Especulación alimentaria (I): la "uberización" del campo español

04 de Febrero de 2024
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campo agricultura

Las movilizaciones generalizadas de los agricultores europeos han puesto de manifiesto el colapso del sector de la alimentación en todo el viejo continente. Desde Portugal a Alemania, pasando por España y Francia, los problemas son similares aunque con las peculiaridades propias de cada país (siempre teniendo en cuenta el factor común del cambio climático y la sequía que deteriora las cosechas y el tremendo gasto en inversión para la transición hacia un modelo sostenible).

En su informe La uberización del campo español, el sindicato COAG trata de indagar en las causas de la crisis en nuestro país. La asociación alerta de que “sector tras sector, observamos un cambio de paradigma en el modelo productivo en el que los grandes inversores, en muchas ocasiones con capital ajeno al agrario que busca solo rendimientos económicos –sin generar, entre otros, ni tejido social, ni mantenimiento de la población rural y del medio ambiente–, ganan terreno en detrimento de los agricultores y agricultoras tradicionales y, en definitiva, en detrimento del modelo social y profesional de agricultura, proveedor de riqueza en el medio rural, así como de otros bienes públicos”. Y añade: “El cambio ya está aquí. Nuestro modelo de producción está siendo modificado, delante de nosotros”.

COAG ha estudiado el impacto del nuevo orden económico mundial en el modelo social y familiar de agricultura. “Si el nuevo modelo de oligopolios empresariales se impone en el sector, España camina hacia una agricultura sin agricultores”, asegura Miguel Blanco. En este sentido, el entonces secretario general de COAG subraya que “la brutal reconversión que ya se vislumbra amenaza con convertir a los profesionales autónomos e independientes en asalariados de las grandes corporaciones agroalimentarias, como ya está pasando en sectores como la uva de mesa”.

Los autores del informe aseguran que las últimas crisis de precios en el sector del aceite de oliva, frutas y hortalizas, leche o vino, tienen mucho que ver con los síntomas de este cambio de modelo. Y en relación con ello señalan que los más perjudicados por la “uberización del campo” serán los 344.000 agricultores más profesionalizados. “Las 'pymes del agro', el verdadero pulmón económico y social del medio rural y dique de contención contra la despoblación y la desertización en centenares de comarcas”, puntualizan alertando ante el peligro de extinción de las pequeñas y medianas empresas.

El “sándwich” de agricultor

Esta metáfora se refiere a lapresión en costes y precios que sufren los granjeros. Los agricultores (945.000 explotaciones agrícolas y ganaderas, datos del INE, 2016) están en el medio de la cadena de valor, en la parte ancha de un doble embudo: en uno de los cuellos de ese embudo se encuentra la distribución comercial, fuertemente concentrada (los seis primeros grupos de distribución comercial concentran el 55,4 por ciento de la cuota de mercado en España, según cifras de Kantar Worldpanel para junio de 2019). Pero en el otro lado, en el otro estrechamiento del embudo, le compramos nuestros insumos (conjunto de elementos que toman parte en la producción de otros bienes) a menos empresas, que son cada vez más grandes y poderosas (véanse las fusiones Monsanto, Bayer, Dow, DuPont, Syngenta, ChemChina…). “El elevado potencial de negociación de ambos extremos nos deja claro quién impone los costes y los beneficios. Los agricultores estamos afrontando una presión sostenida en el seno de una cadena alimentaria desequilibrada, que deja importantes márgenes en eslabones que no son el agricultor, que se ve presionado para sacar a cualquier precio sus producciones. Los eslabones favorecidos en esa dinámica (proveedores de insumos, corredores, intermediarios, mayoristas, exportadores, minoristas…) acumulan capitales a costa del agricultor y luego los destinan a la propia producción para competir con nosotros en una diabólica espiral”, argumentan las fuentes de COAG. Esa maquiavélica y compleja cadena de producción y distribución explicaría por qué un kilo de naranjas en origen es tan barato y cuando llega a una superficie comercial multiplica su precio por dos, tres y hasta cuatro veces. Todos los agricultores trabajan a pérdidas, mientras que los consumidores pagan la estafa y los intermediarios se lucran. Especulación pura y dura.

Transformación de los cultivos y sequía

Si a la crisis del modelo unimos que determinados cultivos ya no son rentables, y que muchos agricultores optan por cambiar los productos mediterráneos tradicionales como la naranja, la vid o el olivo por otros exóticos más productivos y rápidos de cosechar como el kiwi o el aguacate, que consumen diez veces más de agua, el desastre está asegurado. En un país seco como es España que se haya optado por el regadío es una auténtica tragedia. El 80 por ciento del agua que consumimos va destinada al campo. Pero la pertinaz sequía lo está alterando todo. Los largos ciclos de falta de precipitaciones han agravado todavía más el problema.

El ocaso de la explotación familiar tradicional

Según la Encuesta de Población Activa (2017), ese año en la agricultura había 306.000 trabajadores por cuenta propia. Únicamente 20.000 son ayudas familiares, mientras que los asalariados ocupados ascendían a 513.000 trabajadores (más 200.000 parados). Podría decirse que la explotación familiar tradicional ha desaparecido prácticamente.

Concentración de la producción (y la riqueza) en menos manos

El informe Caracterización  del  sector  agrario  en  el  Estado  español, publicado recientemente por el Ministerio de Agricultura Pesca y Alimentación, es más que ilustrativo. En España hay un millón de explotaciones agrarias.  El 93,4 por ciento con titular físico y el 6,6 por ciento empresas. Ese 6,6 ciento de las explotaciones, que son personas jurídicas, obtienen ya el 42 por ciento del valor de la producción.

Aterrizaje de los fondos de inversión

En los últimos años el sector primario ha experimentado una creciente entrada de capital externo. La presencia de inversores ajenos no es nueva, pero en los últimos tiempos se constata un aumento del interés de los inversionistas por la agricultura. Las causas para este floreciente atractivo son múltiples y combinadas, según COAG. Hay cuestiones estructurales, como por ejemplo, la política europea de inyecciones de liquidez y bajos tipos de interés que conduce a una mayor disponibilidad de recursos financieros para la inversión. Pero, sobre todo, las perspectivas de crecimiento de población y de necesidad de alimentos, con recursos productivos cada vez más escasos, muestran un potencial de rentabilidad indiscutible y el valor estratégico de las empresas agrarias.

Conformación de oligopolios

Además, comienzan a verse procesos de integración en toda la cadena alimentaria, tendentes hacia el oligopolio, desde los proveedores de insumos, pasando por la producción, hasta la comercialización que llega al consumidor. En esta situación de integración, los agricultores se pueden ver inmersos en el proceso de alineación de intereses de la cadena y convertidos en meros obreros por cuenta ajena, con riesgo además de ser automatizados y sustituidos por robótica.

Cadenas de valor integradas

El sistema parte de una premisa básica: los agricultores asumen el riesgo productivo, mientras mantienen la propiedad de la tierra. Tienen contratos de compraventa de producto a largo plazo con las empresas integradoras y reciben asesoramiento técnico, insumos productivos y permisos para plantar y producir –previo pago del royalty correspondiente– las variedades de los productos agrícolas que son propiedad de las integradoras. Los costes son elevados, ya que se busca un producto de calidad. Los precios que se pagan al agricultor cubren los costes de producción, pero con una rentabilidad supervisada y muy limitada. La integración puede presentar beneficios, pero también riesgos: la integradora asegura una rentabilidad en tanto en cuanto tenga voluntad de hacerlo. La supervivencia de un agricultor, en especial si su explotación no está diversificada, queda supeditada al destino y a los intereses de la empresa integradora. Si la empresa integradora quiere hacerse con los medios de producción del agricultor, con sus tierras o sus derechos de agua, no tiene más que ajustar los precios de compra o elevar los costes de producción para ahogar financieramente al proveedor, que acabará cediendo a las presiones de venta. Otra posibilidad es que las integradoras acaparen suficiente producción propia y no necesiten mantener relaciones de integración con productores, que se verían abocados a estrellarse en el mercado, al no existir estructuras comerciales al margen de estos gigantes, además de padecer serias dificultades financieras en el desenganche de estas compañías.

Especulación y deslocalización

Por otro lado, la entrada de fondos de inversión en estas grandes empresas, para soportar su crecimiento y la necesidad aparejada de liquidez, eleva la especulación y pone en riesgo el futuro a largo plazo de las propias empresas y, con ello, de los agricultores que dependen de ellas, dado que buscan un retorno económico en un plazo muy concreto y no tienen problemas en abandonar las empresas una vez obtenido, al carecer de arraigo sectorial o territorial. Pero no sólo afecta a empresas y agricultores, sino también a toda la economía y empleo que se genera en las zonas de producción.  

Transformación digital

La digitalización agraria es un gran reto para el sector, con grandes oportunidades, pero también riesgos y amenazas para nuestro modelo de agricultura y alimentación. En COAG tienen claro que, cuando hablamos de transformación digital, hablamos de situar al agricultor en el centro del proceso y convertirlo en protagonista del mismo. Si no ponemos en valor el papel de relevancia que tenemos en este cambio, tomando conciencia de que ahora no sólo produciremos alimentos sino también datos –que tienen mucho valor– corremos el riesgo de que este tsunami acabe con el modelo de producción familiar y profesional. Hay que apostar por una transformación hacia la digitalización inclusiva y democrática.

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