La Justicia archiva la caza de brujas sindical contra el escritor Alejandro Gallo

En 'Matanza de Atocha', el escritor hizo una parodia sobre el sindicalismo aburguesado de hoy en día y un agente se sintió aludido

27 de Enero de 2025
Actualizado a las 14:08h
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Alejandro M. Gallo en una imagen de archivo.

El escritor de novela negra y comisario de la Policía Local de Gijón, Alejandro M. Gallo, fue llevado a los tribunales por gente que se sintió difamada por su última novela, Matanza de Atocha, 1977: caso abierto, un acercamiento a aquel macabro suceso que marcó definitivamente la Transición española. La obra indagaba en los aspectos más turbios o poco conocidos del tiroteo perpetrado por ultraderechistas del Sindicato Vertical franquista que acabó con la vida de cinco abogados laboralistas, pero además ponía en solfa y parodiaba el comportamiento de algunos sindicalistas de hoy que, según el autor, “utilizan las horas sindicales de sus compañeros no para defenderlos ni para la acción sindical, sino para sus intereses privados y sus negocios. Eso está ocurriendo, eso es una corruptela que nadie controla y está pasando todos los días en muchísimos centros de trabajo privados y en la Administración”. Lógicamente, la sátira levantó ampollas. Alguno se sintió agraviado en su honor y le denunció.

Hoy, sin embargo, la Justicia le da la razón al escritor. El Juzgado de lo Contencioso-Administrativo número 1 de la ciudad asturiana ha rechazado el recurso interpuesto por un agente de la Policía Local que se sintió aludido y ofendido por la presentación de uno de los personajes de la novela. El policía, vinculado a un sindicato, presentó una denuncia ante el Ayuntamiento de Gijón en la que asegura que aunque se trataba de una novela de ficción, tanto de los hechos narrados como de los personajes que la conforman se puede identificar sin género de dudas al demandante como objeto de burla, menosprecio y descrédito, “con repercusión directa en la vida del Ayuntamiento”, según el diario El Comercio.

La trama, pura ficción satírica que no deja títere con cabeza, resulta trepidante al mezclar el pasado de la Transición con los frívolos tiempos actuales de la posmodernidad, en un ejercicio magistral de flashback y narrativo montaje en paralelo. Sin embargo, pese a que la acción está novelada y pasada por el filtro de la invención, pese a que el escenario de la historia no es Gijón, sino un lugar mítico como Xidrón (a la manera de la Región de Benet y la Vetusta de Clarín), y que en ningún momento habla del ayuntamiento de la ciudad asturiana ni de sus funcionarios, algunos se han visto reflejados en los personajes del relato, se han sentido ofendidos y se han propuesto llevar al autor hasta los tribunales si es necesario.

Sin duda, ha escocido la crítica que Gallo realiza contra el a veces aburguesado establishment sindical contemporáneo y esa es la razón de que se haya emprendido una caza de brujas contra él más propia de los tiempos de la Santa Inquisición que de un país democrático avanzado donde rige la libertad de expresión (consagrada en el artículo 20 de la Constitución), de pensamiento y de creación literaria. Por lo visto, alguno que otro se ha empeñado en incluir la novela del escritor noir de Gijón en el Índice de libros prohibidos, e incluso sueña con prenderle fuego como hacía aquella policía de la moral en Fahrenheit 451. No se dan cuenta de que en realidad lo que están haciendo con esta publicidad gratuita es redoblar las ventas de la obra.

El escándalo, que empezó como un simple cotilleo que se propagaba por el cuartel de la Policía Local de Gijón, llegó hasta la Junta de personal del Ayuntamiento de la ciudad, adquiriendo tintes kafkianos. En el primer punto del orden del día se comunicó que se procederá a la “petición de amparo de varios funcionarios del Ayuntamiento de Gijón a raíz de la publicación del libro Matanza de Atocha, 1977: caso abierto, cuyo autor es el jefe de Servicio de la Policía Local de Gijón. Posicionamiento y medidas a tomar por parte de la Junta de Personal”. Todo queda archivado con la sentencia del juzgado, que entiende que la ficción no compromete el honor de nadie.

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