El Partido Popular ha hecho del turbio episodio de la valla de Melilla un ariete político letal para tumbar definitivamente a Grande-Marlaska. El titular de Interior se encuentra acorralado desde que la BBC y un consorcio de periodistas de investigación le destaparon graves irregularidades en la gestión de la avalancha humana que el pasado 24 de junio dejó al menos 23 muertos y 217 heridos (77 inmigrantes y 140 policías). La derechona ha olido el rastro de la sangre y se ha lanzado como una hiena hambrienta a por el ministro/juez. Ya dijimos aquí ayer mismo que Marlaska ha cometido graves errores tras el incidente ocurrido en la frontera sur (además de soltar algunas mentiras intolerables para un jurista que debería defender, sin ambages, los derechos humanos). Pero que sean precisamente los prebostes del PP –un partido que jamás se ha preocupado por las condiciones de vida de los migrantes–, quienes se comporten como melenudos activistas de una oenegé encargada de velar por las personas del Tercer Mundo que llegan a España, clama al cielo y no deja de ser un nuevo ejercicio de cinismo o hipocresía política.
Cuando ellos estaban en el poder jamás le dedicaron ni un solo minuto a la inhumana situación que se vive en los aledaños del muro metálico que separa nuestro país de Marruecos. Se limitaron a mantener las concertinas (llegaron a rechazar una proposición no de Ley de CiU para retirar esas defensas cortantes como cuchillos de las vallas de Ceuta y Melilla), a hacerse la foto con los desmoralizados guardias civiles que vigilan la zona y poco más. La política migratoria pepera, primero con Aznar y después con Rajoy, fue un absoluto desastre, tal es así que en aquellos años se disparó el número de inmigrantes sin papeles, de extraditados en caliente o al margen de la ley, de motines en los centros de internamiento, de comisarías colapsadas por largas colas y de mafias que trafican con personas y con mujeres secuestradas para la prostitución. No hará falta recordar que Ana Botella, la conspicua alcaldesa santo y seña del aznarismo, dejó Madrid más limpio de manteros que un estadio de fútbol catarí de peligrosos homosexuales. La política de Extranjería fue un auténtico desbarajuste sencilla y llanamente porque no había política de Extranjería. El departamento de inmigración no da dinero, y ya se sabe que al PP no le interesa nada que no pueda ser privatizado, nada que no rinda ganancias, pingües beneficios u oportunidades para dar el pelotazo tonto del siglo. En Génova 13 nunca funcionan como un partido político sino como una empresa, mayormente piramidal, donde los de arriba se forran más y antes mientras que a los de abajo solo les llegan las migajas del negocio.
Ayer, escuchando a la portavoz de Interior del PP, Ana Belén Vázquez, a uno se le rompía la caja torácica de la risa. “Una vez que fui a Melilla y vi ese horroroso lugar me di cuenta que nos habían mentido”, dijo digna y lacónicamente. Como si Melilla hubiese sido un jardín de paz, prosperidad y encuentro de civilizaciones y culturas cuando mandaban los suyos. Aquello, gobiernen unos o gobiernen otros, siempre fue lo que fue: un desierto olvidado, tierra de nadie, el culo del mundo y el último bastión que separa la romanizada Europa rica de la bárbara y paupérrima madre África. Sin embargo, la diputada Vázquez se metió hasta el final en el papel de embajadora de la ONU, en plan actriz de Hollywood con mucho tiempo libre y muy concienciada con los problemas de los países tercermundistas, y tuvo el cuajo de decir que la defensa de los derechos humanos en nuestro país está amenazada o “en cuestión”.
O sea que ha nacido una activista, la Rigoberta Menchú de la derecha española que apunta candidatura al Premio Nobel de la Paz. Ese vestuario o look que eligió ayer la diputada popular (atrevida camiseta con dibujitos y americana casual al más puro estilo de la izquierda podemita) no fue gratuito o por casualidad, ya que sin duda Feijóo le había dado órdenes de proyectar la imagen más humanista, demócrata, comprometida, multicultural, perroflautista, gafapasta y fachiprogre del partido. Entre las consignas antes de subirse al atril, el jefe gallego debió decirle a Vázquez que aparcara su perfil más duro y faltón, como cuando en aquella otra sesión parlamentaria empezó a soltar exabruptos e improperios contra Marlaska, con el que se cebó y al que tildó de “miserable, cobarde y mentiroso”. La mañana de ayer, con un escándalo con muertos a las puertas de España, no estaba para palabras gruesas ni para interpretar el papel de niña del exorcista del PP poseída por una fobia y una furia voxista incontenible contra el ministro del Interior.
Ayer se trataba de exhibir la imagen de un PP oenegé, el SOS Racismo de la derecha española, el barco Open Arms del mundo conservador capaz de bajarse al moro de la playa del Tarajal o de subirse a la valla de Melilla si es preciso para rescatar a unos cuantos senegaleses o nigerianos, que eso enternece mucho a las clases medias siempre indecisas entre votar PSOE o PP. Feijóo no da puntada sin hilo y en ese programa experimental en el que trabaja para tratar de convencer a los españoles de que él representa a la socialdemocracia centrada y moderada siempre hay un huequecito para vender la historia de que ellos también luchan por los derechos humanos y hasta se preocupan por que la Policía trate con educación a los subsaharianos. Todo en ese partido es pura farsa, puro teatro, como decía la canción, ya que lo único que persiguen es desgastar a Marlaska, darle el golpe de gracia, descabalgarlo y, llegado el momento de coaligar con Vox, colocar a Santi Abascal como ministro del Interior en plan Salvini. Ya lo estamos viendo subido a una fragata, prismáticos en ristre, brazo en alto y dispuesto a meterle un torpedo a la primera patera llena de pobres desgraciados que asome por el horizonte. Y si no, al tiempo.