En el Partido Popular siempre se han caracterizado por defender una concepción nacionalcatolicista del Estado. Como no hicieron la debida transición del modelo teocrático franquista al aconfesional, no se han equiparado a la derecha europea civilizada y siguen anclados en el pasado. Pero lo de este fin de semana de Alberto Núñez Feijóo va más allá de cualquier cosa que hayamos podido imaginar. Tener que ver al líder gallego en una reunión evangelista –moviendo el esqueleto a ritmo de reguetón, bachata y el “no pares, sigue sigue” del Tiburón, como un latino más y todo para pescar un puñado de votos–, es superior a nuestras fuerzas.
La Iglesia Evangélica se ha extendido como la pólvora por toda América Latina. En los años ochenta apenas uno de cada cuatro sudamericanos profesaba esta corriente alternativa que promueve una vuelta a la esencia del Evangelio más duro y que cree en la salvación del hombre por la gracia divina a través de la expiación de los pecados en Cristo. Hoy en algunos países del Cono Sur los evangélicos ya superan en número a los católicos. Tiemblan los muros del Vaticano.
Los pentecostales creen en la curación de las enfermedades por la fe o por la imposición de las manos, en los milagros y en la castidad hasta el matrimonio. Por supuesto, están radicalmente en contra del aborto y los más fundamentalistas no aprueban la homosexualidad. Es una vuelta al cristianismo más exigente e integrista, una enmienda a la totalidad al Concilio Vaticano II, que hizo virar el catolicismo hacia posiciones más humanas, relajadas y acordes con los tiempos modernos. La Alianza Evangélica Mundial tiene su sede en Nueva York (están forrados como la más poderosa multinacional) y ha logrado levantar una vasta red de iglesias en 128 países con más de 600 millones de adeptos. En aquellos pueblos abandonados a su suerte donde no hay un sacerdote católico hay uno evangélico dispuesto a echar una mano. En aquellos barrios suburbiales sumidos en el narcosatanismo y la miseria, donde el Estado de derecho y la democracia han terminado por desertar, ellos ofrecen ayuda social, un plato de comida y consuelo espiritual. No extraña que los líderes populistas de nuevo cuño como Donald Trump y Jair Bolsonaro, a los que han llevado en volandas al poder en países convulsos como Estados Unidos y Brasil, se hayan abrazado a ellos por el tremendo potencial electoral que entrañan.
Feijóo ha debido oler el tufillo de ese voto fácil y se ha lanzado a ocupar el nicho como un desesperado. Solo así se entiende el marciano acto político que el líder gallego le contraprogramó a Sánchez mientras el presidente del Gobierno asistía a la Cumbre Iberoamericana. Se desconoce si los evangélicos lo invitaron a él, a Ayuso y a Almeida al foro latino antibolivariano o fueron los propios mandatarios del PP madrileño quienes diseñaron el evento en los despachos de Génova 13. En realidad, da lo mismo. El resultado fue un acto delirante donde Feijóo, transfigurado en el nuevo Guaidó europeo dispuesto a conjurarse como el presidente encargado de España, acusó a Sánchez de “rendir pleitesía” a los “autócratas” caribeños, un grave error de cálculo político ya que, si Sánchez estaba al lado de los supuestos dictadores, en la foto y en la cena de gala, todos ellos con guayabera, también estaba el rey Felipe VI, al que metió burdamente en el mismo saco. Mal favor para la monarquía que dice defender. De nuevo, Feijóo se había pasado de frenada. Y no es la primera vez que el presunto “moderao” se deja seducir por los vientos demagógico-populistas que recorren el mundo. Hace tiempo que venimos advirtiendo en esta columna de la peligrosa deriva trumpista (pasada por el filtro Ayuso) que ha tomado el Partido Popular. Ayer, viéndolo bailar reguetón, nos recordó mucho a ese Trump que mueve sus rollizas caderas y los brazos, como si se estuviese secando el cuello con una toalla tras salir de la piscina, en uno de sus mítines antisistema. Solo le faltó la gorra de béisbol del Depor y la Biblia para completar el uniforme bolsonarista. Todo se andará.
Si lo que pretenden Feijóo y Ayuso es convertir Madrid en la nueva Miami, capital ibérica de la religión de nuevo cuño y de la resistencia ultraconservadora contra el sanchismo, que lo digan ya antes de las elecciones para que los españoles sepan a qué atenerse. Este fin de semana el presidente del PP apareció como el líder agregado al nuevo movimiento religioso/político trumpista que arrasa en todo el mundo, un paso político de la máxima trascendencia y gravedad. Sus votantes tienen derecho a saber si ha roto con el nacionalcatolicismo de siempre, con el Concilio Vaticano II y con el papa de Roma. En ese caso, estamos ante un nuevo cisma de Occidente que llega también a España en forma de ola imparable. Lo que nos faltaba: volver a las guerras de religión.
Quizá, a fin de cuentas, la performance de este fin de semana no sea sino la represalia de Ayuso contra Francisco I, que hace solo unos días recibía al alcalde de Madrid como el “heredero de la gran Manuela”. A IDA aquella maldad del Sumo Pontífice le olió a cuerno quemado, a ironía bonaerense del papa rojo, así que ha decidido abrir las puertas de Madrid a la competencia más dura que le ha salido al catolicismo del siglo XXI. El surrealista acto con los evangélicos lleva el sello personal de la presidenta castiza. No descarten que todo esto no sea más que otra encerrona de la lideresa contra el jefe, que no calibró bien dónde se estaba metiendo. Él creía que asistía a una fraternal barbacoa con la comunidad latina de Usera, mucho tequila, enchilada y chipotle, y cuando quiso darse cuenta estaba comulgando de lleno en la misa negra de la nueva herejía contra el Vaticano. De cualquier manera, quedó bautizado por esa telepredicadora que echó el sermón del domingo ante los prebostes populares reconvertidos a la nueva fe: “Tú eres el Dios todopoderoso, bendice a nuestro alcalde, a nuestra presidenta y bendice al señor Feijóo”. Cualquier día lo suben al altar y lo ponen a sanar a los enfermos mediante imposición de manos, como al nuevo santo patrón gallego.