La hora de la verdad de Carles Puigdemont

11 de Mayo de 2024
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Press conference EU Parliament's lift on immunity of former members of Catalan parliament

Jornada de reflexión en Cataluña. La campaña ha sido cruenta, despiadada, y todos los candidatos, quizá salvo el favorito Salvador Illa –que se ha mantenido en la moderación sin entrar en el juego sucio–, se han radicalizado al extremo para tratar de arañar votos entre los descontentos e indignados por diferentes motivos. El 12M se presenta incierto, sin un ganador claro y con la posibilidad de que cualquier cosa pueda ocurrir.

Illa parece acariciar la victoria con las yemas de los dedos, otra cosa es que pueda formar un gobierno. Si se queda más cerca de 40 escaños que de 50, habrá fracasado en el intento de recuperar la Generalitat para las fuerzas constitucionalistas. Por su parte, Junts y Esquerra han entrado en una batalla sin cuartel por liderar el espacio independentista, una refriega en la que Carles Puigdemont ha ido abarcando cada vez más espacio a pesar de que partía con la vitola de derrotado de antemano.

Esta vez las elecciones catalanas van a tener un fortísimo impacto en la política nacional. Está claro que Puigdemont no está muerto y enterrado como quieren verlo algunos. Aún le queda alguna que otra carta guardada bajo la manga. El chantaje al Estado, por ejemplo, una práctica en la que es un auténtico experto. Si Sánchez le niega los escaños del PSC para ser president en el caso de que tenga opciones de reconquistar la Generalitat, que nadie dude de que retirará los apoyos al Gobierno de Madrid, tumbándolo definitivamente. Cataluña iría a nuevos comicios, pero España también. Así que tenemos a dos hombres y un mismo destino. Mano a mano, unidos, casi esposados.

En las últimas horas, Carles Puigdemont ha asegurado que Junts tiene a tiro al PSC en los sondeos, algo que ve como una “victoria” si se tiene en cuenta que todo estaba en su contra. Así lo ha dicho en una entrevista publicada este viernes en ElNacional.cat, donde carga duramente contra los socialistas, a quienes califica, en un discurso de brocha gorda, como los del partido de la “cal viva”.

Todo apunta a que Puigdemont va a jugarse la última baza que le queda ya. Por eso está echando toda la carne en el asador en su desafío al Estado. Los rumores de que podría aparecer en cualquier momento en Cataluña, en medio del proceso electoral y como un mesías salvador, no se han cumplido finalmente, pero no hay nadie que no espere un último golpe de efecto del hombre de Waterloo. Aislado en la gris Bélgica desde hace años, apartado por Esquerra que le ha hecho el vacío (y también por algunos de los suyos), ha decidido bajarse a la trinchera política para morir matando. Y los vientos demoscópicos parecen soplarle afavor. Los catalanes le están comprando el discurso otra vez, pese a que dejó el país empantanado y en medio de una crisis galopante para darse a la fuga.

Hoy muchos electores siguen viendo en CP la última y única esperanza de independencia y piensan votarle sí o sí, incluso tragándose sus ideales políticos. Es el voto de la rabia. Lo prioritario para no pocos ciudadanos de Cataluña sigue siendo la desconexión con el Estado español, otra DUI, y esa nueva tendencia podría pasarle factura a Esquerra Republicana de Catalunya, que hace tiempo se bajó del monte de la unilateralidad. Paradójicamente, los líderes de la izquierda nacionalista, los que decidieron quedarse y pagar con la cárcel la aventura del procés, ven con estupor cómo el prófugo que dejó al país en la estacada sube como la espuma en las encuestas mientras ellos se estancan peligrosamente. La fiebre indepe está cursando otra vez, y en ese absceso febril recurrente, Puigdemont, para sorpresa de todos, es el mejor valorado. Por si había alguna duda sobre sus intenciones, ya ha dicho que “lo volverá a hacer”, que volverá a declarar la Republiqueta, y esa soflama inyecta pasión y euforia en el deprimido electorado secesionista, necesitado de un chute de emociones fuertes, patrióticas, para salir del tedio decadente de la era posprocés.

El mensaje rupturista, antisistema e irredento de Carles Puigdemont puede haber calado de una forma más eficaz y directa en la ciudadanía que el llamamiento a la reconciliación, a retomar puentes de diálogo y a empezar un nuevo tiempo, dejando atrás el pasado, de formaciones como el PSC o la propia Esquerra. La amnistía y los indultos poco o nada van a pesar en las urnas este domingo. El pueblo olvida pronto. Volvemos a movernos en el terreno de la tripa y la víscera, del sentimentalismo, de la épica histórica e histérica, y eso es dinamita pura a las puertas de unos comicios. De modo que cualquier tracking o sondeo de última hora hay que cogerlo con pinzas, ya que no calibrará con suficiente exactitud la influencia del factor humano. El exhonorable sigue siendo un actor atractivo, el más atractivo quizá, para aquellos independentistas que exigen un resarcimiento, una satisfacción contra el Estado centralista y represor. ¿Cómo hace más daño a España el votante soberanista, votando al exiliado de Waterloo, aunque el personaje no tenga programa más allá de la arenga patriotera? Pues ahí irá la papeleta.   

“Este codo a codo, esa remontada que estamos haciendo desde una posición muy lejana, eso ya en sí es una señal de victoria, una proeza”, insistió ayer el venido arriba candidato de Junts. Mientras tanto, el movimiento telúrico oculto y soterrado puede estar a punto de terminar en terremoto social y político. Si Puigdemont sorpasa a Esquerra, si la formación de Aragonès y Junqueras se desmorona en el último momento, que nadie tenga la menor duda de que Pedro Sánchez valorará un acuerdo con Junts que reedite aquellos viejos pactos de la antigua Convergència. El presidente del Gobierno español, un superviviente nato amarrado al palo mayor del barco en medio de la tormenta, pediría a su homólogo catalán garantías de una cierta lealtad institucional, un aval de que no se repetirá el procés, al menos en esta legislatura. Y de obtener el sí quiero de su interlocutor, la “sociovergencia”, la vuelta a una cierta forma de pujolismo, que es el caciquismo a la catalana, podría ser factible, aunque de forma episódica y temporal. La política ha entrado en un momento delirante y cualquier cosa, por imposible que parezca, puede ocurrir. Todo ello sin olvidar que el expresident sigue siendo un reo buscado por la Justicia, y que el Supremo puede echarle el guante en cualquier momento. Aunque a veces no lo parezca, la situación en Cataluña sigue siendo tensa, cuando no de alto voltaje. Y en ese escenario de crispación, Puigdemont se mueve como pez en el agua.

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