En medio de una gran expectación, Koldo García entró en la comisión de investigación del Senado como el forzudo aizkolari que lleva dentro. Con cara de pocos amigos, con un hacha en la mano y dispuesto a cortar troncos. Los troncos, claro está, eran los senadores que querían someterlo al tercer grado para sonsacarle algo sobre sus relaciones peligrosas con el PSOE, con Ábalos, con Soluciones de Gestión, esa misteriosa empresa a la que por lo visto siempre le caía el maná de las adjudicaciones, de los contratos y comisiones por las mascarillas en lo peor de la pandemia.
Daba miedo ver a ese señor de dos por dos avanzando por los pasillos de las Cortes como un pesado búfalo mudo abriéndose paso entre la nube de periodistas. Brump, brump, brump... Entró, se sentó a la mesa de la comisión y lanzó una mirada desafiante mientras el pelotón de fotógrafos lo inmortalizaba para la posteridad. El ceño fruncido, los ojos resentidos, la corbata roja de seda reluciendo bajo los focos, como el último recuerdo de un socialismo Armani. Tras la suerte de banderillas en forma de flashes, un tenso silencio se apoderó de la sala mientras el recio vizcaíno de las gafas de pasta, el traje oscuro y el porte al más puro estilo Reservoir Dogs, daba un repaso de arriba abajo a cada uno de sus inquisidores. Si las miradas matasen, más de un parlamentario de la oposición hubiese caído fulminado al instante.
No se le veía tranquilo y sereno al bueno de Koldo. Al contrario, su lenguaje corporal y gestual, su gesto sombrío y malhumorado, anticipaba una explosión en cualquier momento. El hombre llevaba semanas en el ojo del huracán, señalado como el Roldán del sanchismo, y esa presión tenía que salir por algún lado. Pero a priori nadie había sido capaz de apostar si el controvertido chófer acudía a la comisión con ánimo de tirar de la manta, dejando en pelotas a más de un socialista, o si tenía previsto disparar contra todo lo que se meneara, a derecha e izquierda, como ese pistolero de OK Corralrodeado por los hombres del sheriff que ya no tiene nada que perder. Por supuesto, lo más normal era que decidiera acogerse a su derecho a no declarar, o sea mutis por el foro y cremallera total, que fue lo que finalmente ocurrió. A fin de cuentas, su asunto está judicializado y cualquier fallo, lapsus o resbalón podía costarle un disgusto y años de cárcel. Eso lo sabía perfectamente el Partido Popular, pero aun así decidió seguir adelante con el circo, que no llevó a ninguna parte, desde luego no a aclarar nada sobre la compra masiva de mascarillas por parte del Gobierno a Soluciones de Gestión, aunque quizá haya arañado unas cuantas décimas en las encuestas de cara a las próximas elecciones (lo cual también está por ver).
Pese a todo, los comisionados lanzaban su batería de preguntas y Koldo, como Cinderella Man, el mejor encajador que ha dado el boxeo, se limitaba a soportar los golpes bajos, contra las cuerdas, una y otra vez. Le estaban lloviendo hostias como panes, como suele decirse, alusiones, insinuaciones, sospechas que lo dejaban en muy mal lugar, pero él logró mantener el tipo a base de estoicos silencios. Hasta que el hombre temperamental se cansó de recibir, se calentó y decidió dejar de morderse la lengua, pasando al contraataque. En ese momento, su abogado palideció. Que su defendido abriera el pico suponía un riesgo innecesario, desde luego no era un buen negocio para la estrategia de defensa. Pero Koldo García supo calibrar muy bien hasta dónde podía llegar. Por un momento, cuando los interrogadores le apretaban las tuercas, parecía que iba a decirle a su letrado aquello de “sujétame el cubata, que me los como”, perdiendo la paciencia y el juicio. Pero no. El asesor no llegó a perder totalmente los estribos, supo contener al vigilante jurado que lleva dentro, al Koldo algo pendenciero y bravucón que por momentos parecía aflorarle, y apenas pudimos ver, de refilón, el verdadero rostro del personaje. En ningún momento se pilló los dedos con la UCO y se limitó a reaccionar desde lo emocional, desde lo sentimental, con declaraciones como “estoy muerto mediáticamente”, “me han crucificado vivo” y “yo ya no puedo tener relación con nadie”. O sea, una apelación al victimismo, el viejo manual al que se aferra todo aquel que se ve perdido y ante un juez.
La tensión fue máxima hasta que el compareciente cerró su intervención con una efectista interrogación retórica: “¿Todos ustedes me van a llamar cuando me declaren inocente?” Lógicamente no, ni de coña, pensaban sus señorías de la bancada popular, para quienes hacer picadillo a Koldo, sea inocente o culpable (eso da igual), se da por descontado siempre que se consiga la máxima del show must go on que rige la política posmodernista de hoy. Porque, aunque Koldo se crea la estrella del baile, la diva de esta ópera bufa, de lo que se trata aquí es de desgastar a Pedro Sánchez y señora, dando la sensación de que este PSOE de hoy es como aquel PSOE felipista de antaño que se deshizo en jirones de corrupción. El alegato de Koldo García fue impecable desde el punto de vista judicial, del reo que se está jugando los cuartos, la vida, demostrando que no es ningún piernas, ni ningún fontanero sin discurso ni palique, ni ningún chico de los recados sumiso y obediente. Koldo sabe defenderse, bien porque lo lleva de serie (por pura genética) o porque lo haya aprendido en sus viajes por el mundo como guardaespaldas de ministro. Sabe jugar sus cartas y las va a usar para intentar salirse de rositas de todo esto. Si se fija usted, estimado lector, Koldo siempre piropea al jefe Ábalos en cada entrevista o intervención pública, al que pone por las nubes como el mejor político que ha dado España, mientras que el exministro, por su parte, trata al subalterno con desdén, sin apenas cariño, a patadas. Una relación de amistad rota que puede terminar de aquella manera y que en Ferraz (y también en Moncloa) produce auténtico pavor.