses particulares de un grupo de presión, lobby o empresa. En cualquier país menos aquí, en España. Lo estamos viendo estos días con la fuga de Ferrovial al extranjero, un claro caso de escapismo empresarial en busca del paraíso holandés previo a dar el gran salto a Wall Street. ¿Qué hubiese hecho cualquier líder conservador europeo con aspiraciones de estadista? Lógicamente criticar la marcha de uno de nuestros gigantes multinacionales, afearle su falta de compromiso con sus compatriotas en tiempos difíciles, reprocharle tan escasa responsabilidad corporativa. Sin embargo, ahí está Feijóo para volver a dar la nota: se ha puesto de lado de Ferrovial y ha arremetido contra el Ejecutivo de coalición.
En los últimos días, el dirigente conservador ha vuelto a caer en el populismo demagógico más descarado y febril. “Nunca un Gobierno dañó tanto la reputación del empresario español”, ha afirmado sacando a pasear su lado más trumpista. No se puede ser más obtuso. La decisión de Ferrovial de largarse del país obedece a una clara estrategia comercial que nada tiene que ver con la política económica del actual Consejo de Ministros. Se van, no porque esté en MoncloaPedro Sánchez, que eso al gran capital le da igual (tienen más poder que cualquier Gobierno), sino porque en el actual contexto económico mundial les interesa y punto. Y no lo decimos nosotros, lo dice el propio portavoz de la compañía, Francisco Polo, que ha puesto encima de la mesa las auténticas causas del cambio de sede social. “Para esta decisión de Ferrovial no hay ninguna razón fiscal” y puntualiza los motivos: aumentar su capacidad de competir en los mercados internacionales; mejorar la liquidez de la empresa; lograr mayor capitalización; obtener más visibilidad ante inversores internacionales; y avanzar en las condiciones de financiación. Es decir, un ambicioso plan empresarial para seguir creciendo en el extranjero que nada tiene que ver con que en el Gobierno esté fulanito el bolivariano o menganito el comunista. El magnate ultraliberal es indiferente a los políticos, le da igual si manda este o aquel, solo pide una cosa: tranquilidad en los mercados, orden social y estabilidad para seguir ganando dinero. E insiste Polo: “Son razones evidentes, no hay ninguna ventaja fiscal en la operación”. Más claro agua.
Seamos serios, que Sánchez haya incrementado unas décimas la presión fiscal se la trae al pairo a una compañía que gana miles de millones cada año. Para ellos los impuestos a los ricos de Sánchez son una calderilla, el chocolate del loro, una casilla en el balance de cuentas y resultados que ni siquiera miran. Pero una vez más tenemos que comulgar con la política de brocha gorda del jefe de la oposición, que no sabe hacer otra cosa que responsabilizar de todos los males del mundo al gabinete podemita. En su obsesión, el mandamás popular ha reducido el programa político para España de su partido a un solo y único punto: Sánchez, Sánchez y Sánchez. Un poco de imaginación, hombre. Póngale usted algo más de brillo, algo más de gracia a la cosa, señor Feijóo, que dentro de nada puede presidir este país (Dios no lo quiera) y va a llegar a la Moncloa repitiéndose como el ajo o como un aburrido papagayo.
A Ferrovial nadie puede exigirle nada. Vivimos en un sistema de libre mercado y las empresas van allá donde creen que pueden ganar más dinero. Y si mañana consideran que abriendo una fábrica en Papúa o en las Filipinas les irá mejor, emprenderán esa aventura sin dudarlo. Es el mercado, amigo, como dijo aquel, y más ahora, que vivimos en un contexto de globalización donde la deslocalización está a la orden del día. Otra cosa es que los actuales accionistas se hayan comportado con un antipatriotismo y una insolidaridad abochornantes que mancharán para siempre la imagen corporativa, la reputación y el buen nombre de la entidad. Hablamos de una constructora fundada en 1952 cuya expansión ha ido íntimamente ligada al crecimiento y desarrollo del país. Se han aprovechado de adjudicaciones y contratos dentro y fuera de España, de ayudas, de fondos nacionales y europeos, de los ERTES de Yolanda Díaz para tiempos de pandemia, del trato exquisito (y hasta sumiso) que los gobernantes de uno y otro color siempre tienen con los grandes empresarios, a los que les ponen la alfombra roja allá donde van, a menudo como parte de una delegación en viaje oficial patrocinado por el Estado con la que suelen ampliar mercados, inversiones y agenda de contactos y negocios.
Para bien o para mal, quieran o no quieran, Ferrovial es Marca España. Y ahora que vienen mal dadas, ahora que el panorama económico se pone feo, toman el dinero y corren, como en aquella película de Woody Allen. Estamos, sin duda, ante una maniobra que dice muy poco de la ética y los valores de unos accionistas que allá donde vayan irán precedidos de la fama de oportunistas que hoy están aquí y mañana allí. La fiabilidad, la credibilidad, es un plus en el mundo de la empresa, y esa seriedad empieza a perderla Ferrovial desde el momento en que sus directivos se comportan como feriantes, mochileros o trotamundos en busca de un golpe de suerte en la Bolsa de Nueva York. Dicho lo cual, conviene recalcar de nuevo que la decisión que han tomado es perfectamente legítima. Y todo pese a que el Gobierno se ha bajado los pantalones con ellos y les ha ofrecido el oro y el moro, hasta la “doble cotización”, es decir, que puedan estar en el parqué yanqui manteniendo la sede social en Madrid simultáneamente (por cierto, dicho sea de paso, el clan Del Pino no debe estar muy contento con el dumping a la carta que les ha montado Isabel Díaz Ayuso).
Pero volvamos a Feijóo, ese patriota de casino que siempre se pone de lado del poderoso en lugar de defender los intereses de su país. El engaño del presidente popular de esta semana consiste en hacer creer a los españoles que están en la Venezuela de Europa de la que nuestros empresarios huyen como de la peste. En realidad, a nadie se le escapa que esto también hubiese pasado con él en la Moncloa, ya que el traidor a la nación no es Sánchez, sino todos esos accionistas proholandeses para quienes el patriotismo se reduce a una pulserita que se quitan en cuanto suben al jet privado camino de la Gran Manzana.