La subida de los precios de los alimentos es un mal que se ha enquistado en el Estado de bienestar. Se ha convertido en algo habitual que el consumidor se acerque a la estantería de la fruta y verdura de una gran superficie comercial y se lleve las manos a la cabeza. ¿Cómo puede ser que un kilo de naranjas, de patatas o tomates duplique y hasta triplique el precio en origen? Sin duda, la cadena de distribución se ha convertido en un carrusel de beneficios locos para los especuladores, que están jugando con algo tan preciado como las cosas del comer. Sin una alimentación sana, asequible y con garantías de seguridad no hay sociedad, ni civilización, ni democracia. El derecho a la comida es el primero después del derecho a la vida. Sin embargo, los fondos buitre e intermediarios se han metido a saco en el más importante de los sectores estratégicos, hasta poner todo el sistema patas arriba.
Según el informe Especulación financiera y crisis alimentaria, elaborado por Ayuda en Acción, Cáritas Española, Ongawa y Prosalu, la especulación financiera “no parece generar consenso como causa directa y fundamental en la crisis”, pero parece ser el elemento que más ha amplificado sus efectos. No hay una regulación suficiente, ni siquiera mínima, para el sistema financiero internacional. Al mismo tiempo que EEUU aumenta su rigidez, “Europa mantiene una facilidad para el fraude y el abuso de la que ambos se aprovechan y que no tiene sentido en un mundo global.” No hay una responsabilidad internacional sobre la especulación voraz. Los movimientos especulativos son capaces de desestabilizar el sistema financiero en un solo día afectando a las restantes economías del mundo. Y los alimentos no son una excepción.
Según el portal Gastroactitud, la especulación alimentaria comienza en el origen, en el campo mismo. “Cuando finalmente la cosecha se consuma, el responsable de determinar el precio deventa mundial del café o del maíz suele ser un fondo de inversión, un banco o una multinacional, sin conexión alguna con la tierra de cultivo ni con el agricultor. Con lo cual, el criterio que aplica a su comercialización es similar al de un fondo buitre que adquiere un edificio de oficinas o que vende una fábrica de aluminio en quiebra. Solo que, en este caso, juega directamente con la vida de millones de personas”.
Peces gordos
En su ensayoSitopía, Carolyn Steel recuerda que la proliferación de inversores no dedicados a la alimentación se remonta al año 2000, con la desregulación del comercio de mercancías en Estados Unidos, cuando los derivados bursátiles quedaron exentos de escrutinio. Hoy es casi imposible perseguir el rastro de esos negocios sucesivos que especulan con contratos de futuro. La organización We Move Europe asegura que “en estas prácticas están involucrados algunos peces gordos del sector financiero. Pero también distribuidores de alimentos menos conocidos. Estas multinacionales disfrazan su avaricia llamándola ‘evolución de los precios de las materias primas agrícolas’, y venden 99 veces cada grano de trigo que se siembra, procesa y come”.
¿La consecuencia? “Entre 2003 y 2008, los holdings de fondos de productos básicos pasaron de 13.000 millones de dólares a 317.000, lo cual contribuyó a la volatilidad del mercado que precedió a la crisis de 2008. En ese periodo,los precios del trigo y del arroz aumentaron un 127% y un 170%, respectivamente, mientras que los del maíz se triplicaron, lo que produjo revueltas en unos treinta países”, según recoge Steele.
Ahora bien, ¿cómo se puede contrarrestar el juego especulativo mundial con los alimentos? La mejor opción son las llamadas políticas fiscales contracíclicas, mediante las cuales el Estado interviene para mantener la estabilidad de los precios y crea reservas propias de alimentos, que le permitan una mayor independencia de los mercados internacionales, según el informe de Cáritas. Estas medidas requieren, sin embargo, importantes recursos fiscales, lo que deja a la gran mayoría de países en desarrollo con importantes déficits y casi nulo margen de acción. Por suerte o por desgracia –dependiendo de por dónde se mire–, la crisis de alimentos no está basada en una incapacidad para satisfacer la demanda mundial de alimentos, sino en la falta de voluntad política para solucionarla. Dentro de esta responsabilidad se encuentra un grupo de actores financieros que manipulan los mercados internacionales de alimentos para enriquecerse de forma desmedida y exagerada, a costa de las poblaciones más pobres y necesitadas del mundo.
La volatilidad de los precios no es una consecuencia de la especulación, es el objeto mismo de la especulación, “ya que es precisamente en una mayor volatilidad donde se consiguen los mayores beneficios”, asegura el informe. Los especuladores necesarios han sido relegados a un segundo plano y los especuladores “rapiña” no solo han llegado para quedarse, sino que parecen contagiar sus peores artes a los agentes comerciales del sector de las materias primas. Aunque no todas las materias primas son iguales, la especulación con ellas termina afectando siempre a la alimentación de los más pobres. Si el petróleo sube, se encarece todo el proceso de producción agropecuaria y por tanto el precio final del alimento. Aunque la energía y los metales preciosos son los que acaparan la mayor atención de los centros e instrumentos financieros, sus consecuencias son extremadamente directas en cada hogar de un país de bajos ingresos y déficit alimentario. Si sube el petróleo, sube el transporte, el combustible de las cocinas, la gasolina de los generadores de las precarias viviendas donde comer no siempre ocupa la prioridad que le corresponde. La subida de precios de los alimentos no solo provoca comprar menos porque son más caros, sino que al desviarse las prioridades sobre otros bienes necesarios que también suben su coste, “la alimentación se resiente en la calidad y la cantidad”. Algo que sin duda repercutirá en la nutrición necesaria de las generaciones futuras.
Especulación en todo el sistema agrario
El relator especial de las Naciones Unidas sobre el derecho a la alimentación, Oliver de Schutter, en su estudio Especulación con las materias primas y la crisis de precios de los alimentos, asegura que una de las razones principales del aumento de los precios de los alimentos radica en la aparición de una burbuja especulativa. En especial, existen pruebas que demuestran el impacto de la entrada en los mercados de derivados basados en materias primas alimentarias de grandes y poderosos inversores institucionales, como los fondos buitre, los fondos de pensiones y los bancos de inversión, que “poco se preocupan de los principios fundamentales de los mercados agrícolas”.
La crisis alimentaria que se nos ha echado encima en Europa, con quiebra total del actual sistema agrícola, tiene mucho que ver con el cambio climático, la sequía, las malas cosechas, las competencia desleal de productos llegados de países lejanos, y el éxodo del campo a la ciudad (falta mano de obra para recoger los productos alimenticios), pero también con la especulación financiera pura y dura. Grandes multinacionales que están jugando con los precios utilizando los alimentos como acciones en Bolsa.
Según el informe Especulación financiera y crisis alimentaria, “los intermediarios financieros que encabezan la especulación en EEUU son: Goldman Sachs, JPMorgan y el Banco de América, Goldman, Barclays, Pimco, JP Morgan Chase, AIG, Bear Stearns y Lehman Brothers, que en su momento absorbieron a otros no menos grandes especuladores como Merryll Lynch, Citigroup y Morgan Stanley. En Europa, tenemos al Credit Suisse, Deutsche Bank, HSBC, Rabobank y UBS. En 2007, el Deutsche Bank llegó a utilizar en su publicidad, como uno de sus productos estrella, los beneficios que se obtendrían con las subidas de los precios de los alimentos. Entre un 12% y un 16% de los actores que influyen en el precio de las materias primas no comercian realmente con ella”.
“Entre los fondos que siguen materias primas el más poderoso es el banco de inversión Goldman Sachs, que en 2008 logró unos 1.500 millones de dólares gracias a su inversión. Su índice de materias primas pasó de tener una inversión de apenas 8.000 millones de dólares en el año 2000 a superar en la actualidad los 100.000 millones (incluido el petróleo). Sólo en 2010, el índice se revalorizó un 50%”, añade el informe.